En las Fauces del Lobo

15. La melancolía es una enfermedad

La negación es un flujo, todos lo experimentamos y no lo queremos             

La negación es un flujo, todos lo experimentamos y no lo queremos. Los sucesos siempre traen consigo un mensaje. Por más trágico y tormentoso que se vea por donde pisamos, siempre saldrá la calidez para guiarnos y darnos un regalo.

Rowena estaba alterada y, mientras corría por las calles de Mazefrek, le era inevitable no llorar. No había querido dejar a su padre solo, pero si no iba en busca de algún médico, entonces sí estaría perdida.

Corrió con los pies descalzo, pisando la tierra y otras cosas que no podríamos describir, ya que era de noche y la oscuridad era una masa densa que no permitía ver más allá.

—Un médico —gritaba Rowena, por si alguien, a esa hora de la noche, la alcanzaba a escuchar.

No sabía dónde se encontraba, quizá estaba en el Centro. Su mente estaba tan trastornada que no reconocía nada bajo sus pies.

—Necesito un médico —gritaba con fuerza, mientras sollozaba y el dolor se impregnaba en su pecho.

Necesitaba recordar dónde vivía el médico Hitchger, el que siempre los atendía. Hacía bastante tiempo que no iban a su casa.

—Doctor Hitchger —gritó Rowena a mitad de la desesperación— ¡Doctor! ¡Un médico! Por favor.

Rowena estaba tan desesperada que no sabía qué más hacer. Todo en Mazefrek dormían plácidamente, era extraño que alguien estuviese levantado a altas horas de la noche.

Mazefrek no tenía tantas luces por la noche, era por eso que no todos salían, menos cuando había luna llena y la noche después.

—Por favor —gritó Rowena con más fuerza.

Mientras corría, tropezó con algo. No supo qué fue, pero terminó sobre la tierra, creando nuevas innecesarias heridas que le comenzaron a arder y querían infectarse por la tierra.

No les dio importancia, en ese momento era lo de menos. Su padre estaba en casa agonizando.

Volvió a levantarse, con sus manos quitó de forma rápida la tierra de sus piernas y falda y siguió corriendo, en busca de la casa del doctor.

«¿Cómo era? ¿De qué color era? ¿Por dónde estaba?» Su cabeza se sentía como un taladro en movimiento, su cabeza estaba mareada por el estrés que sentía.

Entonces tropezó por segunda vez, pero eso logró identificarlo como un escalón.

«¡Un escalón!» se levantó y siguió el caminó de dos escalones hasta una puerta grande y de madera.

—Tiene que ser aquí —se susurró— no puedo perder más tiempo.

Hizo su mano puño y tocó tantas veces como pudo mientras gritaba:

—¿Doctor Hitchger? ¿Está es la casa del doctor Hitchger? Es urgente, ¡necesito un médico!

Estuvo durante un rato el cual le pareció eterno, hasta que una mujer abrió la puerta, lucía realmente furiosa. Tenía el cabello castaño y con algunas canas, lo supo porque habían encendido una vela en el interior. Tenía arrugas alrededor de los ojos porque estaba observando fijamente a la chica.

Rowena se encogió de hombros y enjugó sus lágrimas.

—Buenas noches, la-lamento molestar —titubeó, sorbiendo sus mocos, pues había llorado mucho y no había dejado de hacerlo—, ¿esta es la casa del doctor Hitchger? Por favor, dígame que sí —imploró.

La mujer puso sus brazos en jarra y observó con cierta altividad a Rowena, sin embargo, pareció apiadarse al ver el estado de la chica.

—Sí, lo es. ¿Qué necesitas, endemoniada?

Rowena frunció ante las palabras de la mujer. Estaba contenta, al menos una diminuta parte de ella, por haber logrado hallar la casa, pero le disgustó que la llamase de esa forma.

Rowena no era ninguna «endemoniada»

—Y-yo —titubeó, sorbiendo una vez más sus mocos— necesito su ayuda, mi padre... mi padre no sé qué le pasa —volvió a sollozar, el sentimiento de culpabilidad había comenzado a invadir sus entrañas.

Si era lo que Rowena creía que era, entonces no había forma de que algún día se perdonase a ella misma.

La mujer soltó un suspiro y giró para ver el interior de la habitación, luego le indicó a Rowena que regresaría en unos segundos y cerró la puerta de golpe. Rowena se sobresaltó y observó la madera delante de ella con conmoción.

Su corazón palpitaba tres veces con fuerza y otras tres con debilidad, se sentía desfallecer. Pero debía hacer lo posible por su padre. Era lo que más importaba en su vida.

Pasaron unos minutos y Rowena estaba totalmente fuera de sí, golpeteaba con sus pies descalzos la tierra para perder el tiempo, pero estaba tan estancada en su padre, que no podía.

Por fin, la puerta se volvió a abrir.

Esta vez el doctor se asomó, estaba vestido y con un maletín.

—Vámonos entonces —informó y salió de la casa, la mujer observó a Rowena con una mueca. Desconfiaba de ella.

Rowena siguió al doctor, sintiéndose agradecida. Avanzaron por las calles sucias y terrosas de Mazefrek, la tierra se colaba entre los pies de Rowena y en ese momento, tampoco le dio importancia.

Debía llegar a casa lo más rápido posible.

—¿Qué tiene tu padre? —preguntó el doctor, mientras se acercaban a la casa.

—Él agoniza, parece que le duele el pecho porque no deja de sujetarse ahí. Simplemente cayó...

—¿Y qué hiciste?

—Usé todas mis fuerzas para levantarlo y llevarlo a la cama, luego le puse un paño de agua caliente en la frente, pero no dejaba de tocarse el pecho con fuerza...

El doctor hizo una mueca y Rowena sintió que palidecía.

—¿Es algo muy grave doctor?

—No diré nada hasta verlo.

Y así fue, el doctor no dijo nada más hasta que llegaron a la casa Rowena abrió la puerta y guio al hombre por entre la penumbra hasta la escasamente iluminada habitación de Rolan.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.