Aviso desde ahora que aquí no tenemos nada en contra de los pelirrojos.
Caminaba por los pasillos de la preparatoria apresuradamente mientras revisaba mi mochila, la cual colgaba sobre uno de mis hombros para mantener su interior visible. Con cada segundo que pasaba confirmaba que, en efecto, había olvidado mi cuaderno de matemáticas. Lo peor de la situación no era el simplemente haber olvidado un cuaderno, sino que precisamente ese día era el último para entregar las asignaciones y la arpía -mi maestra- no perdona.
Como era de esperarse, no era una buena idea caminar por los pasillos atestados de una preparatoria con la cabeza dentro de la mochila así que naturalmente, terminé tropezando con alguien y como consecuencia caí sobre mi trasero y todos mis libros se volcaron. Saqué la cabeza de mi mochila y me dispuse a recoger lo que se me había caído mientras observaba con recelo como la espalda ancha del chico que me había tumbado se alejaba con prisa y los demás estudiantes que querían aprovechar el receso siquiera deparaban en mi moribunda presencia.
—Alguien, por favor, píseme la cabeza.
Mi lamento solo fue escuchado por la única persona que nunca se perdía un detalle y siempre estaba en los lugares más inesperados.
—¿Necesitas ayuda? —cuestionó aquella voz femenina y dulce.
—Solo si estas dispuesta a pisarme la cabeza hasta dejarme en coma —respondí mientras me ponía de pie junto con mis cosas.
—Solo si me pagas —ahí desapareció su tono dulce.
—No todo en la vida es dinero, Karla —empecé a caminar en dirección a la cafetería con Karla a un costado.
—¿Ah, no? Dame el tuyo entonces.
—Interesada.
—Mojigato.
—Olvidé mi cuaderno de matemáticas en casa, no tengo cabeza para ofenderme.
—Uh, el diablo-... eh, digo la Señora Gertrudis no perdona —comentó mientras entrabamos en la cafetería.
—Lo sé.
Di un suspiro agotador y finalmente llegamos hacia la mesa en la que estaba ubicado nuestro grupo de amigos. Me arrojé en la silla y Karla tomó asiento frente a mí.
—Hola, flores silvestres —Saludó Jezabel, uniéndose a nosotros. Se sentó a mi lado con gracia y su habitual sonrisa deslumbrante.
—Hola, Jez —saludé en un murmullo.
—Alguien máteme —Pidió Gabe, desparramándose en una silla a mi lado.
—¿Hacemos suicidio doble? —Le pregunté.
—Que sea triple, por favor —se unió Seth, arrojándose en las piernas de Gabe y causando que ambos cayeran al suelo.
—Maldita sea, Seth. Pesas —regañó el pelinegro. Le extendí el brazo para ayudarlo a incorporarse. El castaño se incorporó por sí solo y se sentó frente a Jez, al lado de Karla.
—Exageran —dijo Jez, retocando su maquillaje con gracia—. Véanle el lado positivo a la vida.
—Cállate, tu escupes mariposas —le dijo Seth.
—¡Karla, Seth me mandó a callar! —acusó la pelirroja. Karla le arrojó un cuaderno justo en su cabeza castaña sin mediar palabra.
—¿Alguien podría matarme? —murmuró Gabe, perezoso.
—¿Por qué? —Preguntó Karla— ¿Mal día?
—No, solo no quiero entrar a clase. No hice ninguna tarea —respondió en medio de un bostezo, desperezándose.
—Dímelo a mí, la hice y lo olvidé —dije.
—¿No puedes decirle a tu hermana que te traiga el cuaderno? —cuestionó Jez. Mis ojos se iluminaron.
—¡Cierto, cierto! Te amo, Jez —le lancé un beso. Correspondió con una mueca de asco.
—Lo siento, bonito. No me van rubios.
—Ni a mí teñidas.
Escapé antes de su labial me golpeara y me dirigí hacia el patio trasero para llamar a mi hermana mayor. Para mi suerte, no tardó mucho en responder.
—¿Hola?
—Oh, hermosa y querida Madeline. ¿Le harías un favor a tu hermoso hermano menor?
Mordí mis labios con nerviosismo, rogando porque aceptara.
—Estoy muy ocupada, Mark. Se me hace tarde para la universidad.
El ruido de cajones abriéndose y cerrándose junto con su voz agitada me lo confirmó.
—Solo necesito mi cuaderno de matemáticas. Puedes traérmelo cuando pases en tu auto —pedí—. Prometo esperarte en la entrada.
Vaciló durante unos segundos que me parecieron eternos.
—Bien. Dime como es.
—Ahm... es azul, creo —rasqué mi cabeza—. No lo sé muy bien, todos mis cuadernos son iguales. Pero de seguro lo verás sobre mi escritorio, encima del portátil. Debí dejarlo allí anoche.
—Bien, bien. Lo encontré —azotó una puerta—. Espérame en la salida, voy para allá y no quiero perder tiempo.
—Sí, sí. Gracias Mad.
Colgó sin siquiera responder, pero para lo poco que me importaba. Me adelanté corriendo hacia la puerta de salida de la preparatoria, y logré convencer al vigilante de que me dejara esperarla.
Unos minutos más tarde, su auto celeste aparcó frente a la preparatoria. Me iba a encaminar hacia la ventana, pero maldita lanzó el cuaderno por la ventana y arrancó nuevamente a toda prisa.
Recogí el cuaderno de la entrada y lo sacudí.
—Esa idiota —murmuré. Observé la portada de la libreta y mis ojos se abrieron el grande. ¿Era azul? Sí, pero no era mi libreta de matemáticas—. ¡Hey, Mad. Madeline, vuelve!
Mis gritos fueron inútiles puesto que la rubia ya iba demasiado lejos. Observé la palabra "diario" en la cara delantera de la libreta y volví hacia el comedor arrastrando los pies, resignado a que no entregaría la dichosa tarea.
Me tiré descuidadamente en la silla junto a Karla, abrazando la libreta.
—¿Qué sucede? Ya tienes tu cuaderno —inquirió Seth.
—Me trajo el incorrecto —sollocé.
—Wao, sí que tienes mala suerte —comentó Karla. Metí el diario en mi mochila.
—Lo sé.
Justo en ese momento, sonó la campana que indicaba el fin de receso y la vuelta a las aulas. Cinco de nosotros nos levantamos con pereza para empezar a caminar hacia nuestras aulas correspondientes, la excepción en esto era Jezabel y su aura de cuento de Hadas.
«¿Será muy tarde para dejarme caer de la azotea?»
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Editado: 18.12.2024