30 | Caos preparado
Tic. Tac. El tiempo pasaba en cámara lenta mientras la señora Bishop continuaba hablando. Las agujas del reloj se enterraban en la cabeza de Rowena. Le punzaba una y otra vez, como sin martillo golpease sin cesar.
Darion estaba a su lado, tenso y sin expresión, aunque se contuvo de no verlo en lo más mínimo durante todo el tiempo que llevaban en el juzgado.
Su trasero y piernas ya se sentían entumidos. Intentó acomodarse, pero en cuanto su mano rozó la de Darion, se contuvo donde estaba y observó al frente.
La voz de la mujer se perdía. Estaba siendo juzgada injustamente porque ése no era su delito y, si creían que así era un juzgado, entonces les falta leer mucho. Rowena intentó decifrar lo que pensaba Darion, observándolo por el rabillo del ojo. Pero estaba tan inexpresivo como siempre. Ningún rastro de algún pensamiento, por mínimo que fuera.
«¿Por qué es así? —gruñó Rowena mentalmente— ¿Siempre piensa cosas tan desagradables como las que usó para referirse a mí?»
Volvió a desviar la mirada, diciéndose que no valía recordar sus hirientes palabras, aunque le hubiese tocado la armónica de esa forma y la hubiese hecho sentir como en un cuento de hadas.
Había dicho cosas horribles y, hasta ahora, no se había disculpado con unas mejores.
—Ahora, los cargos.
Rowena abrió los ojos y observó a la señora Bishop. ¿Eso era todo? ¿Solo los acusaban y eran culpables? ¿Sin una defensa?
—Yo no he cometido ese crimen —dijo Rowena con un hilo de voz, despertando del trance.
La mujer la observó con descaro.
—¿Dijiste algo, acusada?
Rowena se levantó del asiento y dejó caer sus manos sobre la madera que dividía a ella de la señora Bishop.
—Sí, he dicho que yo me defiendo, porque parece que nadie más lo hará.
—Pero-
—Es un juzgado, ¿no? ¿Dónde está mi defensa? ¿Mi abogado? Tengo derecho a uno.
Rowena no vio a Alucio, El Sabio, que seguía tras de ella, pero percibió una pequeña risa cargada de mofa que seguramente provenía de él.
—Sí, estás siendo juzgada y te llevarás un castigo —anunció la mujer.
—¿Y a usted quién la puso en el estrado si no sabe de esto? Un juzgado no es simplemente juzgar y castigar, señora Bishop, es defender, combatir, declarar. Es un proceso donde, al juzgar, se llega al veredicto de si es o no culpable el o los acusados.
—Eres culpable —sentenció con la mirada cargada de furia.
—No lo soy, y no tiene las pruebas suficientes para decir que Darion —lo apuntó con la mano sin siquiera mirarlo— o yo somos culpables de lo que se nos acusa.
—¿Que no hay pruebas? ¿Suficientes? —rio la señora Bishop con amargura— Claro que las hay. Creo que basta con decir que tú has entrado al Bosque Maldito más de una vez y tu compañero, sentado junto a ti, tu cómplice en cada una de tus travesuras, niña del demonio. Es hora de que lo afrontemos y terminemos con tus maldiciones.
El pueblo enteró vociferó a favor y Rowena no tuvo más armas. Volvió a sentarse y sintió cómo la mano de Darion se posaba tranquilizadoramente sobre su hombro. Quiso zafarse e ignorarlo, pero no sabía qué hacer.
¿Era ése el final? ¿Así terminaría todo?
Los habitantes aclamaron al Sabio y éste caminó hacia delante con una apagada sonrisa. Rowena sintió una oleada de esperanza.
—Ahora que Darion y Rowena se han declarado culpables —señaló— debemos darles sus sentencias y darles como mínimo, una semana antes de éstas.
La señora Bishop ya se había levantado para negarse, pero el Sabio alzó su mano, acallándola.
—Reglas son reglas.
Entonces se retiró y la señora Bishop los sentenció a muerte.
El juzgado se había acabado y la sentencia, que Rowena ya había visto venir, se había dado. Necesitó un tiempo antes de salir del nuevo trance y levantarse de la silla. Ya estaba en pie cuando Darion intentó sujetarla por el brazo.
Sintió su calor recorrerla. Llevó su brazo a la altura del pecho y, con todas sus fuerzas no giró la cabeza para no mirar a Darion.
—Rowena —la llamó con pesadumbre.
Pero ésta no detuvo su andar ni giró. Simplemente siguió caminando, bajó del estrado y se coló entre la muchedumbre, aunque su cabello dorado era sencillo de distinguir.
Darion dejó escapar un suspiro y la observó marcharse. Seguía siendo la misma Rowena, quizá con un poco más de carácter y temperamento, y tal vez estuviese mucho más alerta que antes. Pero seguía siendo ella misma y Darion lo sabía, lo que había cambiado era cómo lo percibía a él. El primer día que se conocieron se había convertido en un misterio para ella y, tal vez Rowena no sabía todo de él, pero parecía entender que eran aguas negras en las que no quería volver a meterse.
Y eso decepcionó un poco a Darion, quería seguir teniendo esa confianza con Rowena y se sentía culpable por haberla roto un poco más de lo que ya estaba: era su culpa. Él se había buscado que lo ignorase y le dejase de hablar. Parecía perseguir eso cuando en realidad quería todo lo contrario. No quería que Rowena se alejase y la perdiese, quería tenerla mucho más cerca, sentir su aroma de aventura y que ella se sintiera protegida con él.
Rowena avanzó entre las personas, todas las miradas iban dirigidas a ella mientras se buscaba espacio para salir de ese lugar que la comenzaba a atormentar. Sentía que la quemaban viva. Intentó respirar y calmar sus jadeos. No fue hasta que logró salir de la muchedumbre que se sintió mejor.
Avanzó por las calles vacías de Mazefrek con un sabor amargo en la boca. Le quedaba una semana de vida, ¿qué haría en ese tiempo? Prefería ser quemada viva en ese mismo instante a pensar en su condenada cada segundo que aún le aguardaba.
No sabía si estaba más enfurecida con el Sabio por alargar su espera o con Darion por romperle el corazón. Estaba lo suficientemente rota como para soportar más dolor. El pueblo estaba en su contra, con mucha más fuerza que antes, luego estaba lo de su padre (lo que la llenaba de terror porque sabía que a penas había comenzado su duelo y estaba sola) y para rematar, las palabras de Darion punzando en su mente hasta clavarse con fuerza en su corazón.