En las Fauces del Lobo

20|3. El tormento

¡Última parte! | maratón 2/2

Rowena observó su alrededor y contuvo las lágrimas que se acumularon en sus ojos

En el interior del Bosque, los pájaros que dormían entre las ramas tranquilamente se escandalizaron por los fuertes sonidos que comenzaron a producirse, algunos tuvieron que elevarse en el cielo a causa del espanto.

Un horrible aullido desgarrador sacudió la tierra, pues se estaba formando una nueva pelea entre los árboles, muy al fondo del Bosque Maldito, lejos del pueblo lleno de supersticiosos.

—Cada día me decepciono más de ti —gruñó Esus con los dientes hacia afuera, mostrando cada uno de sus caninos.

—¿Ahora qué hice que a tus ojos está mal? —inquirió Darion, cruzándose de brazos.

Esus estaba hirviendo de cólera, su rostro estaba tan rojo que en ese momento atacaría sin piedad.

—Tu misión —gritó Esus, señalándole con el dedo— es cuidar a Rowena.

No había que culpar al alfa de la manada, él también debía hacer su trabajo y así como Darion, tenía órdenes de algún superior.

—Qué curioso —dijo Darion con total tranquilidad, hasta que apretó la mandíbula para después gritar—: ¡es justo lo que estoy haciendo!

Esus intentó llenar sus pulmones de aire, pero la furia que sentía y calentaba todo lo que entraba a su sistema no lo permitía, mientras más aire dejaba entrar, sentía que se ahogaba.

—No quiero retirarte de tu cargo, ¡pero quiero que hagas las cosas bien! Parece que necesitas una de mis viejas lecciones.

Darion, cegado por la misma furia que Esus, se preparó. Se posicionó sobre la tierra, indicando que estaba preparado para cualquier que fuese el ataque y, una parte de él, tenía la fe de que le ganaría, de que lo destrozaría. Él se convertiría en el alfa y lo mataría, aún cuando se sacrificar la misión. Sí, era su hermano, su familia... pero se trataba de más.

Finn estaba en un extremo, recargado en el tronco de un árbol, con lo que parecía ser una manzana de color dorado.

—¿Pueden dejar esta tontería? Hay cosas más importantes —señaló el camino hacia el pueblo.

Esus solamente gruñó de enojo e ignoró a Finn, Darion lo observó de reojo y negó con la cabeza.

No, eso era importante en ese momento. Lo más importante.

Derrotaría a Esus de una buena vez, él era mejor que él. Él podría destruirlo y tomar su lugar para que los dejase en paz. De tan solo pensar en su comportamiento egoísta y demandante, los dedos de Darion lanzaron chispas.

—Lo haremos como se debe —escupió Esus—, toma tu cuerpo de Beta y yo tomaré el de Alfa, el que me corresponde.

Darion se crispó y formó su mano en puño.

Era una desventaja. El Alfa era más poderoso, tenía más forma y más habilidad, mientras que el Beta era unos renglones por debajo, sin embargo, Darion tenía la esperanza de ganar aún así.

Asintió con su cabeza y mostró sus caninos, sus colmillos brillaron con la tenue luz del sol oculta por las nubes.

Entonces, ambos comenzaron a cambiar. Finn los observaba fijamente; sus cuerpos se retorcían como por arte de magia mientras su rostro, que también tendía a cambiar, estaba pétreo y fijo el uno en el otro. El cuerpo de Esus comenzó a encogerse. Su rostro se alargó hasta mostrar un hocico lleno de dientes caninos y peligrosos. No era alto, pero era mortalmente peligroso. Sus ojos brillaron con intensidad, con un rojo que demostraba su furia en ese momento.

—Recibirás una lección —aulló el lobo.

El cuerpo de Darion no cambió tan abruptamente. Sus manos y pies cambiaron a patas y le creció mucho más pelaje; sus orejas se volvieron más picudas y una cola esponjada se mostró tras él.

—Tal vez lo lugares se cambien —se limitó a espetar.

Entonces Darion atacó primero, corrió con ferocidad hasta Esus y caer sobre él, Esus lo dejó y, cuando el cuerpo de Darion estuvo lo suficientemente cerca, le mordió el cuello.

Siempre le lastimaba el cuello.

Darion aulló de dolor y los pájaros volaron por el asombro y la preocupación.

Trastabilló hacia atrás y, por inercia de habilidad humana, llevó su pata hacia el cuello. La sangre caía desde la herida hasta su ropaje, empapándolo.

—A penas comenzamos, deja de llorar —le bramó el lobo enfurecido, aún con los ojos rojos y brillantes—. Ya me encargo yo de la paliza, ¿o seguirás jugando?

Darion aulló con voracidad, demostrando que él no se rendiría hasta que Esus cayera. Era un juramente, uno que gritó al cielo y prometió a la luna, que permanecía oculta pero pronto aparecería junto a las estrellas.

Entonces volvió a lanzarse de lleno contra el cuerpo del lobo, que resistió el ataque y, antes de que Darion ideara otro movimiento, el lobo, Esus, se lanzó contra él y lo dejó en el suelo. Le gruñó sobre el rostro y la saliva del animal cayó hasta él. Se podía percibir la furia tanto en sus ojos como en los caninos.

Darion cerró los ojos y volvió a abrirlos casi al mismo tiempo. Buscó a su alrededor, hasta dar con una vara. Con su pata más cercana intentó acercarla, pero Esus lo detuvo con fuerza.

—No —le dijo—, es hora de tu amonestación.

Mientras decía eso, Darion aprovechó y, con una fuerza que solo un lobo genéticamente modificado podía poseer, lo lanzó. Esus cayó de espalda contra un lobo y contuvo el chillido de dolor. Pronto se puso de pie, así como Darion.

—¿En serio quieres seguir con este juego? Sabes que no lograrás nada.

Darion volvió a aullar y los pájaros revolotearon con pánico.




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