En las Fauces del Lobo | Próximamente En FÍsico

32. «Bienvenida» dicen las ramas

¿Un viernes? ¿Con actualización de "en las fauces del lobo"? ¡No lo puede creer! Estamos aquí otra vez. ¡Bienvenidos! como aclama nuestro título.

He terminado de escribir este libro y todavía sido... impactada. Lo logré. En menos de lo que esperaba pude seguir toda la historia, lo que me costó tiempo fue superar el bloqueo y las ganas de llorar que me producían cada vez que abría el archivo; ahora estoy aquí, con el borrador completo.

Había contemplado 39 capítulos + epílogo, pero se alargó un poco y nos hemos quedado en 41 capítulos + epílogo, así que ¡disfruten!

32 | «Bienvenida» dicen las ramas

Una caricia fue lo que trajo a Rowena de regreso a la realidad. Era una mano tibia que limpiaba las lágrimas que aún salían impertinentemente de sus ojos.

Levantó la vista lentamente. Sus ojos dieron con el cielo estrellado y la media luna que estaba arriba de su cabeza. La mano detuvo las caricias sobre su mejilla y cuando Rowena giró un poco más su cabeza, observó a Darion, quien conectaba sus ojos azules con los de ella.

Se había quedado dormida. ¿Desde hacía cuánto no dormía sin pensar? No recordaba siquiera haber cerrado los ojos. Se había sentido tan cómoda entre los brazos de Darion que no le había importado nada más.

—Lo siento, Row —murmuró Darion, escondiendo su rostro entre los rizos de Rowena—, de verdad. Soy demasiado idiota como para dejar que el orgullo me venza. Lamento haberte hecho daño.

—¿Daño?  Soy de hierro, no puedes hacerme daño —dijo Rowena con una sonrisa burlona mientras trataba de concentrarse— Ya te he perdonado, Darion...

Aquellas palabras rebotaron en su mente. ¿De verdad ya lo había dejado pasar? Sus palabras se habían clavado como agujas en su corazón, cada vez más y más hondo, pero por más que ese dolor hubiese existido, Darion lo había sanado.

Los silencios con Darion muchas veces habían sido mortíferos, Rowena no entendía cómo podía ser tan silencioso, cómo incluso podía no responderle... pero ya se había acostumbrado a ello, ahora le agradaba escuchar el silencio de Darion.

Su respiración en su oído, tan cercano como si nunca hubiese temido acercarse a ella; el calor de su cuerpo contra el de ella, su mano tan cerca como nunca lo estuvo, pero a la vez tan familiar que Rowena podía sentir cómo sus ojos volvían a cerrarse.

—Vamos.

La voz de Darion golpeó su mejilla, mientras movía a Rowena para ponerse en pie. Le extendió la mano, y Rowena, que por un momento sintió estar viviendo una fantasía, dejó que la guiara adonde quisiera llevarla.

Caminaron lentamente hasta el pueblo, donde las tenues luces de las farolas dieron con ellos. Rowena siguió a Darion hasta llegar a un sucio hostal. El edificio era viejo, como todo era en Mazefrek; de madera gastada que crujía bajo el peso. Era una estructura alargada, con un par de habitaciones. Rowena nunca había estado ahí, tampoco le había llamado nunca la atención.

Pero en ese momento sentía mucha más curiosidad, porque Darion vivía ahí. Justamente en ese edificio era donde iba Darion todas las noches a descansar, era ahí donde se refugiaba cuando Rowena no sabía dónde estaba.

Su corazón golpeó con fuerza a causa de la emoción, y sintió su respiración flaquear. Darion carraspeó y abrió la puerta, la campanilla de encima resonó y un hombre de cabellos rubios los observó detrás de un viejo mostrador. 

El pobre hombre se había despertado con el ruido de la campanilla, los observó tratando de regresar a la realidad.

—Buenas noches, Stear.

—Buenas noches, Darion —saludó el hombre, para luego bostezar.

Debía ser duro trabajar en ese lugar, nadie en Mazefrek estaba fuera tan tarde, pero tampoco recibían muchas visitas.

Darion guió a Rowena por unas escaleras rústicas de madera que ya estaban lo suficientemente gastadas como para desmoronarse con cualquier paso. El lugar parecía sucio y viejo. Rowena se abrazó a sí misma, como si alguien estuviese acechando desde las sombras. El viento entraba por las ventanas mal selladas, lo que lo hacía más frío que su propio hogar.

—Yo sé que no es un lugar ideal para una princesa... —murmuró Darion.

—Una princesa de pueblo —le recordó Rowena, sobresaltándose un poco—. Esto es lo normal.

En las paredes colgaban cuadros rotos y viejos, como en su propia casa. El suelo del pasillo, al cual llegaron seguido de las escaleras, estaba cubierto por una alfombra delgada y vieja de color rojo sangre.

Darion siguió avanzando hasta una de las puertas, ahí se detuvo, incrustó la llave oxidada y abrió. La habitación era un poco más modesta y cómoda que el resto del hostal. Contaba con una cama individual, una ventana con cortinas rasgadas y grises, y una silla de madera enfrente de una mesita rota. 

Darion invitó a pasar a Rowena y ella inspeccionó el espacio. Había una puerta contigua donde seguramente estaba el baño. A la derecha había una pequeña cocina, o al menos se juzgaba así. Y eso parecía ser todo. A excepción del aroma que la habitación desprendía. Olía a Darion. Había algo en el ambiente que te decía que ese era su espacio.

Y Rowena se sentía privilegiada de estar ahí.

—Ven.

 Darion la sacó de sus pensamientos, y sujetando su mano la llevó a la diminuta cocina, encima de una de las superficies se encontraba un cilindro de color rojo intenso, como si fuese de cristal.

—¿Sabes qué es? —preguntó Darion en su oído.

Rowena miró fijamente el objeto, incapaz de razonar porque Darion se había vuelto a acercar a ella. Todo lo que podía pensar era en eso: su cuerpo cerca del de ella. En ese beso que habían compartido. En todo lo que le hacía sentir.

—Parece algo que desprende luz —respondió insegura.




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