En la Senda de la Fuerza Eterna

Capitulo 15 Donde la Eternidad Deja Huellas

Y Sebastián se quedó solo.
Pero ya no dividido.

El eco de sus pasos ya no se oía como ruptura.
Se oía como parte del lugar. Como si por fin, la Grieta de los Espejos lo aceptara no como huésped… sino como reflejo completo.

No había enemigos.
No había guías.
Solo cristal, sombra… y la respiración de un mundo que aún no lo consideraba digno.

El Qi en su interior ya no rugía por espacio.
Giraba lento. Denso.
Como una serpiente dormida enroscada alrededor del núcleo invertido, absorbiendo y digiriendo cada pensamiento, cada emoción no resuelta.

El Dao no mostraba palabras.
Solo presión.
Presión que no venía de afuera… sino de sí mismo.

Sebastián se sentó.
No con prisa.
No con miedo.
Sino con una calma tan pura, que parecía ajena a su edad.

Y mientras la Grieta comenzaba a cambiar —como si respirara junto a él—, Sebastián cerró los ojos.

El mundo interior no se abrió como un paisaje.
Se comprimió.

Todo lo que había visto, lo que había destruido, lo que había sentido… ahora regresaba.
No como juicio.
Como materia prima.

El Qi comenzó a fluir.
No desde afuera, sino desde dentro.
Desde ese núcleo vivo que latía no como órgano, sino como grito contenido.

Y allí, en ese silencio donde el tiempo no se medía por luz ni por sombra, Sebastián empezó su ascenso.

Ya no bastaba con resistir.
Ahora debía profundizar.

Porque si quería alcanzar el Reino 6: Núcleo de Qi Activo, no bastaba con absorber más energía.
Tenía que entender su existencia.
Y dejar que el Dao le mostrara… lo que debía dejar atrás.

Un nuevo ciclo comenzaba.
Y esta vez, no se trataba de pelear.

Se trataba de permanecer.

El Qi ya no buscaba fuerza inmediata.
Buscaba raíz.

Cada inhalación era una pregunta.
Cada exhalación… una pérdida necesaria.

En ese lugar donde no había estaciones ni relojes, Sebastián comenzó a contar el tiempo de otra forma:
Por cada cambio en su intención.

El primer mes pasó como una exhalación lenta.
Su cuerpo seguía igual.
Pero su interior… ya no lo obedecía por órdenes, sino por resonancia.

Sus zonas de Qi ya no eran territorios externos.
Eran extensiones de su voluntad.

La Senda del Cuerpo Indómito, antes una técnica de resistencia brutal, comenzaba a afinarse.
Los músculos dejaban de apretar.
Ahora contenían.

Los huesos ya no crujían al recibir Qi.
Lo acogían como un ritmo.
Como si hubieran esperado ese tipo de flujo durante años.

Pero no era simple adaptación.
Era transformación.

Porque algo más profundo que la técnica, más antiguo que la práctica… comenzaba a latir.

El Dao.

No como doctrina.
No como un maestro.
Sino como un espejo invertido: no mostraba lo que era, sino lo que aún no había podido asumir.

Sebastián se arrodilló ante esa idea.
No porque se rindiera… sino porque ya no necesitaba imponerse.

El segundo mes llegó con recuerdos distorsionados:
Virka, en sus primeros días.
Narka, cuando callaba con intención.
Y su madre… con ojos que ya no recordaba, pero cuyo vacío aún dolía.

No lloró.
No rugió.

Solo dejó que todo eso entrara… como Qi emocional.
Como capas de sentido.

Y al dejarlo pasar, entendió:
Que su fuerza no vendría de ignorar su pasado.
Sino de sostenerlo… sin dejar que lo devore.

El vórtice en su interior cambió de color.
Del blanco impuro… al gris denso.
No era limpio, pero era propio.

Y por primera vez, Sebastián comprendió que su cultivo… no se trataba de subir.

Se trataba de profundizar. Y al profundizar… el dolor cambió de forma.

Ya no era punzante.
No gritaba.
Era una presión densa.
Silenciosa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.