En las garras del salvaje

Capítulo 3

La mansión Ambani había recuperado su esplendor pasado. Al menos eso era lo que todos los invitados comentaban mientras miraban con admiración el salón de bailes en donde se celebraba el casamiento de Felicia y Maximilian. Hacía varios años que estos muros no veían un festejo, no desde la muerte del hijo mayor de los Ambani en un turbio incidente que la gente prefería omitir de sus conversaciones por respeto a la pareja. Era un tema en la mente de todos los presentes, pero que ninguno se atrevía a traer a colación por la sordidez de los detalles y la importancia de Kurt Ambani, uno de los dos asesores del rey. Nadie pensaba que Kurt y Sara Ambani hubieran superado la muerte de su primogénito, ese tipo de tragedias no eran algo que se pudiera superar del todo, pero al menos era notable que se mostraban de bastante buen ánimo para el casamiento de su segundo hijo, Max. 

Sara Ambani lucía la sonrisa más ancha mientras daba la bienvenida a los invitados y, por supuesto, que si había una ocasión para sonreír era esta. Lo mejor del reino se encontraba aquí para el festejo, incluso la familia real estaba entre los invitados. El príncipe Luken Mondragón se encontraba en la pista de baile acompañado de su esposa, mientras que los reyes charlaban animadamente con amigos cercanos, entre ellos el padre de Perla, quien fungía como segundo asesor real desde antes del nacimiento de ella.

Perla consideró ir a saludar a sus monarcas, pero al ver que cerca de ellos se encontraba la familia Ferraz, decidió dejarlo para más tarde. Si bien entre ellos no existía ninguna contienda, Perla tampoco consideraba prudente tentar su suerte acercándose a Tarik de forma innecesaria. Él era un hombre casado, no había motivos para estarse buscando problemas. Si se topaba con ellos de frente los saludaría con cordialidad como siempre lo hacía, pero, en la medida de lo posible, era preferible mantener la distancia.

Orson Soler se abrió paso entre los invitados para llegar a Perla. Llevaba su cabello oscuro acomodado hacia atrás y un atuendo que hacía ver sus hombros aún más anchos de lo que realmente eran. Nadie lo podía acusar de feo, Orson tenía facciones finas, sin que por eso dejaran de ser varoniles. Lo mejor de su aspecto eran sus ojos verdes que contrastaban con su piel atezada. Aunque los ojos de color no eran una rareza en el reino de Dranberg; de hecho, los miembros de la familia real se caracterizaban por tener los ojos violetas. Sin embargo, por más comunes que fueran los ojos de distintos colores, no dejaban de ser agradables a la vista. Perla no tenía ojos de color exótico, sus ojos eran miel, pero sentía que compensaba ese hecho con muchas otras cualidades que la hacían atractiva y no estaba equivocada.

Orson le sonrió con confianza al llegar frente a ella, como si guardaran un secreto de años.

—Ya me preguntaba si te vería esta noche —dijo de forma seductora.

—Es la boda de mi prima, sería difícil que me la perdiera —contestó ella con un dejo de burla.

Hacía unas semanas que Perla comprendía que Orson tenía interés en ella, lo adivinó desde la última vez que visitó a la hermana menor de este y Orson pasó al menos minuto y medio mirándola embelesado. Lo que aún no descifraba era la seriedad de sus intenciones. ¿Buscaba matrimonio o algo más divertido? Aunque, a fin de cuentas, para Perla daba lo mismo, ella no estaba interesada en ninguna de las dos. Si bien hacía algún tiempo que llevaba jugando con la idea de encontrar un nuevo amante, alguien con quien vivir momentos de pasión a escondidas, no creía que Orson fuera el indicado; por más apuesto que este fuera. Con Tarik las cosas habían funcionado porque ambos tenían el mismo objetivo y eran discretos para no caer en habladurías que los pudieran perjudicar, pero Orson no contaba con la misma prudencia, de hecho, era conocido por ser aficionado al cotilleo, y lo último que Perla deseaba era un escándalo que pudiera afectar a su familia. Una cosa era divertirse y otra muy distinta estropear la reputación de los Duval en el reino.

—¿Me permites esta pieza de baile? —preguntó Orson sin haberse percatado de la ligera burla en la respuesta de Perla.

—¿Aceptarías un no por respuesta? —preguntó ella de vuelta, a lo que él negó con una sonrisa de pilluelo—. Entonces vamos.

Perla tomó la mano que Orson le ofrecía y este la llevó a la pista de baile. Aún sin verla, Perla sabía perfectamente que la abuela Helena la observaba y sintió hastío por adelantado de imaginar que pasarían semanas sin que la dejara de molestar queriéndola acercar a Orson. Los Soler eran una familia respetable y de buena fortuna, así que no era de extrañar que la abuela los fuera a considerar idóneos candidatos para emparentar a su nieta.

—Creo que la señora Santillán bebió de más. Escuché cómo su marido la amonestaba por ello, diciéndole que no deseaba escenas —le confió Orson mientras daban vueltas por la pista de baile—. Seguro que es porque sigue molesta por lo que pasó entre el príncipe y su hija. Imagina, los Santillán ya se hacían parte de la familia real y el príncipe de último momento cambia de opinión y desposa a otra muchacha. Debió ser un golpe duro de soportar.

Perla sonrió para sus adentros, he ahí el motivo por el cual no podía tener algo con Orson: él siempre se iba por la boca. De empezar un romance con él, no tomaría ni media semana para que Roca Dragón entera estuviera al tanto, entonces su padre los obligaría a casarse para restaurar su honor y ella prefería ahorrarse el drama.

—A veces las cosas no salen como uno desea, Grecia Santillán hizo todo en su poder para ser la siguiente reina y no lo logró, el príncipe simplemente se enamoró de otra —dijo Perla con indiferencia.




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