En en el Bosque

Capítulo 1

Transilvania, año 1410

La luz de la mañana bañaba sutilmente los campos, anunciando la llegada del nuevo amanecer, y poco a poco la vida comenzaba a despertar, acallando con su algarabía el silencio sepulcral de la noche. Sin embargo, para los habitantes de Kelton no había cambiado nada, aún quedaban unas horas para que el poblado abriera sus ojos. Ventanas y puertas herméticamente cerradas impidiendo el paso del frio y de los molestos rayos solares era todo lo que se podía apreciar en las desérticas calles.

Aunque contrario a lo que pudiera parecer no todos dormían. En una de las casas más alejadas del pueblo, casi en la linde del bosque, una figura se deslizaba de puntillas entre las sombras, teniendo excesivo cuidado en no despertar a su madre que aun roncaba profundamente en el dormitorio principal.

Suspiró con satisfacción al conseguir llegar a la puerta sin mayores complicaciones, lamentablemente sus escapadas matutinas no eran vistas con buenos ojos, pero, como todos los días, se aseguraría de volver antes de que su ausencia fuera notada. Se cubrió lo mejor que pudo con su capa roja, a estas horas tan tempranas el viento gélido podría engriparla y eso era lo último que necesitaba para delatar su falta.

Estaba por salir de la casa cuando unos pasos a su espalda la hicieron detenerse en seco y voltearse con la vergüenza de quien ha sido descubierto en algo mal hecho.

– ¿A dónde creéis que vais tan temprano? –habló Samuel con los brazos cruzados desde lo alto de la escalera que daba a las habitaciones.

– ¡Dios santo Sam! –Exclamó Marian llevándose la mano al pecho –no sabéis el susto que acabáis de darme, pensé que seríais madre.

–Tranquila, no creo que se despierte pronto, duerme como un tronco –el chico esbozó una sonrisa pícara –por ahora...

 – ¿Es eso una amenaza? –Marian levantó una ceja con incredulidad.

–Depende de vos hermana –el niño bajó las escaleras a saltos, aterrizando junto a la chica con la precisión de quien está acostumbrado –Si me lleváis...

– ¿Os habéis vuelto loco? –la joven frunció el ceño –Sabéis que madre nos prohíbe ir al bosque, es peligroso.

–Pero vos vais...

–Es diferente... –Marian se rascó la cabeza pensando en cómo podría hacer que su hermano desistiera de tal idea –yo ya soy mayor... ¿es que acaso no le teméis a los monstruos que abundan ahí fuera?

–Querréis decir al monstruo... –corrigió el niño y ambos se tensaron, no era un buen tema de conversación para iniciar la mañana –No le tengo miedo... además sé que salís todos los días y nunca os ha pasado nada.

–Eso es porque no me alejo mucho de casa, y también porque estoy casi segura de que él jamás deja su castillo, no lo necesita... –explicó la joven que para cuando se percató de su error ya era demasiado tarde.

– ¡Perfecto! –alabó Samuel aplaudiendo emocionado –Entonces no tenéis excusa para dejarme aquí, eso... o iré a llamar a madre ahora mismo.

–Está bien... –concedió Marian derrotada ahogando un suspiro, a veces olvidaba que el chico era casi tan terco como ella misma –pero no os separéis.

El niño asintió complacido y, colocándose su propia capa, siguió a su hermana al exterior de la vivienda. El aire frio del fin otoñal les dio de lleno en sus rostros y la joven sonrió divertida al ver como Samuel intentaba esconder su incomodidad. Se lo tenía merecido.

Marian agarró a su hermano fuertemente de la mano y ambos salieron corriendo en dirección al bosque, no había nada mejor para desentumecer los músculos congelados que un poco de ejercicio. A pesar de haber pasado toda su vida viviendo en el mismo lugar nunca nadie la oiría decir que amaba el invierno y para su desgracia aun no había caído ni la primera nevada, tendría que esperar mucho para ver florecer a las flores en su amada primavera.

El bosque estaba tranquilo, esta era la mejor hora para hallar un poco de paz ya que luego todo el espacio a kilómetros se llenaría de leñadores que, hacha en mano, se pondrían a talar los árboles y ya sería imposible disfrutar de un agradable paseo. No es que se quejara por supuesto, sabía que su poblado vivía de la venta de leña y como digna habitante de Kelton de sus labios jamás saldría una protesta contra lo que le daba de comer, pero aun así a veces sentía verdadera pena por las áreas verdes destruidas y los pequeños animales sin hogar. De todos modos tenía que admitir que el poblado no tomaba más allá de lo imprescindible para subsistir, aunque eso no era solo el resultado de la buena voluntad de la gente, sino debido a él…

La mano de Samuel, tironeando suavemente del vuelo de su vestido, la hace salir de sus cavilaciones y detenerse para prestarle atención.

– ¿Qué ocurre? –pregunta con preocupación al ver su cara asustada.

–No creo que debamos ir ahí...

Marian le acaricia la cabeza al pequeño con la intención de tranquilizarlo. Entiende su preocupación. Habían llegado al final de la zona del bosque permitida que marcaba el gran sauce. Luego de allí se encontraba el terreno que nadie se atrevía a pisar y todo por culpa del maldito monstruo que se había declarado dueño y señor de unas tierras que no eran suyas.

Gracias a él, el pueblo, antes rico y próspero, se había visto sumido en la pobreza y carencia al haber sido reducida estrepitosamente su zona de trabajo, ahora los aldeanos solo tenían permitido penetrar un quinto del bosque y de violarse esta ley estarían sometidos a la ira del conde que, a pesar de no dejarse ver nunca, tenía modos nada sutiles de castigar a los que lo desobedecían.




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