En el nombre del amor

Capítulo 1

Estela

Los pulmones están a punto de explotarme por inhalar aire helado en medio de la noche sombría. Los árboles frondosos y altos me hacen ver tan diminuta, casi inexistente mientras los esquivo a toda prisa. El camino me resulta eterno. Siento que no puedo más. Voy a morir—. ¡Huye, huye! —me grita una mujer con bastante temor en su voz desde hace un rato.

Pero, ¿de quién huyo? —pregunta mi cabeza mientras mis piernas no dejan de moverse. Me queman; sin embargo, el miedo que me ataca es mucho más fuerte que mi valentía para voltear y descubrir sea lo que sea que está persiguiéndome. Solo escuchó sus pisadas, tan feroces, resonantes y decididas a alcanzarme, haciendo crujir las hojas y ramas secas del bosque.

No entiendo cómo he llegado, ni mi miedo inexplicable a esta situación, pero eso no me detiene. Continuo y continuo. Sintiendo eterno el camino boscoso. Y cuando por fin visualizo una luz, creo que todo ha terminado. Gran error mío haber sonreído antes de tiempo, pues una raíz me hace una mala jugada, ocasionando que tropiece. Mis pies descalzos junto a mis rodillas arden ante los enormes rasguños.

—¡Ya viene! —advirtió e intente levantarme, pero al ver mis brazos el corazón se me congela. Están repletos de enormes hematomas.

¿Qué pasa?, ¿qué es esto? —quise responderme.

—¡No dejes que te atrape! —Por instinto voltee, encontrando la silueta de un hombre a penas visible a causa de la neblina, aunque algo si era claro, su cuchillo, el cual parecía derramar una sustancia líquida color roja brillante, ¿sangre? Y en la otra mano tenía una jeringa que por alguna extraña razón me dio más pánico que su arma filosa.

—¡Corre, corre! —suplicaba constantemente la mujer, pero no podía hacerlo, la siniestra presencia me había dejado inmóvil a excepción de la subida y bajada de mi pecho al respirar.

De pronto dio un paso hacia delante y con su cuchillo me señalo —. Tú—pronuncio en seco—. No debiste nacer—mencionó con ira y también con cierta tristeza—. Lo mejor—Preparo su arma—, es que mueras—Se abalanzó...

—¡Ah! —Desperté y senté abruptamente, buscando alguna herida en mi cuerpo, y cuando me di cuenta que todo había sido un sueño me recosté en la almohada bañada en sudor. Esa pesadilla no para de atormentarme en estas últimas semanas. No la comprendo ni encuentro significado, aun así, la sensación que me deja me aterra como si la hubiera vivido.

Vivir...

En sí, ¿cuándo lo he hecho?

Vivir es estar vivo. Biológicamente lo estoy, pero mentalmente no.

Se supone que, al tener una vida, uno debería aprovecharla al máximo, ¿no? Pues, si alguno quiere la mía que la tenga. Ya no quiero seguir en este mundo de mierda. Frases como "todo estará bien", "solo necesitas tiempo", "en un punto serás feliz" ya no me llenan, ya no me sirven. Mi caso va más allá de una simple y constante desgracia. Si tuviera que explicarla con una sola palabra, creo que sería, miserable.

¿Por qué? Bueno...

Eso es muy visible nada más para mí y para mi cuerpo. Otros ni siquiera lo notan.

La puerta de mi habitación resuena con tres ligeros golpes. Trago saliva, alerta.

—Cariño—dijo de manera dulce—, ¿todo bien? Escuche un gritó—Movió la perilla, sin éxito de abrir.

Ya era costumbre ponerle seguro, de ese modo me mantenía a salvo de sus manos.

—¿Eli? —habló nuevamente—, ¿te volviste a dormir? O, ¿fue otra pesadilla? —susurró.

Cubrí mi boca para evitar hacer el más mínimo ruido.

—Yo sé que si—Rio.

Temblé.

—Déjame verte, cariño—Empecé a llorar—. Permíteme consolarte. Sabes que estoy para ti, siempre, hasta el final de nuestros días.

Perdí la paciencia—. ¡Lárgate! ¡Quiero estar sola!

—Abre—repitió al mismo tiempo que forcejeaba la puerta—. ¡Abre! —Aumentó el ritmo—¡Te abrazare! —carcajeó.

—¡Vete, por favor! —rogué y me cubrí con las sábanas de la cama en busca de refugio, de calor, de alguien que me salvara—. Basta, ya basta—murmuraba entre el llanto.

Luego de unas horas se fue, dejándome sin poder dormir en lo que resto de la noche. Fue hasta que la alarma de mi celular sonó, exactamente y como todos los días a las seis de la mañana, anunciando el principio de todas mis desgracias.

Me levante. Dirigí al baño y lavé mi rostro cansado, ojeroso y sombrío. Suspiré con esfuerzo, cada día se hacía más difícil incluso respirar. Conscientemente ya no quería hacerlo.

Agite mi cabello, frustrada. Procurando que los pensamientos negativos salieran o me dominarían por completo.

Volvieron a tocar la puerta—. Es hora de que bajes.

Bien, ya se le ha pasado—. Enseguida voy—contesto.

Vi como la sombra de abajo de la puerta desapareció, se había ido.

Me puse mi uniforme que por suerte cubría cada rastro herido, de lo contrario las personas se darían cuenta de esta situación tan macabra. Baje a la cocina, cuidando mis movimientos. No quería alterarla y mucho menos provocarla.

—Cielo—Sujeto mis hombros sin previo aviso, estremeciéndome—. Buenos días—Apretó su agarre, quería intimidarme, así que mantuve mi compostura y respondí;

—Buenos días.

Me soltó—. Tu desayuno está listo—Mostró un plato con dos huevos estrellados y tocino torcido, en forma de una carita feliz.

Que hipócrita.

—No tengo hambre—dije sin mirarla, sintiendo esa tenebrosa aura de enojo emanar de su interior.

—Cariño, debes cuidar tu salud—Dejo el plato sobre la mesa—. No creo que prefieras un castigo o, ¿sí? —Sus ojos marrones me asustaron, me veían con intenciones perversas. Ambas sabemos qué clase de castigos utiliza—. Comerás, ¿cierto?

Asentí.

—Maravilloso—Junto sus palmas. Su celular vibro, captando su atención—. Se me hace tarde—Tomo su bolso—. Me tengo que ir—Extendió sus manos—, ¿abrazo?

El aliento se me fue. No quería, en verdad no.




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