En las Fauces del Lobo

8. Rowena en las Fauces del Lobo

Despedidas        

Despedidas. Duras, frías y llenas de lágrimas. Las despedidas nunca son fáciles porque siempre significan una cosa: alejarse y olvidar.

Rowena meditó sobre ello mientras pegaba sus rodillas a su pecho. No había tenido la oportunidad de despedirse de Mazefrek, no había podido decirle unas últimas palabras, ni al pueblo, al árbol, la Orilla del Cuerno o a su padre.

Quizá eso estaba bien. Tal vez el destino no quería que se despidiera para que olvidase, tal vez por ello no tuvo la oportunidad de decir «adiós». Sabía que el universo le tenía una sorpresa ahora que la había alejado de todo lo que conocía.

O al menos le tranquilizaba pensar eso. Quizá por fin tendría su cuento de hadas y viviría muchas aventuras.

Sin embargo, estaba aterrada. Estaba sola (con Yen, su perrita), en el bosque. Todavía era de noche y las estrellas a penas se dejaban ver por entre las copas de los árboles.

Si tan solo pudiese subir a ellos... pero estaba tan oscuro que cualquier paso en falso y caería al vacío. El suelo debajo de ella estaba lleno de ramitas que la astillaban y bellotas que crujían al romperse bajo su peso.

Yen estaba junto a ella, sentada de forma extraña y observando el vacío, quizá quería proteger a Rowena de la misma oscuridad, de las sombras que se extendían por todos los lados, danzando a su alrededor y susurrándole frases incomprensibles que Rowena apenas percibía como el murmullo del viento.

Darion la había salvado y al mismo tiempo la había llevado a la muerte. El bosque estaba maldito, ella lo sabía, lo sentía. Cada respiración era como aspirar somnífero. Se adormilaba y quería huir.

Pero ya había huido.

No podía regresar o buscar una salida. Debía esperar a Darion. Él dijo que la esperase en el interior del bosque, que se adentrara tanto hasta ya no ver la salida ni la entrada. Hasta estar segura, donde nadie pudiese entrar a buscarla.

Y así lo hizo.

Permaneció despierta, asustada y observando al frente. Tenía miedo se dirigir su mirada a los extremos o hacia atrás, sentía los ojos de muchos seres sobre ella, seres desconocidos, gente que no conocía.

Quizá moriría en el interior del bosque en vez de en la hoguera, pero al menos sabría que hizo el intento de sobrevivir.

Removió la tierra con el dedo y con las ramitas que encontraba. Así dejó que su mente fuese a otra parte y no se estancara en todo el temor que sentía en esos momentos.

⋆☽⋆

Rolan logró levantarse pasados los minutos, se había permitido pensar y sollozar a mitad del pueblo, en el Centro del Oval, pensando que estaba completamente solo cuando, en realidad, estaban los tres forasteros observándolo a varios pasos. En total silencio.

Al levantarse y observarlos, hizo una mueca repentina y se enjugó las lágrimas que le quedaban. La vergüenza lo inundó, sin embargo, se trataba de su hija, la gente debía comprenderlo.

Su única hija.

La que alegró su vida después de sus muchas tragedias.

La que lo salvó después de ya no poder aventurarse a la vida.

Los cuatro se observaron, Rolan no se movió, pero con cada respiración que daba, tenía más fuerza y energía; los tres hermanos no gesticularon ni hablaron, permanecieron de pie como sombras.

Y Rolan no sabía qué hacer al respecto.

¿Acaso debía moverse? ¿Decir algo? ¿O simplemente debía permanecer de pie hasta que algo sucediese?

Ciertamente Rolan desconfiaba de los forasteros, no por el simple hecho de ser forasteros (aunque era de extrañarse), sino porque sabía que algo no estaba bien con ellos.

Quizá algo ocultaban.

Pero Rolan no estaba en disposición de juzgar si así era, porque él ocultaba muchas otras cosas. Tanto a su hija como al pueblo.

Le había prometido a Rowena todas las respuestas después de su muerte y el destino parecía estarse tardando. Si Rowena ya estaba lista para ser condenada a muerte y huir, ¿no estaba lista para conocer toda la verdad?

Con ese pensamiento, observó el cielo.

No era que quisiese morir, prefería ver a su hija seguir creciendo, ver cuando fuese completamente una mujer, una aventurera...

Aunque parecía estarse formando como una, tuvo las agallas de escapar, sin embargo...

¿Cómo supo antes lo que la esperaba? ¿Cómo logró salir ella sola?

Entonces una idea descabellada que terminó por romper su corazón surgió.

¿Y si había sido secuestrada? Rowena no había escapado, alguien o algo había tomado posesión de ella, pero ¿por qué? ¿Quién?

Entonces Rolan no pudo esperar más. No pudo esperar a que los forasteros que lo observaban fijamente hiciesen o dijesen algo, él era quien debía moverse y dar todo por buscar a su hija.

Con movimientos bruscos, comenzó a caminar hacia su casa. Debía tomar todo lo necesario para emprender su búsqueda. Debía encontrarla antes que los demás.

Para su fortuna, él en algún momento de su vida, fue un aventurero. Llevaba ventaja por todo sobre el pueblo.

Caminó a casa, la puerta estaba abierta y las luces encendidas. Habían inspeccionado todo el hogar. La mesa donde él y su hija se sentaban cada mañana a desayunar y planear su día había sido volcada. El frutero y las flores silvestres que Rowena recolectaba cada tarde había sido despedazados por la caída y pisoteados por los agresores.

Avanzó por el lugar, cojeando y sosteniéndose del bastón. El lugar parecía destrozado a comparación de como lo había dejado.

Avanzó por la sala hasta llegar a la puerta, apresuraba más el paso. Para su suerte, la puerta seguía cerrada con llave. No habían podido derribarla ni abrirla.




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