En las Fauces del Lobo

6. Lluvia en Mazefrek

En Mazefrek nunca llueve        

En Mazefrek nunca llueve. Es extraño que la lluvia caiga repentinamente si no es en otoño, era una sequía total en las demás estaciones y entre todos regaban las áreas verdes, como la Orilla del Cuerno o las afueras.

Muchos creían que no llovía en el pueblo por la misma maldición de la bruja.

Cuando Rowena despertó al día siguiente, recordó que no podía salir de su habitación. Estar durante media luna encerrada en su alcoba sería un eterno infierno para ella.

Se levantó después de que Yen se le colocase encima. ¿Debía cambiarse aún si no iba a poder salir? ¿Cómo le haría su padre?

¿Qué acaso el Sabio no veía que él estaba tan mal que no podía hacer todo lo que Rowena hacía por él? Era patético.

Rowena pensó que de sabio no tenía nada. Era una idea sin fuerza que el más viejo del pueblo fuese el que rigiera todo. Los viejos no siempre son los más sabios.

Rowena sabía que ella era mucho más sabia que cualquier adulto del pueblo y no era vieja. Era de las más jóvenes, aún con sus veintiún años.

Se sentía sucia, así que se levantó de la cama, acomodó las cobijas y sacó del armario un vestido azul. Cerró la ventana con las cortinas viejas y se vistió rápidamente. Cuando arrastró la silla del escritorio para sentarse y contemplar la ventana, la puerta se abrió.

Rolan se sujetaba del bastón y con su mano libre cargaba un plato con el desayuno. Rowena se levantó con torpeza y caminó a él.

—Pero, papá —rezongó—, ¿a qué hora te levantaste a hacer esto?

Rolan se encogió de hombros.

—De todas formas, no pude dormir.

Rowena sintió una punzada en el pecho.

—Necesito que me cuentes, Rowena —murmuró en un ruego— Necesito saber por qué estás confinada.

Rowena sintió que era lo único que podía hacer por su padre en aquellos momentos. Se dispuso a hablar, sin embargo, soltó:

—Parte del confinamiento es no hablar con nadie.

Rolan se entristeció.

—Nadie va a irrumpir en mi casa mas que nosotros —protestó— si ese Sabio con peste de podrido vuelve a pisar mi entrada, entonces conocerá al Aventurero Wölgub —amenazó con enojo.

Rowena se carcajeó.

—Por favor —pidió una vez más, observando a su hija a los ojos— ya soy viejo, Rowena y este disgusto no sé si pueda con él. ¿Por qué el pueblo te aleja? ¿Por qué te tienen tanto miedo tan de repente?

Rolan estaba devastado. Siempre se sintió roto y casi sin esperanza después de su aventura más trágica, sin embargo, había tratado de ocultar su pésame. Hasta aquel día.

Su mundo se derrumbó cuando vio a Rowena hecha añicos en el pórtico de la casa, junto al Viejo Sabio del pueblo. Estaba tan herida y sucia que se imaginó lo peor.

Hasta que mencionaron las palabras justas de todo un temor.

—Como te informaron, papá, entré al bosque.

Eso bastó para que Rolan lo creyese.

—Eso lo sé —reprochó con el corazón roto—, pero no logro comprender por qué.

Rowena ladeó una mueca y juntó sus manos sobre su regazo.

—Así he estado los veintún años de mi vida —informó—, cada pregunta que hago recibe una respuesta, pero no la más importante: ¿por qué? Siempre has evadido responderla y no entiendo precisamente por qué.

Rolan guardó silencio y contempló a su hija. Le daba la razón. Quizá no podía pedirle que se explicara a detalle lo que había sucedido (como ella solía hacerlo por cuenta propia) cuando él le ocultaba toda la historia.

Rowena jugueteó con sus dedos.

—¿Y vas a decirme quién era el chico que estaba frente a tu ventana anoche?

—Era Darion —respondió, quitándole el plato a su padre para que pudiese sostenerse mejor— vino a traerme a Yen.

Darion —repitió Rolan— ¿el mismo que te sacó del bosque?

Rowena asintió con la cabeza. Moría de ganas por relatarle todo a su padre. Sabía que él la entendería mejor que nadie, pero también ella necesitaba respuestas.

—Papá —llamó, después de dejar el plato sobre el escritorio—, ¿por qué nunca respondes mis por qué?

Rolan se sostuvo del bastón y observó a su hija, quien se movía inquieta.

—Me gustaría que recibieras esa clase de respuestas cuando yo ya esté muerto. Seguramente ése será el momento perfecto, planeado por el destino, donde yo ya no deba protegerte y las estrellas te guíen.

—Pero ¿qué dices? —gritó Rowena tirando el plato. El cristal se rompió y la comida se desparramó.

—No grites, Rowena —pidió su padre, con temor de que algún vecino escuchar y los fuese a acusar con el Sabio.

Rowena llevó sus manos a la boca.

—¿Cómo osas en hablar de tu muerte? —le recriminó, acercándose a él.

—Cuando lo entiendas todo, comprenderás lo que digo.

—Quiero comprender y, en cualquier caso —tomó la mano de su padre— ¿cómo tendré mis respuestas después de tu lecho de muerte?

—Las tendrás —murmuró Rolan— es una promesa. El destino tiene todo preparado, las estrellas serán tus cómplices. Todo eso sabrá en qué momento es el mejor para que tú sepas toda la verdad.

K'le gobben —murmuró Rowena, maldiciendo y Rolan la observó atónito.

—Ese lenguaje —le reprochó.

—No puedo pensar en otra cosa —respondió, cruzándose de brazos— ¿cómo quieres que me disculpe? Toda mi vida anhelé las respuestas y ahora me dices que, para conseguirlas, es necesario que tú mueras. Mi padre. Lo único que tengo en esta vida —murmuró Rowena mientras su voz se quebraba.

Rolan suspiró y se acomodó sobre el bastón.




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