Hoy es 23 de abril, martes. Eso indica mi teléfono.
Empuño el bolígrafo y marco la fecha en el calendario de mi dormitorio; calendario que exigí a mi madre, ¿la razón? Necesito constatar mi presencia…
Tengo lagunas mentales, o no sé si llamarlo así. Hay días, como los de ayer, que no recuerdo nada. Tuve este problema en mi infancia, a los 9 para ser exactos; pasé por médicos, máquinas y finalmente, un psicólogo. Tras varias sesiones, las lagunas comenzaron a disminuir, hasta olvidar que algún día los tuve.
Pese a ello, jamás pude recuperar los recuerdos de cuando perdía el control.
Hace dos meses rompí la moqueta bermeja del descanso de las escaleras que dirigen al segundo piso, lo hice porque sentí una protuberancia redonda; descubrí un cajón secreto en él, al abrirlo vi unas cartas amarillentas, desgastadas por el tiempo, y un collar.
El collar era de esos que se podían abrir. Intenté ver dentro de él, sin embargo, el óxido impidió que pudiese hacerlo con mis dedos, así que fui a mi dormitorio, busqué un lapicero de punta fina; y no recuerdo más.
Ese día comenzó.
Al principio no me di cuenta de ello. Creí que eran errores míos. Luego pensé que la fecha de mi celular estaba mal, pero al llevar los cursos incorrectos a la escuela me hizo corroborarlo.
Estaba nerviosa e inquieta. Así era como comenzaba. Dormía y al levantarme ya habían pasado los días. Luego, perdía el control en cualquier momento. Era atemorizante. No quería que mis padres invirtiesen en mí nuevamente, no quería asustarlos.
Limpié mis lágrimas y conté los días que no… estuve. Uno, dos, tres, cuatro. Eran cuatro fechas que estaban en blanco. Miré hacia la izquierda, en donde se mostraba el mes de marzo, comparé, y los espacios vacíos se hacían más recurrentes en abril.
Fui hacia mi cama y tomé mi cartuchera, coloqué el lapicero y con intriga abrí uno de mis cuadernos. Estaban escritos…
Sin pensarlo más, me preparé para ir al colegio. Tenía varios mensajes por contestar. No sé cómo seguir con mi vida sin levantar sospechas. Estoy asustada. Tomé mi mochila y cuando llegué al descanso de las escaleras, me acerqué.
Estaba cosido.
No me atreví a preguntar a mi madre sobre la moqueta. Temía que se enterase. Tampoco supe algo del collar; ¿estaba nuevamente en el cajón?
—¡Naiela!
Llamó mi madre.
Di media vuelta y al bajar un escalón sentí miedo. ¿Si no lo enfrentaba cambiaría algo? Era una cobarde.
—¡Naiela! Llegarás tarde.
Fui hacia la protuberancia y dejé la mochila a un lado tras tomar el cutter. Lo deslicé hacia arriba y corté el hilo rojo de la costura. Tomé el anodino pomo y lo abrí.
El collar estaba ahí. Acerqué mis dedos y…
—¡¡Naiela!!
Me sobresalté, miré hacia atrás, en dirección de la sala principal, y vi los pies desnudos y sucios de una mujer que vestía de negro.
Cerré los ojos con ímpetu y me apoyé de mis manos, pues trataba de retroceder a rastras. Escuché el sonido de unos pies mojados sobre la madera, se acercaba a mí. Así que abrí los ojos y con parsimonia elevé la mirada.
«Bales» dijo ese ser.
Tras escucharlo, ya no estaba frente a mí.
Moví mi mano derecha hacia un costado, para tener más espacio de impulso, pues quería levantarme, lavarme el rostro y olvidar lo sucedido; sin embargo, mi mano quedó dentro del cajón.
No había fondo.
Miré el cajón y vi que todo estaba completamente negro. Saqué mi mano y me acerqué para verlo. De repente el rostro desfigurado y podrido de una chica apareció, me vio, estaba lejos.
«¡¡Bales!!» exclamó.
Su manó trató de salir del cajón y por reflejo me alejé. Me levanté y retrocedí tomando mi boca con la mano, impidiendo soltar un quejido. Un paso atrás más y caí por las escaleras.
La caída no fue rápida.
Y no estaba en casa.
Era oscuro y hacía frío.
Había árboles.
Había grillos.
Caía de un barranco.
Caía.
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Editado: 13.04.2025