En las garras del salvaje

Capítulo 2

Una vez en el carruaje de vuelta a casa, Helena no desperdició la ocasión para comunicarle a la mayor de sus nietas lo que opinaba de su situación de empedernida soltería. Necesitaba ser escuchada, a pesar de que Perla era capaz de adivinar palabra por palabra la cantaleta que estaba a punto de recibir, puesto que ya la había escuchado muchas veces antes.

—¿No te da pena que Felicia a sus 19 años esté por casarse y tú sigas soltera? Es tu prima menor ¡Yo en tu lugar estaría mortificada! De verdad que no te entiendo, Perla. Eres mucho más guapa que Felicia y también más inteligente, en tu momento pudiste haber elegido al candidato que quisieras y, por alguna extraña razón, los dejaste ir a todos…

—Abuela, no se supone que debas comparar a tus nietas de esa manera —comentó Perla mirando por la venta—. Puede llevar a rivalidad entre la familia. Además, yo no me pienso más bella o inteligente que mi prima. Somos distintas, eso es todo.

—Pues en ese caso, eres muy modesta. Lo que digo es la verdad y cualquiera con ojos puede verlo. Tú prima es carismática, pero también es vanidosa y de carácter difícil cuando las cosas no salen como ella desea. Tú tienes mejor temple, eres culta y tus facciones son indudablemente más atractivas —se defendió Helena—. Cuando tenías la edad de Felicia pudiste haber elegido un candidato diez veces mejor que Maximilian Ambani, pero dejaste pasar el tiempo… ahora tu selección se ha reducido, los mejores partidos ya no van a mirarte a ti, sino a las decenas de jovencitas que entran al mercado matrimonial cada temporada a hacerte competencia. Cada año se te vuelve más difícil asegurar un matrimonio conveniente, aunque tú pareces no darle importancia.

—Porque no la tiene. El hombre que sea para mí, será para mí sin importar si hay cien o mil mujeres más jóvenes a su alrededor —opinó Perla.

—Eres muy fantasiosa. El mundo no funciona así. Una debe luchar por lo que desea, las cosas no llegan solas, es necesario poner empeño. En mi época, yo me esmeraba por ser la jovencita más recatada y ejemplar que hubiera en el reino, así fue como tu abuelo puso sus ojos en mí. De haber estado yo pensando en mí misma o haciendo lo que mejor me placía, él se habría fijado en otra. Tú debes hacer lo mismo que yo, no querrás que vuelva a sucederte como con el joven Ferraz.

Perla dio un respingo en su asiento, esta vez toda su atención se giró hacia su abuela.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó alarmada. ¿Sospechaba la abuela del romance entre ambos? No podía ser, ya había pasado demasiado tiempo de eso y habían sido de lo más cuidadosos.

—El joven Ferraz solía mirarte con insistencia, en cada fiesta sus ojos iban hacía ti. Te buscaba entre la gente y sonreía, lo sé porque mientras él te miraba a ti, yo lo miraba a él. Estaba segura de que se te declararía y, de pronto, un día de la nada resulta casado con esa extranjera sin gracia. ¡Indignante! Tú eres diez veces más hermosa que esa chica de piel pálida y figura escurrida…

—¡Qué cosas dices! Melina es una chica muy bella. Además, se ve que son felices juntos, que es lo más importante —dijo Perla algo más tranquila.

—Esa pudiste haber sido tú casada con el único heredero de la fortuna Ferraz —se quejó Helena.

—A mí nunca me interesó casarme con Tarik. Su dinero no me importa. Él está muy bien con quien está y yo estoy muy bien así como estoy. Por favor, no hables mal de las esposas de otros, es una costumbre bastante fea.

Perla sentía una especie de lealtad hacia la mujer de Tarik dado que, una vez antes de que se enterara de su casamiento, Perla había ido a buscar a Tarik a su hogar para uno de sus usuales encuentros, topándose con la nueva esposa de este, creando así una situación bastante embarazosa para los tres. A pesar de que tenía todo el derecho a odiarla y estropear su reputación, Melina Ferraz había aceptado sus disculpas y jamás había mencionado el tema, incluso, las pocas veces que se habían topado desde entonces, la había tratado con cordialidad. Desde entonces tenía una opinión positiva de Melina y le guardaba mucha gratitud, aunque sin duda Perla prefería evadirla tanto como fuera posible.

—Más feo es morir sola —farfulló Helena—. Tú mereces una gran boda, eres la hija de Tadeo Duval, el asesor del rey. Tu casamiento debería ser un evento que pare Roca Dragón entera.

—Abuela, ¿eres capaz de hablar de otro tema que no sean bodas? Una creería que eso solo lo hacen las mentes simples.

—¡No me faltes al respeto, jovencita! Esto lo sabrá tu padre —exclamó Helena indignada.

—No es falta de respeto, con las horas que pasamos leyendo cada tarde, sé que existen temas más interesantes de qué hablar que atrapar a un hombre. Tú misma admitiste hace unos minutos que soy una joven culta y me gusta pensar que esa cualidad la saqué de ti, por lo que sé que tenemos muchos otros temas de conversación entre nosotras. Además, puedes ir con la queja a papá, pero es probable que se moleste de saber que de nuevo insistes con que me case. Ya sabes que él no ve mal que yo me tome mi tiempo.

—Eso es porque tu padre te consciente en todo, te ha malcriado en exceso. No sabe ser estricto contigo como lo fue con tu hermano. Como eres su única hija, siente que debe tenerte especial consideración —se quejó la abuela.

—Por mí está bien —replicó Perla, sabiendo que lo que decía la abuela era verdad, su padre la mimaba de forma que no hacía con su hermano Rafael, en especial tras el fallecimiento de su esposa hacía algunos años.




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