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Su casa y... la coja.

Según el GPS, estaba a menos de tres minutos. No me servía de nada continuar analizando los pros y los contras, pero mi cerebro sobrepensador no entendía eso; seguía dándole vueltas al asunto una y otra vez.

¿Aún estaba a tiempo de dar la vuelta y regresar a casa? Digo, después de todo lo mejor sería alejarme un poco, alguien estaba rebelando información de mi diario en el que, posiblemente dado el tiempo que llevaba con él, estaba escrito a rajatabla lo mucho que me gustaba el castaño. Si ponía distancia ahora no tendría que ver su expresión asqueada cuando el chisme saliera a la luz, sino encontraba el diario a tiempo. Aunque siendo sincero, no me hacía ilusión alejarme de él ahora que habíamos formado una especie de amistad después de tanto tiempo observándolo de lejos.

¿Un comportamiento un poco acosar de mi parte? Sí, pero me hacía feliz.

Frené en seco y me llevé una mano al pecho ante el estridente sonido de un claxon, saliendo de mi monólogo interno, volteé a ver al conductor de dicho auto que soltaba improperios por casi haberme atropellado. Balbuceé una disculpa y me apresuré a cruzar la calle hasta detenerme frente a la casa de Elric. Respiré profundo varias veces mientras observaba la fachada del lugar, dándome tiempo para mentalizarme.

La residencia era muy similar a todas las casas a los alrededores, una casa de dos plantas con un bonito y cuidado jardín, en un vecindario de personas económicamente acomodadas, pero no demasiado ostentoso.

Después de casi darme la vuelta para volver a casa dos veces, caminé rápidamente hasta la puerta y sin darme tiempo de arrepentirme, toqué el timbre.

«Ay, dios mío, ¿Qué hago aquí?» Llevé una mano hasta mi pecho, en un vano intento de controlar mis latidos. Desgraciadamente, la puerta fue abierta antes de que pudiera salir corriendo.

Un Elric de sonrisa ladeada me abrió la puerta. Era la primera vez que no lo veía con el uniforme escolar, a excepción de sus fotos en redes sociales, pero me pareció que se veía muy pulcro para estar en casa; solo llevaba un polo ajustado de color azul, una bermuda café y el cabello tan estratégicamente desarreglado como siempre, pero aun así lograba verse como recién salido de una pasarela.

Mientras entraba en su casa, no pude evitar mirar la simple camiseta manga larga y los jeans que llevaba puestos. Tal vez debí haberme esforzado más en mi vestimenta.

—Por favor, toma asiento —indicó. Me ubiqué tímidamente en un extremo del sofá más grande, la sala se notaba bastante amplia pero conservaba un estilo minimalista—. ¿Qué quieres tomar? ¿agua, jugo, té o café? No pareces muy bebedor, pero también hay cerveza.

Vi que se dirigía hacia la cocina mientras preguntaba y me apuré a responder.

—¡C-con agua está bien!

Poco tiempo después, volvió con un vaso de agua y se sentó junto a mí. Terminé de beber y permanecí con el vaso en manos, sin saber que decir. El castaño tampoco parecía saber muy bien qué hacer, ya que solo miraba hacia al frente como un robot.

—Y... ¿por qué querías que viniera? —pregunté finalmente. Ante la pregunta giró el cuerpo hacia mí, dándome su atención.

—Una entrevista —respondió—. Pensé que sería más cómodo aquí que en el club.

Asentí lentamente.

—Supongo que tienes razón —murmuré. Estaba a punto de formarse otro silencio tenso hasta que, por suerte, él volvió a hablar.

—¿Quieres ir a mi habitación? —soltó de repente.

Mi cara adquirió un intenso sonrojo en automático y balbuceé como un idiota, probablemente solo iba a mostrarme algo pero yo había reaccionado como si me estuviese proponiendo algo incriminatorio. Me estaba empezando a sentir culpable, hasta que noté como tiraba de una de sus orejas, las cuales habían obtenido un tono rosa, probablemente consiente de su propuesta.

—Para ver una película —aclaró. Fruncí el ceño.

—¿No ibas a entrevistarme? —cuestioné. Era más por curiosidad que una queja.

—Puedo hacértelo después de ver la película —aseguró poniéndose de puso de pie.

«¿Hacer qué? ¡Basta ya!»

—¿A dónde vas?

—A preparar lo necesario para ver la película. Ya puedes dejar de estar tan tenso y subir a mi habitación. Segunda puerta a la derecha —indicó. Luego desapareció en dirección hacia donde había ido a buscar el agua, dejándome solo y angustiado.

¿Cómo se supone que suba a su habitación? O sea, fue una inocente invitación y él no sabía que el simple echo de estar en su casa me estaba matando de los nervios como para ahora conocer su habitación, pero esto se ponía cada vez más difícil y sería extraño que regresara y me encontrara aún clavado en el sofá.

Pero como siempre, la curiosidad les ganó a las demás emociones y terminé subiendo. Empujé la puerta con emoción y expectación, como si estuviese a punto de abrir una caja de pandora y finalmente entré. Mis ojos recorrieron la pulcra y minimalista habitación por completo.

No había mucho, todo estaba ordenado y distribuido como si fuese una habitación temporal y preparada para desalojarse en cualquier momento. Nada más notable que una estantería con pocos libros, comics y figuritas de acción encima, una pantalla plana empotrada en una de las paredes, las cuales se encontraban pintadas de color azul simple y una cama mediana con un juego de sabanas negras y blancas pegada a dicha pared. Me acerqué a husmear al escritorio, reteniendo las ganas de tocar algo; este permanecía tan ordenado como todo lo demás, pero lo que más llamó mi atención fue una pequeña repisa cerca de la cama.

En esta reposaban cuatro cámaras. No sabía que tipo de cámaras eran, pero notablemente eran de diferentes marcas y cada tenía un estilo más antiguo que la otra, aunque todas limpias y sin un rasguño en el lente.

Sonreí con ternura al ver unas pantuflas de oso color café, al pie de la cama. Sin duda Elric era un chico bastante simple en todo, pero a la vez no dejaba de parecerme interesante, cada pequeña cosa servía para ver un poco de él. Volteé nuevamente hacia las cámaras y pensé que la razón de la que las coleccionara era su talento para la fotografía. Según rumores, él quería ser periodista.




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