¡Segunda parte! | maratón 1/2
Rowena observó su alrededor y contuvo las lágrimas que se acumularon en sus ojos.
—Sí, hay algo, pero antes de que me juzguen, por favor permítanme expresarme en nombre de mi padre, Rolando Smirnoff Wölgub.
El Sabio asintió con la cabeza, con sus manos entrelazadas y lanzando miradas fugaces a los habitantes de Mazefrek, quienes se veían ansiosos por conocer lo que Rowena diría a continuación. El miedo, con un sabor amargo, se instaló debajo de la lengua de Rowena, ella tragó la bilis y contuvo el aliento.
Debía juntar las fuerzas y decirlo.
Sabía con perfección que la señalarían con el dedo, pero tenía la esperanza de que no fuera así y la apoyaran... que apoyaran a su padre.
—Quiero decirles un deseo y un secreto que mi padre me confió.
Todos guardaron silencio y la observaron expectantes.
—Hay algo que mi padre quería cuando llegase el momento de partir. Él no quería que su cuerpo fuese uno más del montón en la zona alejada del pueblo con una lápida que pasaría de todos.
—¿Y qué otra forma hay? ¿Dejar su cuerpo colgado como hicieron con piratas y criminales? —se levantó uno.
Rowena se mordió el labio inferior.
—Hay algo más. No es estrictamente necesario que se quede el cuerpo completamente hasta llegar al estado de putrefacción.
—¿Cuál era su deseo, querida? —preguntó el Sabio.
Rowena lo observó.
—Quería ser ceniza.
Todos guardaron silencio una vez más y se tensaron en sus asientos.
—¡Está endemoniada! —gritó una mujer, levantándose— Lo supe desde el primer instante, pero quise tener la fe de que era mentira. La niña tiene un demonio dentro de ella y nos quiere ¡condenar! —bramó con fuerza.
Rowena retrocedió instintivamente.
Las muestras de pena y lástima se habían esfumado de los rostros de la mayoría.
—No... eso no es cierto —murmuró con miedo en la garganta.
—¡Lo es! —escupió un hombre con el cabello graso, levantándose por igual— desde que llegaste del Bosque Maldito todos lo supimos y debimos matarte como se había planeado.
El Sabio alzó la manos para calmar a la muchedumbre que comenzaba a escandalizarse.
—Rowena —se acercó a ella y le sujetó la mano, ésta tenía los ojos desorbitados por el pánico— eso no está permitido en Mazefrek, no podemos convertir a tu padre en ceniza; el pueblo cree que Destino nos ha dado un cuerpo a todos por alguna razón y no podemos desobedecer sus deseos.
—Exacto —murmuró Rowena— Destino nos ha hecho el regalo de darnos un regalo y ese regalo nos pertenece, ya no es de él y nosotros mismo podemos decidir qué hacer con él porque nos pertenece —habló con más fuerza para que el resto del pueblo la escuchara.
Y funcionó.
Todos guardaron silencio, aunque mostraban rostros enfurruñados hacia la chica.
—¡No es verdad! —exclamó la primer mujer— El demonio que habita en su interior nos quiere lavar el cerebro, ¿no lo ven?
Casi todos se levantaron en una sincronía casi perfecto, haciendo que Rowena soltara la mano de Alucio y retrocediera con temor.
—¡Sí que lo vemos! —gritaron.
Entonces todos se abalanzaron contra el escenario, esperando sujetar a la chica.
—¡Estamos en una Iglesia! Compórtense —bramó el Sabio con enojo, pero nadie pareció escucharlo y si lo hicieron, no prestaron atención.
Rowena no vio otra salida más que huir. Se preparó para correr hacia una de las puertas laterales. Se topó con enorme pasillos y puertas, al fondo había una puerta donde se veía la luz del exterior. Su única salida.
Intentó respirar por la nariz y correr con más fuerza. Necesitaba llegar lo antes posibles, pues sentía a la muchedumbre tras de ella e incluso aproximándose a la puerta desde el exterior.
«¿Por qué me tiene que ocurrir esto precisamente a mí?» se preguntó con exasperación a la par que dejaba escapar una bocanada de aire por la boca.
Estaba comenzando a cansarse. Detestaba correr y ahora, en ese momento, debía hacerlo para conseguir seguir viviendo.
Volvió a tomar aire y, cuando llegó al frente de la puerta, la empujó con todas sus fuerzas, para su sorpresa y desgracia parecía estar atascada.
—No, no —rogó a la madera— Ahora no, ábrete —pidió con lágrimas en los ojos y observando por encima de su hombro a diez personas que se acercaban a ella corriendo.
Intentó empujar la puerta con todas las fuerzas que tenía en ese momento.
—Ábrete de una vez —rugió casi sin aliento.
Su vista se nubló cuando, al ejercer mucha fuerza, se lastimó el hombro. La punzada de dolor se estaba volviendo insoportable y cada vez le costaba más respirar.
Entonces la puerta cerró bajo su cuerpo cuando se dejó caer en ella. Trastabilló y una mano la sujetó del brazo.
Levantó la vista y se encontró con los ojos color mar de Darion. Esbozó una alegre sonrisa.
«¿Vino a rescatarme?» se preguntó con cierta ensoñación.
—¿Qué esperas, princesa boba? ¡Corre! —le aulló como solo un lobo podría hacerlo y comenzó a correr sin haberle soltado el hombro.
Rowena despertó y, a pesar de seguir sintiendo cansancio y dolor, corrió junto a él mientras la muchedumbre no se detenía.
—¿Sabes que te metes en cada problema? Es todo un reto cuidarte la espalda —bramó Darion con furia.
Rowena alzó la ceja y, jalando su brazo hacia ella, hizo que Darion la soltara.