Después de días, con todas esas aventuras que te acabo de contar, querida, Rolan siguió su camino, había salido de aquella aldea y se dirigía hacia donde el viento lo llevase. Para su sorpresa, ese día estaba bastante tranquilo. Pasó de estar tenso a relajarse completamente. Tiniebla avanzaba con tranquilidad, ninguno de los dos sentía prisa por llegar a ninguna parte.
Rolan se había propuesto una misión: salvar a Mazefrek. Pero estaba seguro de que, si ese era su Destino, entonces llegaría a él. Las cosas ocurren en su momento y como deben de suceder.
Quizá no era mi momento o no era para mí ese acto de valentía y heroísmo.
Rolan frenó el caballo cuando una mujer, no muy lejos de él, observaba a su alrededor con aire perdido. Estaba a unos pasos del camino y había un risco que se extendía hasta la nada.
La mujer tenía el cabello dorado y brillaba como si fuese una casacada, caía y caía. Era difícil no perderse en él. Su mirada, pese a ser un poco austera y perdida, te dejaba estupefacto. Tenía unos ojos verdes, como dos esmeraldas recién pulidas que brillaban casi por cuenta propia y estaban rodeados por unas pestañas largas. Su tez era como una porcela, una que querías cuidar con tu vida para que no tuviese ninguna rajada.
Eso fue lo que quise hacer. Protegerla aunque yo me llevase todos los golpes.
Sus labios eran carnosos y rojos. Lo mejor era cuando los abría y de ellos salía una melodiosa voz.
Pero eso no era lo mejor, al poco tiempo de verla, supe que tenía tres cualidades que faltan en nuestro mundo, esa mujer era buena, bondadosa y amable.
Y su nombre era Polaris Acrux.
Tu madre.
Cuando Rolan la vio sintió un flechazo. No de esos k'le gobben que salen en las historias, éste era verdadero y puedo asegurarlo por mi alma.
Se acercó a ella porque vio que estaba perdida, la mujer parecía no entender dónde estaba y, cuando Rolan estuvo lo suficientemente cerca, carraspeó, provocando que aquella hermosa mujer se sobresaltara. Llevó ambas manos a su pecho y suspiró, sin embargo, retrocedió unos pasos. Como si temiera.
—Disculpe —llamó Rolan, alzando su mano—, ¿necesitáis ayuda? ¿Está bien?
Polaris alzó ambas cejas, parecía concertanada, preocupada, como si no hallara una salida o una respuesta.
Hizo una mueca, arrugando la nariz.
Era algo que hacía mucho tu madre. Era demasiado expresiva con sus gestos, como tú, princesa.
—Sí, estoy bien, es solo que... ¿me podríais decir dónde nos encontramos?
—En el Risco de la Levedad —respondió al joven con una sonrisa—. ¿Estáis perdida?
Polaris no sabía que responder. Observó el cielo como si buscara algo en él, alguna alerta o preocupación.
—Sí. Lo admito. Estoy... perdida —balbuceó, como si pronunaciar esas palabras fueran un delito.
Rolan dio unos pasos atrás y, señalando a su corsel, la invitó a subir. Ella volvió a hacer una mueca de disgusto.
—Nunca he subido a eso —señaló.
Rolan la observó con el ceño fruncido. ¿Jamás había montado un caballo? ¿Qué clase de mujer era?
Rolan la observó. Llevaba un vestido, uno de esos bonitos y ostentosos, pero estaba maltratado, roto y con muchas manchas. ¿Quién era esa mujer?
—No os hará daño —le susurró—, es un caballo educado.
Polaris no parecía estar muy convencida, sin embargo, cuando volvió a ver al cielo, se animó rápidamente a subir. Rolan intentó buscar algo en el cielo, donde ella había estado viendo, pero no vio nada fuera de lo normal.
Rolan siguió a Polaris hasta el caaballo, que lo miraba con una mueca de asco e incomprensión.
Si era una dama de sociedad, ¿cómo era que jamás había visto a un caballo? ¿Por qué estaba ahí y de esa forma tan maltrecha?
Tendiéndole la mano, Polaris subió al caballo y Rolan después, quedando tras de ella.
—Estamos a salvo, tranquila —le susurró cuando notó que ésta estaba demasiado tensa.
Pero Polaris negaba con la cabeza, Rolan no era consciente del por qué de sus acciones, eran simplemente extrañas.
Cabalgaron durante mucho tiempo, al principio el camino se llevó en silencio, Rolan no sabía qué decir y Polaris no tenía intenciones de hablar. Era una mujer callada y siempre estaba como una reina, en el caballo estaba sentada con la espalda erguida y la barbilla en alto, como si retara al mismo Cielo.
A Rolan le gustaba mucho la plática, y era cierto que durante esos días había viajado solo sin muchas palabras, pero ahora había alguien con quien entablar una conversación, así que carraspeó y se acomodó en el asiento del caballo.
—¿Dónde es vuestro origen? —preguntó el muchacho con normalidad, no había nada extraño con la pregunta. Es común hacerla.
—¿Por qué? —preguntó la mujer a la defensiva— ¿Qué insinúas?
Rolan alzó ambas cejas con confusión, sin entender del todo lo que estaba ocurriendo.
—Solamente quiero saber de dónde sos —aclaró él, encogiéndose de hombros.
Polaris se removió, un poco incómoda y contempló el cielo.
—De un lugar lejano que espero ahora no importe —musitó con cierta tristeza.
Rolan supo que había tocado una fibra sensible, así que se abstuvo de seguir preguntando por su lugar de origen.
—¿Cómo os llamáis?
Polaris observaba al frente, sin indicar que lo escuchaba o le prestaba atención, sin embargo, soltó un suspiro y respondió: