En las Fauces del Lobo

3. Un chico inexpresivo y una sensación particular

Sombras        

Sombras. Ignoradas y especiales. Aparecen y desaparecen, pero cuando no se ven siempre están ahí. Observan cosas que nosotros no somos capaces de percibir, sin embargo, nunca nadie se ha sentado a charlar y tratar de entender a su propia sombra.

Tal vez si les diéramos la oportunidad de expresarse todo sería distinto. Quizá las respuestas llegarían de forma sencilla y la oscuridad no sería vista como maldad. Solamente es un tal vez...

—¿Disculpa? —inquirió la señorita Brighton con los ojos entreabiertos mientras Rowena se volvía un manojo de nervios.

Ambas guardaron silencio y la habitación se lleno de sombras que nadie prestó atención, el ambiente se volvió denso y a Rowena le costaba respirar, creyendo que se trataba de los nervios.

—Es una du-duda —titubeó la muchacha.

—¿Por qué preguntas eso? —inquirió la anciana.

Rowena tragó con fuerza, su saliva parecía estar hecha de rocas, le raspó la garganta y se vio forzada a hacer una mueca.

—Solamente le estaba dando vueltas al asunto y quería saber si...

—No lo hagas —espetó la señorita Brighton mientras llenaba las bolsitas.

Rowena apretó sus labios y, por inercia, mordió su lengua. Sobresaltada observó a la anciana que se encorvaba por encima del mueble y con sus lánguidos dedos le pidió que se acercara.

Una sensación invadió el cuerpo de Rowena, dio un paso al frente y, reteniendo el aire se acercó mientras apretaba el paso, como si no quisiese avanzar por el miedo que sentía. Los ojos de la anciana eran oscuros y no se podían observar más allá de ellos.

Las sombras observaban con impaciencia la escena y, como decía, eran capaces de observar dentro de los ojos de la señorita Brighton, así como Rowena no podía hacerlo.

—Pero yo... —musitó Rowena una vez cerca de ella, como si tuviera la necesidad de responder a lo anterior.

—No hagas esas preguntas a las demás personas del pueblo, te cortarían tu afilada lengua antes de que pudieses siquiera terminar de formularla.

Rowena tragó en seco, una vez más.

—Yo solamente quería saber si...

—¿Acaso viste algo? —inquirió la mujer— ¿Viste algo dentro del bosque? Si es así, aléjate. Ya nadie quiere ver más de esas historias por aquí.

Los habitantes de Mazefrek estaban aterrados, el bosque era su punto débil.

Rowena retrocedió unos pasos y pegó su cesta a su cuerpo.

—No vuelvas a preguntar nada de eso. Nadie debe escucharte, Rowena Wölgub y no te atrevas a desafiar las leyes de este pueblo. Jamás entres al bosque, ¿me entendiste?

La muchacha se limitó a asentir con la cabeza mientras retrocedía con paso vacilante, antes de salir, trastrabilló por el cuerpo de Yen y ambas salieron. El ambiente denso la dejó, permaneció en el interior del local mientras ella recuperaba sus fuerzas.

Era la primera vez que se sentía tan incómoda con la presencia de la señorita Brighton.

Pero sus martirios no terminaban ahí. Cuando abrió los ojos que, de forma enigmática había cerrado, se encontró con una figura con la que ya había tenido una pesadilla. ¿Acaso la estaba siguiendo a todas partes o en serio el pueblo era tan pequeño siempre se terminaban por encontrar?

Pero Rowena estaba cansada de esas sensaciones y supersticiones. Estaba dejando de ser ella misma cuando la última luna llena se hizo aparecer y cuando tres chicos llegaron a habitar el pueblo. Observó a Yen por un microsegundo, ajustó su cesta y avanzó hacia él con paso decidido.

Él no se inmutó. La observó con indiferencia.

—¿Se te ofrece algo? —inquirió Rowena exasperada— Porque es demasiado curioso que te aparezcas en mi campo de visión cada vez que doy la vuelta —achicó sus ojos y observó los azules de él. La altura era clara. Él era mucho más alto que ella, pero eso no era una objeción para que Rowena se retractara de su fuerza—, deja de observarme, deja de seguirme porque no entiendo cuál es tu problema. ¿Quieres compartírmelo para arreglar las cosas o simplemente me dejas en paz?

Él la observó. No formó ni una sola mueca, la observaba como si fuese el bote de basura vacío de la esquina y, como si se hubiese aburrido, dejó de escucharla y avanzó para apartarse de ella.

Rowena lo miró atónita y volvió sus manos puños. Mordió su labio y se decidió en que no quedaría de esa forma, no sería ridiculizada ninguna vez más. Estaba harta de que todos la viesen como alguien extraña que jamás llegará a algo en la vida. Estaba cansada de que dijesen que tenía problemas mentales y, lo que más le hartaba, era que no la escuchasen realmente. Solamente su padre entendía sus palabras.

Como un impulso, lo siguió.

—Te estoy hablando, chico extraño —espetó, pero él no dejó de caminar, Rowena apuró su paso para intentar acercarse— ¿Eso quiere decir que vas a dejar de seguirme? ¿Y de observarme?

Entonces sí se detuvo. Le lanzó una frívola mirada e indagó en los ojos turquesas de Rowena.

—¿Y quién dijo que te seguía a ti?

Rowena lo observó extrañada, sorprendida, pero enseguida achicó los ojos.

—Si no me sigues, ¿entonces por qué siempre apareces donde yo y me estás observando tan expectante?

—¿Por qué hablas de esa forma? —se limitó a decir, retomando el paso con indiferencia—, ahora entiendo por qué no tienes amigos.

Ahora fue Rowena quien se detuvo.

Observó la espalda del extraño que se alejaba lentamente, como si no le importase nada mientras las miles de preguntas atacaban al pobre cerebro de Rowena. Él se veía tan relajado y Rowena estaba tan atormentada.




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