En en el Bosque

Capítulo 2

Una solitaria vela casi al terminar iluminaba la oscura habitación y la niña se encogía cada vez más en su dura e incómoda cama, intentando protegerse de los monstruos que se escondían en las sombras. La ventana cerrada amortiguaba débilmente la furiosa arremetida del viento contra ella y el golpeteo de la incesante lluvia. A pesar de no poder verse el característico resplandor de los poderosos relámpagos, su sonora presencia era más que suficiente, haciendo que la tétrica historia cobrara un matiz mucho más espeluznante.

–…Entonces la horripilante criatura se alzó furiosa y su aliento fétido dio de lleno en el rostro de los pobres niños que corrían despavoridos con la intención de escapar de su inminente muerte ¡Mas era inútil! –la mujer gesticulaba sin cesar con las manos, colocándole la intensidad justa a sus palabras y la niña tembló –Uno por uno los fue cazando ese ser diabólico y delante de sus compañeros los devoraba sin piedad. La sangre corría como un manantial de sus cuellos, escurriéndole por los ropajes hasta el suelo y los débiles cuerpos se retorcían intentando retrasar lo inevitable. Para el monstruo ese era el máximo deleite. Disfrutaba ver como la esperanza se iba esfumando de los débiles seres que, poco a poco, dejaban de luchar y se entregaban en manos de la muerte. Los demás, incapacitados de correr pues habían sido paralizados por su hechizante mirada que los obligaba a cumplir cualquiera de sus órdenes, no podían hacer más que esperar en una silenciosa agonía su turno, rogándole a Dios que el hambre de su verdugo fuese saciada de una vez. Pero eso jamás pasaba. Con una sardónica sonrisa se volteo hacia ellos y-…

–¡Basta! –gritó la niña sin querer escuchar más al tiempo que se cubría la cabeza con el grueso edredón mientras lloriqueaba sin parar –Por favor parad… no me gusta este cuento.

–A mí tampoco –confesó Helen con un suspiro mientras le acariciaba la cabeza oculta por la sábana –Pero así lo exige “él”.

–¿El monstruo? –preguntó Marian curiosa saliendo de su improvisada cueva, el miedo había sido sustituido por ganas de satisfacer su insaciable curiosidad.

–Si…

La mujer con el rostro cansado de quien no ha pegado ojo en días se volteo a la cuna ubicada justo al lado de la cama donde dormía plácidamente un pequeño bebe. Con una media sonrisa comenzó a mecerlo suavemente y cantarle en voz baja y apenas audible una vieja nana. Los truenos se sentían cada vez más agresivos y tenía miedo de que se despertase.

–Pero no lo entiendo… –continuó la niña quien no se había quedado para nada satisfecha con la respuesta –¿Por qué alguien querría que contasen historias tan horribles sobre sí mismo?

–Supongo que quiere que todos sepamos de lo que es capaz –volvió a explicar la madre –Además… ¿Cómo sabéis que son historias? A lo mejor solo son anécdotas de las que se regodea y quiere obligarnos a escucharlas.

Marian se quedó de piedra ante las palabras de Helen. Nunca, ni por un segundo, consideró que todo lo dicho por ella fuera real. De algún modo su tierna mente infantil le impedía creer que existiera alguien así de malvado. Pero si su madre lo decía debía ser cierto, confiaba plenamente en ella.

–¿Eso quiere decir que se comerá a Sophie? –la niña abrió los ojos horrorizada.

El bebé se removió intranquilo ante la exaltación de su hermana y la mujer le dirigió una mirada severa a su hija que enseguida bajo la cabeza apenada. Fuera parecía que la tormenta comenzaba a amainar puesto que los incesantes golpeteos de la lluvia contra la ventana habían disminuido considerablemente, sin embargo los poderosos truenos seguían igual de violentos y Helen era incapaz de predecir por cuanto tiempo lograría tener calmados a ambos críos.

–No lo sé pequeña –respondió sinceramente –Era una buena chica, esperemos que su sacrificio haya servido al menos para calmar al conde y que en lo sucesivo nos permita vivir nuestras vidas en paz.

–La he visto esta mañana –rememoró Marian soñadora –Estaba muy alegre ¡he incluso me regaló dulces! En cambio su madre, la señora Jones, parecía muy triste, no paraba de llorar…

–Es comprensible –Helen se frotó la cien, había temas de los que no sabía cómo hablar con su hija –Sophie fue escogida, es un golpe demasiado duro para cualquier madre, es posible que no la veamos nunca más.

–¿Yo también seré escogida madre?

Helen brincó de la sorpresa y le dirigió una mirada totalmente confundida a la pequeña, sin poderse creer que ella pensara en esas cosas. Pero, por primera vez, se había quedado completamente sin palabras.

–¡Claro que no! –exclamó decidida para quitarle las ideas absurdas de la cabeza –Sois demasiado pequeña, además, como os he dicho, el conde probamente se conforme con un único sacrificio…

–A lo mejor no quiere hacerle daño –pensó la niña mientras se sentaba en la cama emocionada creyendo haber dado con la clave de todo –Quizás se siente solo y necesita compañía ¿no lo creéis madre? Puede que solo tenga miedo de decirlo directamente y nos asuste para que le hagamos caso ¿no es lo que decís todo el tiempo de Phil? 

–¡Marian! –regañó Helen con efusividad mientras los ojos parecían querer salírsele de las cuencas y la niña se encogió en su lugar no entendiendo aquello que había hecho mal –¡El conde mata personas y Phil solo os ha tirado al lodo! ¿Cómo podéis siquiera comparar? ¡Os habéis vuelto loca acaso!




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