Intentaba no desviar la mirada hacia Elric mientras recorríamos la preparatoria, pero no podía evitar mirarlo de reojo cada pocos segundos. La curiosidad me carcomía.
Mis nervios se crisparon momentáneamente cuando en una de mis ojeadas, su mirada encontró a la mía. Por suerte no pareció notar mis furtivas miradas, o decidió no darles importancia.
—No me has dicho a quién buscamos —comentó.
—A mi amiga Jezabel —respondí.
—¿Crees que sepa quién es el tal Harry?
—Puede que sí, y si no lo sabe, lo averiguará —aseguré—. Jez conoce a todos, si no sabe quién es Harry solo deberá sacarle la información a alguno de sus ligues.
—Ah, hablas de la pelirroja teñida. Jason gusta de ella.
—¡Oye! Es mi amiga, solo yo puedo recalcar que es teñida —lo señalé falsamente acusador—. Y no me sorprende ¿Quién no gusta de Jez?
—¿A ti te gusta?
La pregunta me tomó por sorpresa a pesar de haber sido formulada en un tono curioso y sin apartar la mirada en ningún momento, a pesar de que ambos íbamos caminados. Dejé salir una risa nasal. Fingí pensarlo.
—Hum... no, me gustan los castaños.
«¡Maldición, moriré! Hace dos días balbuceaba al formular un simple saludo y ahora hasta le lanzo indirectas».
Indirecta que el atractivo chico parecía no entender, puesto que solo asintió y volvió la vista al frente. Suspiré resignado y seguí mirando los alrededores.
—Oye, ¿no es esa?
Elric señaló hacia las gradas del gimnasio y en efecto, la pelirroja reposaba gustosa en las piernas de un idiota. Ya parecía una niña que volvía a subirse a un columpio sabiendo que volvería a caer.
—Ash, está con ese maldito rubio oxigenado. Esta niña no entiende —refunfuñé. Empecé a subir las gradas con Elric siguiéndome el paso.
—Te recuerdo que también eres rubio.
—Sí, pero yo soy natural.
Finalmente me detuve frente a la pelirroja, quien me brindó una sonrisita que gritaba "puedo explicarlo". Chasqueé la lengua dejándole saber que no era eso e hice un gesto para que me siguiera. Elric observó el silencioso intercambio con el ceño fruncido en todo momento.
Jezabel se levantó del las piernas del tipo, dispuesta a seguirme, hasta que este la retuvo de la muñeca.
—¿A dónde vas? —le cuestionó.
—Hablaré con mi amigo, ahora vuelvo.
—¿Me vas a dejar solo, para ir con él? —replicó, haciéndole un mohín que me resultó asqueroso. Me fue imposible retener una mueca.
Jezabel le dio un beso casto y sonrió.
—Volveré pronto.
Cuando se dio la vuelta para ir conmigo, él volvió a retener su mano. Rodé los ojos.
—¿Él es el otro, por quien no pasas tiempo conmigo? ¿Me estás engañando?
Apretó su agarré, lo noté por la mueca de dolor que Jezabel quiso retener. Antes de medir consecuencias, ya había tomado con fuerza mano del tipo y apartado de la de mi amiga. Su expresión iba escalando en furia y me reí nerviosamente al notar que mi mano aun sostenía la suya fuertemente. No quería un hueso fracturado, pero tampoco podía dejarme intimidar.
—A ver, a ver si no es novela —hablé—. Jezabel es mi amiga e irá a hablar conmigo, quieras o no.
El sujeto se puso de pie tan violentamente que me causó un sobresalto. Se inclinó hacia mi rostro y una sonrisa petulante se formó en sus labios.
—Sabía que te había visto en algún lado. Eres el marica que se supo que acosó a Samuel —declaró.
En cuanto empezó a reír sus tres achichincles, sentados más atrás, no tardaron en seguirle. Apreté los dientes, intentando contenerme para no asestarle un puñetazo o me vería en graves problemas.
En la preparatoria existían tres equipos deportivos fundamentales, aquellos que le daban prestigio a la institución y mantenían su nombre en alto como una de las mejores; esos eran natación, voleibol y fútbol. De los tres equipos, el favorito y más destacable era el futbol, seguido de natación. ¿Y a que no adivinan quien era el capitán del equipo de fútbol?
—Vaya, que intento más pobre de insulto —respondí luego de un bufido. Casi pude escuchar como sus dientes rechinaron y tomó el cuello de mi camisa en un puño.
—¿Quieres que te vuelva hombre, marica?
Rodé los ojos, despectivo. Con los años los insultos comunes dejaban de surtir efecto y más si venían de un troglodita como él, quien apenas se había dado cuenta que yo era gay. Porque vamos, se me notaba a kilómetros.
Iba a soltarle la palabra más fuerte de mi diccionario de improperios (desgraciado), cuando una mano más grande que la del oxigenado la cubrió por completó y la apartó de mi camisa de un tirón. Mis ojos viajaron hasta el rostro de Elric, su expresión parecía calmada pero su mirada destellaba una emoción más... fiera.
«Basta, esa mirada me hace sentir cosas».
—Parece que no valoras mucho practicar fútbol —las palabras se arrastraron lentamente por la lengua del castaño. Soltó la mano de rubio y le sonrió de una forma que pretendía ser gentil, pero que claramente, no lo era—. Si quieres dejar de jugar, avísame. Con gusto te rompería una pierna.
El rubio rio, pretendiendo no parecer nervioso, pero el hecho de haber retrocedido y su balbuceo decían lo contrario.
—¿Estás amenazándome? —cuestionó finalmente. Elric se encogió de hombros.
—Es una advertencia. Significa que si llegas a tocarle un pelo a uno de ellos —Nos señaló a Jez y a mí—. Te romperé un hueso por cada cabello que les falte.
Me quise reír por lo exagerado de su amenaza, pero me contuve. El momento era serio. Al ver que el oxigenado no pensaba responder, nos marchamos siguiendo a Elric.
Una vez fuera del gimnasio, Jezabel empezó a alagar al castaño una y otra vez. Me mordí la lengua para distraerme del dolorcito insidioso en mi pecho y de las ganas de guardar a Elric en una cajita para que la pelirroja no le tocara tanto el brazo, a pesar de que este parecía indiferente.
—Fue increíble como nos defendiste, ¡puedo apostar que Oliver temblaba! —hablaba eufórica, colgada de su brazo derecho.
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Editado: 18.12.2024