En las Fauces del Lobo

22. Un cuerpo que obtiene su deseo

Me gustaría aclarar que, principalmente, al ser éste un libro de fantasía totalmente, la información que se presenta aquí no es verídica, cierto es que investigué sobre la cremación de un cuerpo, pero el mundo que he creado no me permite ser completamente realista.

El contenido del capítulo puede ser un poco explícito, no en exceso, pero se recomienda discreción y, si eres sensible al tema a tocar, recomiendo que no lo leas <3

El contenido del capítulo puede ser un poco explícito, no en exceso, pero se recomienda discreción y, si eres sensible al tema a tocar, recomiendo que no lo leas <3

Ver algo fuerte siempre te termina marcando, si es demasiado fuerte puede dejar un trauma y regalarte pesadillas cada noche que decidas cerrar los ojos y soñar plácidamente; presenciar un suceso traumático le ocurre a cada persona y, si hay alguna libre de eso, tiene la suerte más inmesa en todo el universo.

Rowena sentía espasmos cuando sus ojos se encontraron con el cadáver de su padre, el cascarón que guardaba un alma rota y gentil. La bilis subió por su garganta, recorrió un camino hasta su boca mientras dejaba un rastro caliente, uno que gritaba que iba en camino.

No pudo resistirse. Se sujetó el estómago a mitad de sus espamos, giró sobre sus talones y avanzó cuanto pudo hasta detenerse para vomitar, por suerte no fue delante de otra lápida.

Observó a su alrededor. Estaba en un cementerio y bajo sus pies había miles de muertos, miles de cadáveres en descomposición o ya bien descompuestos que estaban peor o igual que su padre.

Intentó tomar aire. Su garganta quemaba y su boca tenía un sabor amargo y denso.

Darion la observaba sin expresión alguna, aunque era evidente que sentía asco. Se acercó a ella y la sujetó del hombro, con una suavidad que Rowena no conocía en él, siempre que la agarraba era de forma brusca o para huir de forma aún más brusca.

Reparó su mirada en él por encima de su hombro.

—¿Estás bien? ¿Verdaderamente quieres continuar con esto?

Rowena desvió la mirada hacia el piso. Si seguía viendo a Darion también querría regresar su mirada hacia su padre.

La imagen estaba impresa en su cerebro, como una goma dulce pegada en el cabello.

En su mente, por más que se negara, se repetía una y otra vez la imagen. La piel descarapelada de su padre, que se abría como si miles de gusanos ya hubiesen comido gran parte, pero bien sabía que no era así. Estaba tan roto, su alma tan requebraja que buscó la forma de huir a la vez que se reprimía por no hacerlo; el color grisáceo y azulado que lo adornaba generaba pánico mientras que sus ojos cerrados y su semblante transmitían paz y a la vez un terror que recorría cada parte de su cuerpo. No tuvo que tocarlo para saber que la textura sería rasposo, frío y demasiado duro como para mover una articulación.

Sin poder evitarlo, las lágrimas resbalaron por sus mejillas.

Jamás imaginó ver a su padre en ese estado. Jamás hubiese imaginado, años atrás o hace no mucho, que su padre tenía el alma tan rota...

Seguía teniendo espasmos y ganas de vomitar, pero pronto se le pasó, mientras intentaba concentrarse en su respiración.

El olor era putrefacto, asqueroso... le hormigueaban los dedos de los pies y de las manos.

Intentó recordarse por qué estaba haciendo todo eso. No era por ella, ni por el pueblo, tampoco lo hacía por Darion, quien seguía observándola en silencio y sin expresión, pero preocupado y con su mano sobre su hombro; no, lo hacía por su padre.

El hombre que más amó en toda la galaxia.

Lo hacía por él y nadie más. Era lo último que podía hacer por él, después de todo.

Era la última muestra posible para agradecerle todo lo que le dio, todo el cariño que sintió por ella, por todas las veces que la apoyó y todas esas veces que le hizo ver que no tenía la razón. Era la última forma de decirle que lo amaba más que la luna, las estrellas y todo lo que no se podía imaginar siquiera en existencia.

Rowena alzó la vista.

Su boca sabía horrible, pero no le prestó atención.

Observó las sombras de los árboles menearse con el viento, el cual entonaba una canción que le ponía los bellos de punta.

Tomó aire y se giró hacia Darion.

—Hagámoslo de una vez.

Era el momento.

No tardaría en amanecer y el pueblo entero de Mazefrek comenzaría con sus «buenos días» y los verían haciando magia. Los verían haciendo brujería y los condenarían a ambos. No solo a ella, Darion también se estaba arriesgando a esto.

Sin decir nada más y con Rowena intentando observar a otro lado que no fuese la caja con el cuerpo de su padre, comenzó a sacar las velas y los elementos que necesitaría, mientras Darion le iba explicando la colocación de cada uno.

—Es la primera vez que hacemos esto, espero tengamos suerte de principiantes —le dijo él.

Ella se limitó a asentir.

Una vez más, la Rowena parlanchina había desaparecido.

Darion soltó un suspiro y no tardaron mucho en tener todos los preparativos.

Era el momento.

El fuego de la magia debía expanderse y quemar con la temperatura exacta al cuerpo. Al menos esa parte debía salir bien.

—Tú eres la que entiende el idioma raro —dijo Darion, extendiéndole el libro que sacó del cesto—, lee esto con firmeza mientras damos vueltas con esto —alzó unas ramas.

Rowena asintió, tomó su vara y comenzó a dar vueltas alrededor del cadáver.

Volvía a sentir las ganas repentinas de llorar y la bilis comenzando a subir.




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