En un reino lejano, donde las flores brotaban en todos los colores imaginables, vivía una pequeña comunidad de seres llamados Floris. Los Floris eran criaturas únicas, pues no se identificaban con un solo género, sino que podían ser tanto masculinos como femeninos, o una mezcla de ambos, según cómo se sintieran cada día.
En este reino multicolor, no existían las etiquetas ni las expectativas de género. Los Floris se vestían como querían, realizaban cualquier tipo de trabajo y expresaban su personalidad sin temor a ser juzgados. Las flores masculinas podían ser delicadas y sensibles, mientras que las flores femeninas podían ser fuertes y aventureras.