En las Fauces del Lobo | Próximamente En FÍsico

41. El corazón roto que anuncia la catástrofe

Un mundo libre de dolor, pérdidas y tragedias es una utopía, una ensoñación en la que Rowena quisiese vivir aunque siempre hubiese sentido una ferviente añoranza por los romances trágicos. Comenzaba a preguntarse si era su culpa. ¿Lo había deseado con mucha fuerza sin medir las consecuencias? ¿No había utilizado las palabras correctas?

Su padre siempre le había advertido de las palabras, que tuviese cuidado con lo que dijese porque tenían un poder extraordinario, que uno tenía que desear con extremo cuidado. Y a ella se le había hecho fácil desear.

Era tan fácil pedir algo sin saber si se hará realidad.

Dejó la margarita silvestre sobre la tierra seca y observó la lápida de piedra grabada con el nombre de «Beltaine Airlia Brighton» y la información de su nacimiento con el año y la posición de la Luna.

Rowena y Yen observaron la piedra en silencio. Había mucho por decir, mucho por contar y mucho por agradecer que Rowena no encontraba las palabras, se sentía llena pero también vacía.

Abrió la boca un par de veces, pero la voz no salió de ella.

Yen dirigió su vista a Rowena cuando ésta dio una grande y lenta bocanada al aire. Quería poder decirle todo lo que su corazón sentía en ese momento, pero parecía ser demasiado.

Así que Rowena cerró los ojos y trató de ser una con la naturaleza que le rodeaba. Inspiró profundamente y soltó el aire, al igual que las lágrimas que le habían impedido hablar. En ningún momento abrió los ojos, quería quedarse ahí.

Porque en ese momento no tenía miedo. No había podido conciliar el sueño después de los sucesos, ni había podido cerrarlos sin que su cuerpo reaccionara como si la estuviesen ahogando.

Sintió cómo una mano helada le acarició las mejillas y una voz femenina y suave, arrebatada por el viento, le decía: «tranquila, mi niña.»

Aquello sí la hacía sentir en paz.

—Lo encontré —susurró Rowena, y vio a la mujer que le acariciaba las mejillas.

Era la señorita Brighton, la reconocería sin sus arrugas. Era bella, joven y radiante. Pero como la mujer y el niño del Bosque Maldito, no podía verla definidamente.

El espíritu le sonrió.

—No pudo regresar a ti... el Demonio lo tenía en una jaula casi muerto, lo siento —las lágrimas se deslizaban por sus mejillas—. No estaba muerto, pero por mi culpa ahora lo está.

Rowena sintió que no encontraba el aire, y la mujer le sujetó las manos, dándole un corto beso en la frente. La hizo que la mirara detenidamente para arrullarle con ayuda del viento: «Ahora podemos estar juntos.»

Rowena se permitió sonreír sin poder detener sus lágrimas.

—He cumplido mi promesa.

El orgullo se expandió por el pecho de Rowena como un vendaje con crema con aroma primaveral, como los mágicos tés de Odette... sintió que, después de mucho tiempo, podía respirar. Había logrado algo positivo.

Había cumplido su promesa, aunque no como hubiese querido. Cuando se la había hecho a la señorita Brighton había imaginado la escena repetidas veces. Encontraba al hombre que había estado buscando a su amada por mucho tiempo, perdido en algún lugar porque Mazefrek estaba oculto... tal vez una bruja lo había dejado ciego, o había perdido el camino porque le lanzaron una maldición. Y Rowena lo encontraría, lo llevaría con la señorita Brighton y serían felices, comerían perdices...

Aunque todo había sido diferente. Había una bruja, Rowena lo había encontrado, él no había encontrado el camino de regreso y su última palabra había sido el nombre de su amada. Ocurrió de una manera mucho más cruda de lo que habría deseado.

No había sido su culpa, pero tal vez si hubiese recordado su día perdido antes, habría sabido. Habría ido más preparada, habría ideado un plan para salvarlos a todos. Rowena ahogó un sollozo.

—Lo cumpliste —le aseguró la voz de la señorita Brighton.

Rowena cubrió su rostro lleno de lágrimas y sollozó, mientras el sentimiento de orgullo se desvanecía y dejaba espacio para la pena. Trató de concentrarse en todas las cosas buenas, porque dentro de todo el desastre, había unas cuantas cosas para rescatar.

Había recuperado el día perdido, había salvado de la maldición al niño y a su madre; había cumplido la promesa de la señorita Brighton, había contenido parte de la mesacre... pero en todo eso, también había perdido a Heidi.

Su corazón lloró sangre al recordar el nombre de Heidi. Había tantas pérdidas que harían una celebración aquella noche solo para los perdidos en la batalla, para honrar su memoria... esa noche no se hablaría de las leyendas ni se festejaría la existencia de Luna.

Por primera vez en Mazefrek.

Se habían quedado sin un líder, y había tantos heridos que incluso Rowena dudaba de que el sepelio pudiese hacerse esa misma noche.

Vio cómo la aparición de la señorita Brighton se desvanecía. Se despidió de ella y se levantó abriendo los ojos. Limpió sus lágrimas con la capa roja que cubría su cuerpo y abrazó a Yen.

Era hora de su siguiente parada. Comenzaron a andar entre el desastre. A la luz del día, Mazefrek se veía mucho peor. Las casas se habían destruido, había tantos cristales que Rowena tenía que ir con cuidado, ver dónde podía cada pie, aunque ya estaban lo suficientemente heridos.

—Deberías ir al descampado a que te revisen —le dijo Terrence mientras la ayudaba a limpiarse y curarse las heridas. Pero ella se había negado.

Aún quedaban cuerpos que todavía no habían recogido, mucha sangre pintaba la madera, la tierra y cada zona del pueblo. Rowena ni siquiera quería prestar atención a lo que pisaba o veía.

Caminó en silencio y cabizbaja hasta la Orilla del Cuerno, con la enorme loba de pelaje rubio junto a ella. Sabía que Yen era poderosa, no era una perrita como ninguna otra, y lo había demostrado.

Aún no entendían lo que había ocurrido, pero comenzaba a gustarles.

Rowena observó a Cielo una vez que sus pies tocaron el césped del que había sido uno de sus lugares favoritos. Inspiró el aire con un aroma cercano al del Bosque Maldito. Su mente la llevó a la noche con Darion, cuando había hecho aparecer motitas de luz como por arte de magia.




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