—Más rápido —gritó Rowena a la nada mientras sacudía su mano de un lado a otro.
Terrence corría tras de ella. Estaba cansado, pero alegre de poder estar con la chica que recordaba, aunque la situación no fuese tan placentera como en antaño.
Rolan Wölgub estaba padeciendo esa misma tarde.
Rowena no estaba riendo ni corriendo por diversión como a Terry le gustaría revivir, era un día devastador, lleno de dolor y cargado de tristeza. Cuando el chico pudo estar junto a Rowena, entonces ella volvió a correr.
El aire golpeó su rostro sonrojado, estaba cansada y tenía sus ojos hinchados de tanto sollozar, entonces se detuvo de golpe y observó el suelo tras de ella. Había sentido como si estuviese por darse contra el suelo.
Su grito se escuchó por todo el pueblo y los habitantes que estaban cerca, la observaron desconcierto y temor.
Terry se extrañó del comportamiento de su amiga y corrió otro poco para sujetarla de los hombros. La mirada de Rowena era de terror, observaba el suelo con pavor total.
—¿Te encuentras bien, Row? —preguntó Terrence, sujetando a Rowena.
Rowena no respondió, siguió observando el suelo con miedo.
—Row, ¿me escuchas?
Terrence se posicionó delante de ella en cuclillas y siguió sujetándola por los hombros. Rowena lo observó entonces, su respiración estaba jadeante y su semblante pareció tranquilizarse.
—Yo... —murmuró, sin saber lo que había sucedido—, sentí que iba a caerme, entonces... —sus ojos se cristalizaron por las lágrimas que intentaron escapar— no lo sé...
Terrence se levantó con cuidado y rodeó a Rowena con sus brazos, la chica dejó escapar unas cuantas lágrimas. Tres imágenes llegaron a su mente en su estado de conmoción. Tres recuerdos borrosos que desconocía totalmente.
Una mano, peligrosa y suave. Una sonrisa burlona. Una caída a un vacío.
El miedo se atoró en su garganta y se preguntó qué había sido eso. Imaginar caerse le provocaban náuseas y un bloqueo.
Rowena prefirió agacharse hasta llegar al suelo lleno de tierra y procuró no volver a levantarse. Terrence la observó frunciendo el ceño.
—Eh, Row... —llamó dudoso— ¿qué haces?
—No voy a caminar, no voy a caerme —sentenció y comenzó a arrastrarse por la tierra en dirección a su hogar, debía llegar con su padre.
Terrence la observó mientras se remolcaba sobre la tierra como un gusano.
—¿No prefieres que te cargue si ya no quieres caminar?
Se acercó y Rowena lo observó a los ojos, expectante y totalmente confundida. Sin esperar respuesta, Terry la sujetó y la alzó para cargarla como una princesa.
Rowena observó cómo el suelo se alejaba de ella y con la sensación de que su cuerpo daría a parar en él, comenzó a gritar eufóricamente. Sus chillidos volvieron a llamar la atención.
—¡No! ¡No! ¡Bájame! —rogaba con los ojos llorosos— Me voy a... me voy a caer, ¡bájame, Terrence! —exigía mientras se aferraba al cuerpo de su amigo.
Terry estaba tan confundido como el resto de los habitantes. Sin remedio, dejó con sumo cuidado el cuerpo de Rowena sobre la tierra, donde dejó de sollozar y gritar, se aferró a él y lo observó.
—No voy a levantarme —informó severamente.
Terry la observó con la ceja alzada.
—Vayamos con mi padre ahora —proclamó y gateó sobre la tierra.
Algunas veces tuvo que retorcerse sobre el suelo, ya que el gateo le producía la misma sensación de caída que caminar, correr o ser elevada. El camino fue más tardado de lo planeado, Terry y Rowena habían cambiado lugares.
En vez de que Rowena tuviese que apurar y esperar a Terrence, el susodicho había tomado su lugar y debía esperar o caminar al mismo tiempo que Rowena se arrastraba por la tierra.
Hasta que llegaron a la casa. Rowena tuvo extremo cuidado para subir los tres peldaños del pórtico, gateando. Terrence la siguió por detrás con una mueca incomprensiva.
¿Qué le sucedía a Rowena? ¿Por qué se comportaba de esa forma?
Terry abrió la puerta y Rowena se adentró al comedor como si fuera un perro, Yen al verla se acercó y la observó fijamente. Había salido del pasillo por donde Rowena iba a su habitación.
—Hola, Yen —sonrió la rubia acariciando el pelaje de su amiga.
Yen ladeó su cabeza en confusión y alzó su oreja, como solía hacer.
—¿Vas a ponerte en pie? Tu padre te necesita —murmuró Terrence, cerrando la puerta tras de él.
Rowena gateó en dirección a una de las sillas, cerrando sus ojos y con ayuda de ésta, logró ponerse en pie.
Sintió un pequeño mareo y sus piernas flaquearon en cuanto abrió los ojos, pero el tormento era menor que anteriormente. Tomó aire y sonrió, como si nada hubiese sucedido. Entonces pudo caminar, con sumo cuidado, hasta la habitación de su padre.
Minutos atrás Rowena había salido hacia la casa del doctor Hitchger, su padre se había quedado dormido después de que el dolor se volviera insoportable. Había caminado ensombrecida por sus pensamientos, no se preocupó de lo que la rodeaba, hasta que llegó a su destino.
Tocó la puerta con sus nudillos y la misma señora de la otra vez fue quien abrió. Su rostro estaba lleno de amargura, sus arrugas se acentuaban más en su expresión disgustada.
—Buenas tardes —saludó Rowena con cortesía, aunque la mirada incesante de la mujer le picaba—, vengo a...
—Sí, sí, por mi marido, el doctor Hitchger —interrumpió, moviendo su mano para restarle importancia al asunto.