En la ventana

Capítulo 1. La ventana.

Me levanté apagando rápidamente la alarma junto a mi, odiaba que sonara más de lo necesario.

Me levanté apagando rápidamente la alarma junto a mí, odiaba que sonara más de lo necesario.
Me coloqué las calentitas pantuflas y caminé arrastrando los pies hasta el baño, hice mi rutina mañanera y luego me di una relajante ducha para luego salir de allí con una toalla alrededor de mi cintura. Caminé a la cocina y comencé a calentar el café, mientras eso ocurría podría vestirme-pensé-y así lo hice. Regresé a mi habitación y allí me coloqué mi pantalón de mi vestir, mi camisa blanca, sujeté una incómoda corbata a mi cuello y luego los zapatos.
Regresé a la cocina y mientras tomaba mi café con algunas tostadas revisaba mis notas sobre lo que debía enseñar el día de hoy.

Ser profesor era algo abrumador, al menos para mí, y la montaña de pruebas perfectamente apilada sobre mi escritorio lo confirmaba.

Cuando terminé mi corto desayuno me dirigí a la mesita de café que tenía junto a la ventana para tomar mi maletín y colocar algunas pruebas ya calificada. Miré por la ventana para corroborar el tiempo, estaba algo nublado fuera por lo que llevar un paraguas no lastimaría a nadie. Antes de alejarme del enorme pedazo de cristal una silueta detrás de la ventana de la casa de al lado me distrajo.
Una mujer estaba sentada junto a la ventana, leía tranquilamente un libro con una taza de café en su mano sobrante. Llevaba viviendo en esta casa más de ocho años y nunca me había percatado –ni siquiera interesado- que junto a mí vivía una mujer tan hermosa.
En definitiva todo esto me hacía gastar tiempo preciado, dejé de divagar y terminé con lo que debía antes de salir y subir a mi coche, antes de poner el vehículo en movimiento no pude evitar mirar hacia la ventana. La mujer ya no estaba allí e incluso todo se veía obscuro –sigues desperdiciando tiempo-pensé.  

Estacioné en el estacionamiento de la preparatoria y luego caminé directo a la sala de los profesores, saludé a algunos compañeros y luego me quedé allí leyendo hasta que el timbre anunció que debía marcar mi presencia en el salón ahora.

—Muy bien, teléfonos en sus mochilas o sino serán llevados al despacho del director, nada de chicles, nada de comida, nada de charlas y su vista al frente, ¿sí?—miré a mis alumnos que me miraban serios, algunos asintieron ante mis repetitivos anuncios de cada día y otros sólo me ignoraron.

—Profesor, ¿hará el mismo discurso cada día? Ya lo sabemos—refunfuñó un alumno.

­—Por esas razones siempre digo lo mismo—señalé un alumno al fondo del salón que rompía cada regla que había dicho al entrar al salón—Jeremías, al despacho del director-me miró molesto.

—¿Otra vez?—exclamó.

—Algún día aprenderá-me encogí de hombros mientras me giraba para comenzar a escribir en la pizarra—luego puede pedirle a sus compañeros los apuntes—escuché la puerta dar un portazo y confirmé que la presencia del muchacho ya no estaba—muy bien, continuaremos con lo que estábamos la clase pasada.

Luego de unas cuantas horas de clase en clase, enseñando sobre diversos temas, finalmente mi día laboral había acabado –si no pensaba en las mil pruebas que aún me quedaban por calificar-.

Llegué a casa enloquecido por comer algo real y no apenas un par de frutas. Coloqué una hoya para que hirviera agua, y cuando eso comenzó a pasar coloqué algunos fideos dentro para luego taparlo con la tapa correspondiente. Tenía un buen de tiempo antes que eso acabara, por lo que tomé algunas pruebas y las coloqué en la mesita de café junto a la ventana. Me senté allí y comencé a leer las sartas de disparates que mis alumnos osaban en escribir como si yo fuera un pésimo profesor. Luego de tres infernales pruebas me resigne, lloraría en cualquier momento.
Regresé a la cocina donde mi comida esperaba por mí, la coloqué en un plato y luego de ponerle algo de salsa volví a la mesita para seguir sufriendo un poco más.

Luego de unas tres horas, mi plato ya se encontraba vacío y una buena cantidad de pruebas estaban calificadas. Me quité mis gafas y masajee mis ojos, me ardían demasiado y comenzaba a sentir el peso del día. Me relajé en el pequeño sofá y me quedé mirando por la venta algunos momentos.

La luz en la ventana de enfrente llamó mi atención y fue inevitable no mirar en tal dirección. Mi vecina acababa de entrar en la sala, se movía suavemente siguiendo algún tipo de melodía que no podía oír, traía una taza en la mano lo que indicaba que aún seguía tomando café, creo que eso era demasiada cafeína para un solo día. Se movía tan lentamente, tan tranquila que hasta parecía que flotaba sobre el suelo. Había quedado tan hipnotizado mirándola que apenas me había dado cuenta cuando el teléfono de mi casa comenzó a sonar.

Para cuando levanté el tubo del otro lado habían decidido desistir y finalizar la llamada. Volví a donde estaba segundos ante y al regresar mi mirada a la ventana la muchacha ya no se encontraba ahí y todo estaba nuevamente obscuro. ¿Quién demonios era ella?

Me levanté apagando rápidamente la alarma junto a mí, odiaba que sonara más de lo necesario.
Me coloqué las calentitas pantuflas y caminé arrastrando los pies hasta el baño, hice mi rutina mañanera y luego me di una relajante ducha para luego salir de allí con una toalla alrededor de mi cintura. Caminé a la cocina y comencé a calentar el café, mientras eso ocurría podría vestirme-pensé-y así lo hice. Regresé a mi habitación y allí me coloqué mi pantalón de mi vestir, mi camisa blanca, sujeté una incómoda corbata a mi cuello y luego los zapatos.
Regresé a la cocina y mientras tomaba mi café con algunas tostadas revisaba mis notas sobre lo que debía enseñar el día de hoy.

Ser profesor era algo abrumador, al menos para mí, y la montaña de pruebas perfectamente apilada sobre mi escritorio lo confirmaba.

Cuando terminé mi corto desayuno me dirigí a la mesita de café que tenía junto a la ventana para tomar mi maletín y colocar algunas pruebas ya calificada. Miré por la ventana para corroborar el tiempo, estaba algo nublado fuera por lo que llevar un paraguas no lastimaría a nadie. Antes de alejarme del enorme pedazo de cristal una silueta detrás de la ventana de la casa de al lado me distrajo.
Una mujer estaba sentada junto a la ventana, leía tranquilamente un libro con una taza de café en su mano sobrante. Llevaba viviendo en esta casa más de ocho años y nunca me había percatado –ni siquiera interesado- que junto a mí vivía una mujer tan hermosa.
En definitiva todo esto me hacía gastar tiempo preciado, dejé de divagar y terminé con lo que debía antes de salir y subir a mi coche, antes de poner el vehículo en movimiento no pude evitar mirar hacia la ventana. La mujer ya no estaba allí e incluso todo se veía obscuro –sigues desperdiciando tiempo-pensé.  




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