En en el Bosque

El Inicio de la Leyenda

Transilvania, lugar ubicado en el centro de Rumania, zona de leyendas y magia, zona de misterio y terror, zona de... ¿vampiros? Unos vienen a desentrañar la verdad. Otros, a sobrepasar su existencia. Pero... ¿cómo sabemos cuándo termina la leyenda y comienza la realidad? Yo os lo diré, resulta imposible. De lo que si podemos estar seguros es de que las historias forman parte de su vida cotidiana, aunque hay algunas tan antiguas y sombrías que han quedado delegadas al olvido, historias que la mayoría de la gente prefiere no recordar y esta, esta es solo una más…

Se cuenta que hace muchísimos años, siglos para ser más exactos, habitaba en un imponente castillo de piedra, oculto en la profundidad de uno de los bosques más sombríos al sur de esta región, el misterioso y solitario conde Killian Ravenhorst.

Las historias sobre él eran muchas y cada una más terrorífica que la anterior. Se decía que sobre él pesaba la maldición de la sangre, tan antigua como el mismo mundo, que lo convertían en temeroso del Sol y esclavo de la luna. Nadie conocía su rostro, nadie sabía si en verdad existía, solo sentían que estaba ahí, acechando desde la oscuridad...

Annabella Wiltshire era la joven y bella hija de un acaudalado marqués de la región. Su cabello era tan rubio y fino que parecía oro y sus ojos eran de un azul profundo y penetrante, tan claro como el cielo en un día despejado. Ella era como un viento de primavera, era luz y calidad, era lo necesario para combatir la oscuridad en el interior de Killian.

Ellos se conocieron en una noche donde la luna brillaba más que de costumbre, donde según Killian resplandecía con un brillo especial. Annabella se encontraba nadando en un lago en lo profundo del bosque, lejos de las miradas indiscretas. Él había salido a cazar pues, a pesar de su naturaleza, no disfrutaba haciendo daño a los humano y, desde el momento en que la vio así, surgida del agua como una ninfa, quedó cautivado al instante por su belleza. Cuando ella volteo a mirarlo, con esos ojos que parecían calar hasta en lo más profundo de un alma que según él no poseía, fue hechizado de manera irremediable.

A partir de ese momento surgió entre ellos algo puro y especial. Annabella le manifestó que no le temía ni odiaba, ella le hizo creer que no era un monstruo, ella lo hizo sentir... vivo una vez más. No pasó mucho tiempo antes de que él le pidiese matrimonio, convirtiéndola en su condesa, en su compañera, en una reina de la noche como el mismo.

Pudieron haber sido felices, pudieron haber vivido uno junto al otro por la eternidad, pudieron haber hecho historia, pero... no todos los cuentos de amor están destinados a terminar con un "y vivieron felices", al menos no el de Killian.

A pesar de que nunca le hicieron mal a nadie el miedo en la sociedad no hacía más que aumentar y las personas tenían la firme creencia de que solo era cuestión de tiempo que los enviados del maligno, como los llamaban, acabaran con ellos y, antes de que eso pasara, era su deber poner fin a tan horripilantes y sanguinarias criaturas.

Ocurrió en una mañana cálida y despejada, donde el Sol refulgía en todo su esplendor y el castillo se encontraba sumido en un completo silencio. De repente, llamas surgidas de nadie sabe dónde comenzaron a subir y a penetrar por cada pequeño y recóndito lugar, dejando a quien quiera que estuviese dentro ninguna posibilidad de escape.

Entre los árboles, a una distancia prudencial del castillo ardiente, se encontraban un grupo de aldeanos observando como su mayor temor se consumía con una velocidad vertiginosa. Sus oídos eran colmados con el dulce sonido de los gritos y llantos de cuantos vivían allí.

Pero, ya cuando estaban a punto de marcharse, con la felicidad de un trabajo bien hecho, escucharon una potente y penetrante voz, tan maligna y llena de rencor que parecía salida del mismo infierno, una voz que no olvidarían mientras vivieran.

–¡¡Este no es el final!! –Gritó lo que parecía ser la voz distorsionada del conde –¡¡Juro que regresaré y os haré pagar lo que habéis hecho!! ¡¡Volveré...!!

Y con este último grito, como si de una orden se tratase, los últimos cimientos que quedaban en pie del castillo se derrumbaron con un ruido sordo y los aldeanos casi juraron que mientras volvían a sus casas pudieron sentir y oír una maniática risa que resonaba en lo más profundo de sus cabezas.

Pasaron los años y el pueblo al verse libre de la amenaza continuó su vida con normalidad, pero a pesar de eso nadie nunca olvidaba lo ocurrido en esa mañana. Los padres se lo contaban a sus hijos y los abuelos a sus nietos. Pero... como todo, llegó el momento del olvido y las últimas palabras del conde fueron olvidadas para siempre...

Porque los muertos no regresan... ¿verdad?




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