En la Senda de la Fuerza Eterna

Capitulo 9 El Eco de Mí Mismo

Y con el mundo delante, sin permiso para detenerlo...Sebastián caminó.No hubo ceremonia. Solo pasos. Uno tras otro, hundiéndose en una tierra nueva, húmeda, más blanda que la anterior, como si el suelo respirara bajo él.

El aire se volvió más frío, más delgado. No se sentía viento… se sentía espera.Como si algo aguardara a que dijera lo equivocado.

A su costado, Virka se mantenía pegada a él.Su nueva forma humana era frágil y silenciosa.Ya no era la bestia de piel y garra, pero tampoco era una niña común.No sabía hablar aún.Se comunicaba como siempre lo había hecho: con mirada, con cercanía, con peso.Su brazo rozaba el de Sebastián como si temiera desvanecerse si se alejaba.

Narka los seguía detrás.Grande. Silencioso. Casi invisible, si no fuera por el calor que irradiaba su cuerpo.Su caparazón parecía absorber el gris del ambiente.No hablaba.Nunca lo había hecho.

Hasta entonces.

Primero, el sonido cambió.No fue una voz ajena.Fue su voz.

—¿Qué harás ahora?

La misma pregunta que le hizo Draila en el bioma anterior.Solo que esta vez no venía de ella.Ni de afuera.Ni siquiera del recuerdo.

—...¿harás ahora...?—...ahora...—...ahora...—...ahora...

El eco se arrastraba como sombra líquida. No se alejaba. Quedaba.Sebastián se detuvo.El mundo frente a él se desdibujaba. No había árboles, ni montañas, ni cielo claro.Solo neblina espesa y figuras quebradas, como si la realidad estuviera descompuesta, esperando ser olvidada.

Virka se detuvo a su lado. No dijo nada. Solo lo miró.

Él escuchó otra vez.Su propia voz, más joven. Más rota.

—¡Mamá!—¡No cierres la puerta!—¡Por favor, no…!—...por favor…—...por…

El valle no devolvía palabras.Devolvía heridas.Las que uno lanza al mundo, y también las que se piensan en secreto.

Y luego, algo nuevo. Algo que no era recuerdo.Una voz.Una frase que jamás había dicho, pero que lo atravesó como verdad:

—No naciste para vivir.Solo para resistir.

Sebastián se quedó inmóvil.No supo si era suya.O si el valle empezaba a pensar por él.

Y entonces, se oyó algo imposible.Una voz distinta. Grave. Profunda.Como piedra que se resquebraja por dentro:

—Este lugar... no miente.

Sebastián giró bruscamente.Virka también lo miró, sus ojos entrecerrados por el desconcierto.

Narka... había hablado.Por primera vez.

El niño dio medio paso atrás.En todo el tiempo que llevaban juntos, Narka había sido silencio y presencia.Una montaña viva. Un guardián sin lengua.Pero ahora... esa voz acababa de romper algo.

—¿Tú... puedes hablar? —susurró Sebastián.

El coloso no respondió de inmediato.Solo alzó un poco su cabeza.El único ojo fijo. Amarillo como raíz vieja.

Y luego, con voz de mundo cansado:

—No miento.Solo espero.Y cuando el silencio pesa más que el cuerpo... hablo.

Sebastián no supo qué decir.Por un momento, incluso el eco pareció callar.Como si el valle mismo quisiera escuchar.

Y en ese instante, Sebastián sintió algo que no conocía:Asombro.No por el lugar.Sino por darse cuenta de que incluso los que lo acompañaban tenían aún secretos.Y que él no era el único que empezaba a oír su voz por dentro

Y con ese asombro aún palpitando, Sebastián volvió a caminar.El suelo parecía latir bajo sus pies.No como corazón, sino como un recuerdo que se niega a morir.

El eco ya no repetía solo frases.Repetía intenciones.

—¿Qué... harás ahora...?—Ahora...—¿Ahora...?

Cada palabra regresaba como si el tiempo se hubiera enredado en sí mismo.Como si el pasado intentara dialogar con su sombra.

Virka caminaba sin despegarse de él.Pero su mirada estaba tensa.Sus ojos, por primera vez desde su transformación, no brillaban...Temblaban.

Sebastián sintió que algo en ella también comenzaba a fracturarse.

—No confíes en lo que suena —murmuró Narka detrás—.Ni en lo que no suena.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Sebastián, sin mirar atrás.

—Es el espejo de lo que callaste —respondió el coloso.

Y entonces, los vieron.

No eran criaturas.No eran humanos.Eran formas. Torcidas.Como cuerpos hechos de humo, doblados hacia adentro.Sus bocas estaban abiertas... pero no salía ningún grito.Solo el eco de cosas que Sebastián pensó en soledad.

—No soy suficiente.—Si muero, nadie notará la diferencia.—¿Por qué sigo respirando?

Palabras que nunca había dicho.Que jamás se atrevió a decir.Pero allí estaban.Flotando.Repitiéndose.

Virka se aferró a su brazo.Su tacto era más frío.Sus ojos... empezaban a llenarse de niebla también.

Y por primera vez, Sebastián pensó algo que no había querido pensar desde Draila:“Si ella no resiste aquí... se perderá.”

El valle no rugía.No lo necesitaba.Porque el ruido ya lo llevaba dentro.

No había viento.No había suelo.Todo era pensamiento sólido, carne de memoria, hueso de error.

Y desde ese abismo donde el eco se mezcla con el yo, emergió él.

El niño.Cinco años.Pies desnudos, cabello sucio, la mirada gastada de tanto esperar.No un recuerdo.Una verdad.Una presencia absoluta.

Pero esta vez, no traía ternura.No traía lágrimas.Traía juicio.

Avanzó sin miedo.Como si el valle le perteneciera.Como si él hubiera estado allí desde antes que todo.

—Yo soy tú.Pero sin las máscaras.

Y fue entonces cuando Sebastián lo vio:

La pulsera roja.Atada firme, limpia, aún viva, enrollada en el delgado brazo de su yo de cinco años.Llena de significado.Llena de esperanza.Llena de lo que alguna vez creyó que podría salvarlo.

Sebastián bajó la vista a su propio brazo.No la muñeca.Su bíceps.

Ahí estaba la misma pulsera.Pero no era la misma.Era una ruina de lo que fue.Desgastada, ennegrecida por sangre, tierra y decisiones.No parecía un recuerdo.Parecía una cicatriz que no sanó.Un símbolo que sobrevivió, pero deformado.

El niño lo miró con ojos que no temblaban.Y habló.No como alguien roto.Como alguien despierto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.