En la sombra

Capitulo uno

Alma conducía por la carretera. El pelo se le despeinaba con el viento, los ojos le lloraban y eso hacía que su vista fuera borrosa, haciendo que el auto bailara de derecha a izquierda. Pero no le importaba; necesitaba alejarse todo lo que pudiera. Llevaba toda la noche conduciendo y no se sentía a salvo, pero cuando sus ojos comenzaron a cerrarse no le quedo otra opción que parar en el siguiente motel.

Unos kilómetros más adelante, llegó al motel más viejo y sucio que pudo encontrar. En el mostrador había solo una mujer de unos cuarenta años que tenía un labial rojo, al igual que su pelo corto hasta los hombros. La piel arrugada y la mirada de alguien que ha tenido una vida dura la hacían ver más vieja de lo que era. Miró a la joven con un deje de deseo malicioso.

-Hola, quisiera una habitación, por favor -dijo Alma con voz baja; no podía evitar dejar salir los buenos modales que se le habían exigido toda su vida.

-Son treinta mil la noche, pero por otros diez incluyes la compañía. -le dijo, pasándose la lengua por los labios, mirándola fijamente. Asustada, contestó con un pequeño "no, gracias". No sabía cómo reaccionar; no era una situación común para ella, huyendo y, por primera vez, sin sus padres para solucionar sus problemas. Estiró la mano, recibiendo la llave y una caricia en la palma de la mano de la mujer. Temblando, caminó rápido a su habitación, puso el seguro en la puerta, pero aún podía escuchar la risa de la horrible mujer. Respirando profundamente, se sentó en la cama; sentía frío, se quitó la ropa y se metió a la ducha hasta que su piel se puso roja. Saliendo envuelta en una nube de vapor, se miró al espejo: su pelo rubio parecía un nido de pájaros. Trató de peinarse con los dedos, pero era inútil. Sus ojos azules ahora estaban rojos por haber llorado. Se metió a la cama y trató de dormir. Pasó media hora dando vueltas en la cama; no podía conciliar el sueño, tenía hambre, no había comido desde hace horas y comenzaba a sentirse mareada.Tenía miedo de salir y encontrarse con la mujer, pero no tenía opción. Reuniendo valor, se vistió y abrió la puerta. La única máquina expendedora estaba en el estacionamiento, que a esa hora estaba desierto. El único auto estacionado era el suyo. Compró unos chocolates, papas y algo para beber; no era lo más saludable, pero no había para escoger. Cuando sintió en su oreja el aliento de la mujer, que apestaba a café, se dio la vuelta lentamente, encontrándose con la mujer muy cerca de su rostro.

-Hola, preciosa-, le susurró la mujer a la vez que ponía una mano en su cadera.

Alma se alejó y su espalda choco contra la máquina expendedora, dejándola acorralada.

-Solo es el cansancio-, contestó asustada.

-¿Necesitas que te cuiden? -preguntó a la vez que con una mano la tomaba por la cintura y la otra le acomodaba el pelo tras la oreja. - "No", tartamudeó; no sabía qué hacer, estaba sola, quería correr, pero su cuerpo no respondía, estaba paralizada por el miedo. Podía sentir las manos de aquella mujer bajando por su cintura hasta sus piernas. Cuando vio las luces de un camión que se acercaba , de él bajó un hombre alto, con una enorme barriga y rostro serio, que le gritó a la mujer: - ¡Natalia, deja a la niña! Gracias al momento de distracción, Alma pudo soltarse del agarre de Natalia y corrió a su habitación. Se metió en la cama y se tapó hasta la cabeza, como una niña pequeña cuando está asustada. Estaba temblando muy fuerte cuando sintió un golpe en la puerta. Se quedó quieta, esperando que la persona al otro lado se fuera. Otro golpe y la voz del camionero: - No te asustes, niña, soy el hombre del camión. Solamente quiero saber si estás bien. No tienes que abrir la puerta si no quieres, pero estaría más tranquilo si me dijeras Que esa basura no te lastimó. Su voz, a diferencia de su aspecto, era suave y tranquila. Salió de la cama y abrió ligeramente la puerta. "No te voy a lastimar, te traje esto que dejaste caer." Era la comida de la máquina expendedora; había puesto todo en una bolsa y se lo entregó.

"Gracias," dijo mientras tomaba sus cosas. "Te dejé un sándwich de lechuga y tomate. No es bueno que comas únicamente chatarra, y no te preocupes por Natalia, no se va a acercar a ti otra vez." Alma nada más pudo asentir con la cabeza; quería llorar. "Si no te molesta que pregunte , ¿qué edad tienes, niña?"

"Tengo veinte años, no soy una niña." El hombre sonrió. "Me recuerdas a mi hijo, tiene tu edad y cree que es un adulto." "¿Dónde están tus padres?" -"Viajo sola." "Seguro que sí. Mira, no me quiero meter en tus asuntos o en el problema en el que estés metida, pero tienes que cuidarte. Personas como Natalia están por todas partes y, aunque no te guste admitirlo, aún eres una niña." - Tendré cuidado, parece que no es la primera vez que salvas a alguien de ella - el hombre dio un suspiro. - No, no es la primera vez, siempre se aprovecha de las chicas jóvenes. - ¿Por qué no la denuncias? - Ya lo hice, muchas veces, pero nadie toma en serio las denuncias por aquí. - En su rostro se leía la culpa por no poder hacer nada; lo único que le quedaba era intentar ayudar a cuántas chicas pudiera. Inclinando la cabeza, se despidió. - Adiós, niña, cuídate. - Alma cerró la puerta y se dispuso a comer y luego a tratar de dormir.

A la mañana siguiente, despertó desorientada, sin recordar cómo había llegado a aquel lugar. Se levantó y, mientras se restregaba los ojos, los recuerdos comenzaron a llegar. Había escapado de casa y estaba sola. Quiso llamar a su madre, pero sabía que si ella le ordenaba volver con aquel tono que le daba escalofríos, le obedecería enseguida. Tenía que seguir su viaje; el problema es que no sabía a dónde dirigirse, no tenía a dónde ir, no tenía amigos en quienes confiar y el resto de su familia eran unos traidores que no dudarían en entregarla. Solo quedaba seguir conduciendo; ya cruzaría ese puente más tarde. Se vistió rápidamente, trató de peinarse y tomó el único equipaje que tenía: una mochila blanca de Michael Kors, uno de los últimos regalos de su padre. Entregó la llave a Natalia; la mujer prácticamente se la arrebato de la mano sin levantar la vista. No sabía qué le habría dicho el camionero, pero al parecer sirvió de algo. Alma se subió a su auto y, antes de partir, encendió su celular. Necesitaba encontrar algún lugar donde pasar algún tiempo y que no la reconociera nadie. Puso el GPS, ignorando todas las llamadas perdidas y mensajes, y buscó por un largo rato hasta que lo encontró: un pueblito que estaba casi perdido del resto del mundo, "Río Oscuro". El nombre no era muy alentador, pero esperaba esconderse una temporada.




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