En las Fauces del Lobo

23. Rolan el Aventurero

Cuando comienzas una aventura, a veces no eres muy consciente de ello, aunque el mis viento de lo sople cerca del oído o las mismas sombras te empujen a ella

Cuando comienzas una aventura, a veces no eres muy consciente de ello, aunque el mis viento de lo sople cerca del oído o las mismas sombras te empujen a ella. No, a veces no existe es acerteza... pero otra veces eres completamente consciente de lo que está ocurriendo.

Conmigo fue así. Cuando salí de Mazefrek y emprendí mi camino montado a un caballo con ya algunos años, estaba bastante seguro de no solo tendría una aventura: me enfrentaría a miles de ellas. Pero eso sí. Una fue mi más grande aventura.

Si te relatase todas las aventuras que tuve, seguramente te cansarías de tu padre, además de que sé que una es la que más te importa y, ciertamente, es la más importante de todas porque te concierne a ti. Te he contado muchas de mis aventuras y aún recuerdo cómo una pequeña Rowena, de ojos grandes y azules, me observaba expectante y con sentimientos a flor de piel.

Sí, quisiera regresar ahí, pero me gusta mucho nuestro presente. Tenerte cerca siempre ha sido una virtud, querida.

Recuerdo que el camino para alejarme de Mazefrek fue duro y pesado, deberás imaginarlo, porque el pueblo está totalmente olvidado y los turistas son plenamente escasos. El camino era austero, por decirlo de alguna forma irónica, porque era todo lo contrario. En el camino, el Rolan de aquel entonces se topó con más plantas de las que se podían ver en Mazefrek, plantas específicamente muertas.

Rolan se había rasguñado la piel y ésta le ardía al tacto. Fue una batalla abrupta que, sinceramente, duró horas y, cuando logró salir de aquel hoyo infestado de alimañas y plantas secas que raspaban la piel, ya había caído la noche y no tuvo de otra más que acampar.

Mazefrek ya estaba oculto, no podía verse ni una luz. Hasta ese momento, Rolan pudo ver cuán abandonado estaba su hogar y sintió aún más tristeza por eso.

Por eso Mazefrek tenía costumbres arraigadas y maltrechas. Por eso la comida era difícil de conseguir y tenía que ir a buscarse, no como otros lugares de Rutonia, también era por eso que las noticias de los reiandos y de otros lugares jamás llegaban.

Rutonia había olvidado por completo la existencia de Mazefrek.

Rolan se había dicho a sí mismo que durante su viaje practicaría aún más el idioma olvidado, ése que ya casi nadie hablaba por toda Rutonia. Llevaba consio un libro que su padre había dejado mucho tiempo atrás y parecía que no tenía el afán de regresar por él.

Aunque he de decirte que Rolan estuvo muy cerca de botarlo por el simple hecho de pertenecerle a su padre, pero se trataba de un libro y los libros son sagrados. Lo terminó conservando y se volvió un tesoro.

Sí, es el libro que siempre está en mi habitación y te enseñé algunas veces. Ahora es tuyo, Rowena, es un legado que te dejo.

A la luz de las llamas, el joven Rolan comenzó a estudiar. Su vista se cansaba rápido, pero de todas formas intentaba mantener su concentración en vilo, repitiendo algunas palabras en voz alta. No tenía un instructor, él solo se entrenó para recuperar la armonía de un leguaje completamente olvidado. Un lenguaje sorprendetemente hermosa y puro, tan perfecto que prefirieron ocultarlo, taparlo con tierra.

Sí, es cierto que nuestro idioma está escrito sobre éste, pero no es lo mismo. No quiero decir que nuestro idioma no sea hermoso, pero lo es aún más el antiguo.

La noche pasó con lentitud, el caballo, que su nombre era Tiniebla y recuerdo perfectamente su color grisáceo... era un caballo majestuoso; se había quedado dormido y Rolan no tardó en seguirlo. A la mañana siguiente, cuando Tiniebla ya estaba mucho más que despierto y Rolan estaba descansado al punto de que las heridas no le ardían sobre la piel, decidió continuar con su viaje.

Perseguir aquella aventura que le esperaba.

Guardó sus pertenencias en una cesta que llevaba y se montó de nuevo en el caballo. En la cesta llevaba muy pocas cosas, como alimento, bebida, el libro, un cuchillo de cacería y una manta. Era todo lo que necesitaba para aquello que pronto le llegaría la buena suerte, la fortuna. No podía ir cargado para recibirla con los brazos abiertos.

Y así sucedió.

La fortuna no llegó tal cual él esperaba que le llegara, porque fue mil veces mejor de lo que jamás se hubiese imaginado.

Tradó un poco en llegar, pero fue después de la primer semana de viaje.

No te he contado las primeras aventuras, así que déjame hacerlo, querida.

La primera ocurrió esa misma mañana mientras Rolan montaba, tomando la soga entre sus manos y observaba todo a su alrededor. Jamás había salido de Mazefrek y, como ya he relatado, era demasiado complicado hacerlo; el camino estaba totalmente despejado. Libre. Solo. Bueno... abandonado.

Todo el trecho hasta Mazefrek estaba completamente olvidado, nadie cruzaba por ahí en años.

Rolan sentía un sabor amargo en la boca, le pesaba el alma, aunque ésta seguía pura pese a las desgracias.

Entonces Rolan, antes de preveerlo, se topó con una criatura oscura por el camino. El caballo se espantó y terminó levantándose sobre sus patas traseras y el joven tuvo que sujetarse fuertemente para que no cayera de él y se lastimara más.

Intentó calmar al caballo y fue en ese momento, mientras susurraba palabras tranquilizadoras, que se encontró con los ojos amarillos de la criatura.

Al principio Rolan no entendía, porque bien dicho ser hablaba con las palabras torcidas, como si no expresara sus ideas tal cual quería.




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