En las Fauces del Lobo

21. Toda acción tiene su consecuencia

La noche pasaba lentamente

La noche pasaba lentamente. Darion observaba a Rowena fijamente mientras buscaba entre el cúmulo de libros mientras repetía la palabra «juro» cientos de veces. Habían estado fuera, en la Orilla del Cuerno. Rowena no quería esperar ni un minuto más, mientras todo fuese más rápido, iría mejor.

—Conozco a Mazefrek, me crié aquí siendo una niña —hizo una mueca—. Tiene que ser ahora, antes que Sol despierte y con ello levante a cada ser vivo que habita aquí.

Darion había meneado con la cabeza, negativamente.

Era peligroso e insensato, más viniendo de Rowena.

—Sigue sin parecerme una buena idea —le dijo—, es demasiado poco tiempo para hacer lo que quieres hacer, ¡es una locura!

—¡Pero es la única forma! —Rowena comenzaba a exasperarse, y estaba tan frágil que había que tener cuidado.

—¿No quieres dormir, investigar mañana y hacerlo la noche siguiente? —suplicó Darion.

La chica no parecía conforme, pues se cruzó de brazos, hizo una mueca y resopló, eso extrañó a Darion, pues ella no acostumbraba a actuar así, mínimo no el tiempo que llevaba conociéndola.

—¿Vas a ayudarme o no? —preguntó como sentencia final.

Y Darion no tuvo más remedio que asentir con la cabeza y quedarse con la cola entre las patas.

Cuando habían llegado a la casa de la chica, ésta había jurado haber visto un libro con la información que requerían en la enorme biblioteca de su padre, hasta el momento, no había dado con el susodicho libro.

—Juro que lo vi —repitió mientras llevaba su dedo por cada lomo.

—Son demasiados libros, ¿estás segura de querer hacerlo ahora? ¿Planeas leer con la escasa luz de las velas y...?

—Guarda silencio de una buena vez —le pidió con exasperación.

Darion se mantuvo firme y apretó sus labios con molestia. ¿Qué era lo que le pasaba?

Resignado, observó a Yen, quien dormitaba como una serpiente sobre uno de los sillones. Esbozó una sonrisa divertida al ver a la canina, pero Rowena le lanzó una mirada que terminó apagando la sonrisa que casi nunca dejaba ver. Entonces se sentó y observó a Rowena, que buscaba obsesivamente entre los libros.

Sabía que no había forma de hacerla cambiar de opinión.

Ella estaba observando fijamente cada lomo, pasando sus dedos sobre ellos. Soltó un suspiro, comenzando a frustrarse. ¿Dónde estaba ese libro? No lo veía en ninguna parte y su padre no lo había tomado o abandonado o lo que sea; estaba completamente segura.

—No es por molestarte —empezó diciendo Darion cautelosamente— ni que te molestes conmigo, pero ¿estás segura de que ese libro, mínimamente, existe?

Rowena se giró con más brusquedad de la necesario, colocó las manos en jarras y lo observó fijamente. No hicieron falta las palabras, Darion entendió completamente, se encogió de hombros y guardó silencio.

Él podía ser un hombre lobo, podía tener su cuerpo modificado y venir de otro lugar, ser más fuerte que cualquiera, pero una extraña parte de él temía de Rowena. Temía porque le daba miedo perderla, aunque le costara admitirlo.

Pasaron unos minutos cuando Rowena dejó escapar un suspiro de alivio y un chillido de emoción, mientras Darion dormitaba. Se levantó lo más rápido posible, parpadeando deprisa.

—¿Qué? —exclamó alterado.

Rowena apretó el libro sobre su pecho. Era de una portada muy oscura, quizá era color chocolate, pero por la luz a penas se veía.

—¡Hecho! —soltó ésta y extendió el libro hacia Darion.

Éste lo observó fijamente.

Era bastante voluminoso y tenía por título "El Arte de lo que no se Puede Ver", Darion no estaba muy convencido y Rowena pareció darse cuenta, pues lo dejó sobre la mesa y se cruzó de brazos, lucía exhausta.

—El título es discreto, lo descubrí... sin querer —murmuró— Era un día aburrido, ¿sí? Había leído todo lo que tenía a mi alcance y mi padre me dio la libertad de buscar por mi cuenta. Tomar cualquier libro que llamase mi atención. El título de éste —lo señaló— puede sonar muy... ¿soso? Quizá aburrido, pero algo en él me llamó a atención y creí que sería una novela de fantasía, quizá con fantasmas y espíritus.

—¿Y lo dejaste de leer cuando te diste cuenta de que no lo era?

Rowena lucía mucho más nerviosa. Cambió el peso de su cuerpo a la otra pierna y carraspeó.

—Algo así —respondió—. La verdad es que me llamó mucho las primeras páginas, aunque no entendía nada. Luego me di cuenta de que hablaba de —entonces se detuvo un momento—, no sé por qué papá guardaba esto.

—¿De qué habla, Rowena?

Rowena observó hacia otro lado.

—Brujería, necromancia, cosas secretas que el pueblo de Mazefrek terminaría de convencerse de muchas cosas y me llevarían, ahora sí, de forma definitiva, a la horca.

Darion no tuvo tiempo de procesar. Abrió la boca tanto como pudo y Rowena notó que estaba tan molesto como sorprendido.

—¿Haremos brujería?

Exclamó y la chica se tensó aún más.

—No lo llames así, principalmente por si alguien te escucha —lo regañó.

—Para ser la niña buena, eres buena siendo traviesa —le dijo, alzando una ceja.

Rowena sonrió ligeramente.

—Es delicado. Lo hago por mi padre, no por nadie más o por mí misma. No es una travesura porque él está al tanto de esto.

—Rowena —dijo con lentitud—, no es por ser malo y me apena ser yo quien te lo diga, pero tu padre no está aquí, no tiene idea de que...

Rowena se enfureció. Golpeó con fuerza el suelo y lo observó con los puños apretados, tomó la sartén que había dejado en la mesa y lo apunto con la parte redonda.




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