En las Fauces del Lobo

24. Mazefrek en crisis

Sol no tardó en alumbrar Mazefrek con sus llamas doradas, Rowena no llevaba mucho tiempo dentro de su casa cuando el pueblo comenzó a despertarse y con ello, se escucharon los «buenos días» que se decían los unos a los otros

Sol no tardó en alumbrar Mazefrek con sus llamas doradas, Rowena no llevaba mucho tiempo dentro de su casa cuando el pueblo comenzó a despertarse y con ello, se escucharon los «buenos días» que se decían los unos a los otros. Para su suerte, ya había acomodado cada uno de los objetos, pero para su infortunio, debía salir y fingir que no había pasado nada aquella noche cuando, en realidad había pasado de todo.

Cuando regresó a casa y se despidió de Darion, necesitó calmarse y lo único que quería leer era el diario que alguna vez perteneció a su padre. Se sentó en el sofá, leyó un poco y se dispuso a acomodar la pala, el pico, las velas y los demás objetos.

Fue directo a su habitación para tomar un cambio. Se decidió por el vestido blanco que había lavado hacía no mucho. Olía a ese perfume que su padre la acostumbró, como si lavara la ropa con tierra mojada. Soltó un suspiro y salió de la habitación para dirigirse al cuarto de baño.

Yen se había recostado en el sillón y comenzaba a dormitar, mientras Rowena preparaba su baño calentando el agua y metiéndola dentro de la tina. Cuando hubo estado lista, se desvistió a una velocidad asombrosa que no acostumbraba a usar y se sumergió en el agua.

El agua caliente la hacía sentir libre de impurezas, como si eso curara absolutamente todo. Su cuerpo dañado y rasguñado parecía sanarse mientras estaba sumergido en aquel líquido valioso y cristalino; su alma parecía querer aliviarse del dolor que sentía a causa de las tragedias vividas.

Pero un baño no terminaría de sanarla. Quizá la ayudaría.

Antes de salir se prepararía un té... o, no tenía té, debía salir a comprar con los Helmik. ¿Eso sería gastar los ahorros de mala manera? Un té la aliviaría, seguro. Si el agua caliente podía con su cuerpo, ¿por qué no con su interior también?

Talló su cuerpo para quitarse cada mancha de tierra e incluso todo aquello que sentía encima. Le provocaba náuseas pensar que podía tener restos de cadáver. Del cadáver de su padre.

Se sentía orgullosa de haber hecho todo aquello esa noche, pero seguramente tendría aún más pesadillas de las que ya tenía.

Talló con fuerza, como si su vida dependiese de ello. De tanto solo pensar en todo lo que escondía su cuerpo sentía la bilis recorrer su garganta. Tenía ganas de sollozar y de vomitar al mismo tiempo. Quería volver a sentirse limpia.

Si el pueblo tan solo la hubiera apoyado una sola vez, solamente en eso, no se hubiera sentido de esa forma, no hubiese tenido que hacer aquello que hizo. Se tragó la bilis y, cuando hubo tallado cada centímetro de su cuerpo, salió y se enrolló en la toalla vieja que había dejado cerca.

Regresó a su habitación dejando gotitas mientras caminaba. Ya no se sentía tan espantosamente sucia e incluso tenía más energía.

Se encerró en la alcoba mientras Yen seguía dormida en el sofá. Se vistió lo más rápido que Rowena podía y salió con el vestido blanco, limpio y perfumado. Ya no sentía como un cadáver en descomposición.

Regresó al cuarto de baño para lavar sus dientes y, cuando regresó al pasillo, se topó con el retrato de su madre. Sus ojos verdes la observaban como si quisiesen una respuesta. Rowena sentía que su mirada, pese a ser severa, como la actitud de una reina, era buena, bondadosa y amable, como su padre siempre le decía.

«Papá» Rowena sintió que un nudo se formaba en su garganta, extrañaba hacerle esa pregunta casi todos los días: «oh, padre, ¿puedes hablarme de mamá?»

Rolan jamás le decía que no y, pese a no contar mucho sobre ella o no saber siquiera su nombre, extrañamente a Rowena le bastaba con saber la misma respuesta de siempre:

«Era una mujer buena, bondadosa y amable»

Creo que para su padre era lo más importante, lo que hizo resaltar a su madre de entre todas las mujeres y todos los hombres. No su belleza o sus ojos grandes y verdes, tampoco su risa o el sonido de su voz. Fueron esas tres cualidades lo que la sorprendieron, de eso estaba segura Rowena.

—Eras una mujer buena, bondadosa y amable —susurró Rowena al retrato.

En ese momento cómo quería que su madre estuviese con ella, que hiciese esas cosas que una madre hacía con su hija, como cepillarle el cabello y susurrarle frases bonitas al oído, o que la arropara antes de ir a dormir...

Con ese deseo no quería decir que su padre no fuese un buen padre. Rolan fue todo lo contrario, fue el mejor de los padres, pero ella también quería sentir el amor de su madre.

Esbozó una diminuta sonrisa mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. «Es evidente que en la vida no puedes tener todo lo que deseas...»

Desde muy pequeño Rowena había soñado con una vida más alegre... con una familia entera, donde estuviesen juntos por siempre su padre y ella. Había tenido la fe de ser una princesa y que su madre, quien había desaparecido, dejando a su padre y a ella con la duda; era una reina. Pero esas fantasías se iban rompiendo con el tiempo. En esos cortos días ya había perdido muchas cosas y Rowena se sentía devastada. Rota.

Intentó no pensar en nada de eso, pues le lastimaba aún más, sentía cómo su corazón se partía y el pecho le ardía como si de un incendio forestal se tratara.

O de ese fuego mágico que había encendido en el cementerio. Era mucho más abrazador... como el sol. El conjuro que había mencionado hablaba mucho de la alianza de Sol y Luna.




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