En las Fauces del Lobo | Próximamente En FÍsico

35. Dër Bestek, Rowena

Rolan le había enseñado a Rowena la magia del idioma antiguo, aquel lenguaje que parecía perdido entre capaz de tierra y neblina, le había hecho ver que incluso existían palabras sin traducción a su nuevo idioma, y una de ellas le venía bien para ese momento. «Dër Bestek» se dijo mentalmente mientras seguía a Darion por la oscuridad del Bosque. «Dër Bestek, Rowena» le dijo su padre desde arriba en Cielo.

Darion tuvo que asistir más tarde a la reunión de la manada, sería la última noche que pasarían antes de que todo acabase. Rowena lo siguió, y Darion le insistió en obedecerle, si la descubrían podrían ocurrir cosas que él no quería ni siquiera imaginar.

En el cuello de Rowena colgaba la bellota que Darion le había obsequiado como símbolo de su promesa, había logrado atarla con una cuerda vieja y hojas del suelo, parecía estar firme, así que Rowena estuvo tranquila. No quería perderla.

Desde ese momento la acompañaría siempre.

Rowena se ocultó a gran distancia de la manada, para evitar que la olfateasen o la escuchasen, pero donde fuese capaz de escuchar cada una de sus palabras. 

A Darion no le hacía mucha gracia la idea de exponer a Rowena de esa forma, prefería mantenerla a salvo sin que tuviese que ponerse en peligro, pero Rowena era incluso más tozuda que él y no tenía forma de influir en sus decisiones.

Un poco inseguro, Darion caminó en silencio hasta sus hermanos. Esus lo observó desde la distancia, con su semblante impacible.

—¿La hallaste?

Habían hablado sobre ello. Darion se negaba a entregar a Rowena, se negaba siquiera darle a Esus una pista, pero Rowena lo había hecho razonar: no podía darle una razón a Esus para echarlo o no podrían continuar.

—Sí, alfa —respondió Darion, apretando los dientes.

El día que dejase de responder ante Esus sería el más feliz de su vida.

Y ese día pronto llegaría.

Esus asintió, complacido. Soltó el aire en forma de suspiro y le regaló una diminuta sonrisa a Darion, acompañado de un gesto para que tomara asiento. Darion lo obedeció, preguntándose qué estaría pensando Rowena de todo ello.

No quería que viese cómo Esus lo humillaba siempre que tenía la oportunidad, y tampoco quería que lo viese perder el control, menos sus luchas sangrientas. Trató de parecer el mismo Darion imperturbable de siempre.

—¿Está a salvo? ¿No causará problemas?

—Tendrá que quedarse en el Bosque —explicó con obviedad—, si la llevo a Mazefrek la matarán y en Leoscis la necesitan con vida.

Esus suspiró con pesadez y negó con la cabeza. Bajó la vista hacia la tierra y mordió sus labios, pensativo.

—Eso complica un poco las cosas...

Se levantó de donde descansaba y comenzó a dar vueltas en círculos, mirando hacia el suelo, tratando de concentrarse.

—¿Tendremos que hacer cambios? —preguntó Finn, observando a sus dos hermanos.

Darion se encogió de hombros y sacó la armónica del bolsillo, aprovechando que Esus estaba ocupado. Necesitaba calmar sus ansias.

—Lo más probable —respondió Esus con una mueca, aún sin mirarlos.

Darion acercó la armónica a sus labios y comenzó a soplar, la melodía salió de ella. Rowena, en su escondite, se permitió sonreír. Reconocía ese sonido. Su corazón se encogió con regocijo en su pecho.

«Entonces sí la usa» pensó victoriosa.

Desde que Darion pasaba el tiempo de esa forma, tocando melodía inconexas en su armónica, se sentía extrañamente más tranquilo, más real y menos monstruoso.

—¿Quieres parar? —ladró Esus, alzando ahora sí la vista hacia Darion.

Éste dejó su melodía en el aire, despegó la armónica de sus labios y observó a Esus con la ceja alzada.

—¿Perdona?

—Estoy tratando de pensar cómo solucionar problemas por las metidas de pata que  cometes.

—El único que ha trabajado realmente y hecho algo de utilidad en toda la Luna he sido yo —gruñó Darion, incapaz de contenerse.

Esus lo observó con ojos oscuros, mostrando sus caninos con enojo. Trató de calmarse y repetirse mentalmente que aquello no tenía importancia en ese momento. Habían cosas mucho más importantes para molestarse.

Rowena cubrió sus labios en sorpresa. A pesar de que Darion le hubiese confesado que no le molestaría asesinar a Esus para ser alfa, tampoco creyó que Esus tratase a Darion de esa manera. Algo se extendió en su estómago, una sensación. «Tal vez sí podría ser lo mejor» pensó, e inmediatamente se sintió culpable.

—Eres imbécil —le soltó Esus, conteniendo todo lo demás.

Darion se encogió de hombros y guardó la armónica en el bolsillo, mientras sus dedos se movían inquietos. Debía mantener la calma, estaba así únicamente porque Rowena estaba muy cerca, solo podía olerla si concentraba en buscar su aroma.

Le ponía de los nervios saber que muchas cosas estaban por suceder y que ella podría estar en peligro. En unas horas sería su cumpleaños, y no tendrían tiempo ni siquiera para un abrazo.

Se deshizo de ese pensamiento, y prestó atención a Esus, que había recobrado su postura de alfa, ya no estaba cabizbajo ideando la reconstrucción del plan.

—Bien, atención —llamó.

Todos los lobos guardaron silencio y pestaron plena atención a su alfa. Éste observó a todos los involucrados, asegurándose de captar la atención de cada uno.

—Tenemos que tener un poco de precaución porque la niña está en el Bosque.

Todos intercambiaron miradas por un segundo, pero permanecieron estáticos al instante siguiente.

—Repitan posiciones, ahora.

Los hombres lobo se irguieron incómodos, se sobresaltaron ante la orden, algunos carraspearon, otros se acomodaron en sus lugares, pero estaban preparados para hablar.

Esus señaló a uno, y éste, un poco inquieto, exclamó:

—Suroeste.

Era un omega que debía hacer guardia y, al igual que los demás, esperar a la señal de Esus para empezar el ataque. No lo sabían, pero en esa área era donde se escondía el grigko.




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