Perla no durmió pensando en Xavier. Era tan atractivo, tan perfecto en todos los sentidos. Por más que intentaba distraer su mente, sus pensamientos irremediablemente volvían al caballero de Cima de Fuego. Estaba impaciente por que llegara el día de su cena privada. Ansiaba probar sus labios y conocerlo de la manera más íntima posible. Era una verdadera lástima que viviera tan lejos, de otro modo, Perla le habría dado una buena considerada a hacerlo algo más que un romance.
Poco después del amanecer, Gilda, su doncella, entró a la recámara y se quedó sorprendida de verla despierta.
—Creí que me costaría la vida despertarte —comentó asombrada—. Normalmente después de una fiesta, no hay forma de sacarte de la cama antes del mediodía, te vuelves una roca.
Perla rió ante la observación. A veces Gilda era demasiado franca, pero eso era porque la conocía desde que estaba en brazos de su madre y prácticamente había ayudado a criarla, así que se sentía con bastantes derechos maternales. Y, en cierta forma, sí los tenía. Gilda era un bastión en la vida de Perla, sobre todo tras la muerte de su madre. Ella la había ayudado a superar su duelo y a entender que la vida seguía adelante aun a pesar de las tragedias. En Gilda confiaba como en ninguna otra persona en el mundo, entre ellas no había secretos. Gilda conocía a Perla tal cual era, con sus aciertos, errores y travesuras. Hablar con su doncella era su desahogo y un lugar seguro donde no se sentía juzgada. Ni con la abuela, ni con Felicia, ni con nadie de su familia se sentía tan en confianza como con la vieja Gilda.
—Y así habría sido, pero no pude dormir de la emoción, fue una velada estupenda —se apresuró a compartir Perla mientras tomaba asiento sobre la cama.
—¿Estuvo linda la boda? Ah, ya me imagino que Felicia se veía hermosa, el novio debe haber estado embelesado con ella, como debe de ser. Claro que no es más bonita que tú, pero ayer era su día y seguro que toda la atención estaba en la novia. Por cierto, ¿la señora Helena no anduvo con sus comentarios ácidos? Asumo que al menos te tocaron un par, ya sabemos cómo le puede este tema de tu casamiento… Espera, esa sonrisa me dice algo… ¿Qué te tiene tan contenta? ¡Ah, ya veo que hay un caballero involucrado! —adivinó al ver su expresión alegre.
—Lo hay, Gilda, y es un sueño. Su nombre es Xavier Dominis, es un rico heredero de Cima de Fuego y, si te lo describiera, no me creerías lo apuesto que es. Su familia tiene negocios con los Ambani y planea pasar una temporada en Roca Dragón. Tiene todo lo que encuentro atractivo en un hombre, quedé encantada con él. Charlamos y bailamos… fue mágico —Perla no se daba tiempo ni de respirar, llevaba horas deseando contarle a Gilda sobre Xavier y las palabras salían a borbotones de su boca.
—Debe ser realmente especial, ese entusiasmo no te lo veía hacía bastante tiempo. No desde que empezaste a frecuentar al joven Ferraz —dijo con una sonrisilla de complicidad.
—Oh, no, Gilda. Xavier es diez veces mejor que Tarik. Te digo que es un sueño. Las descripciones se quedan cortas para lo magnífico que es —dijo Perla con ganas de saltar sobre su cama por la emoción como cuando era una niña.
—Ah, eso dices ahorita. Lo nuevo siempre es excitante, pero a este tal Dominis ni siquiera lo conoces bien. Vete tranquila, no querrás ilusionarte de más y que resulte una manzana podrida. Si algo parece demasiado bueno para ser verdad, puede que lo sea. No te precipites —le aconsejó Gilda.
—¡De ninguna manera! Xavier no tiene defectos. Ya lo verás —le aseguró con vehemencia—. De cualquier modo, pronto lo conoceré más a fondo. Me invitó a cenar a su casa. Estaremos solos él y yo para conocernos bien.
Perla acompañó la información con una mirada de picardía, dejándole saber con su expresión lo mucho que ansiaba ese momento.
Gilda puso los ojos en blanco, fingiendo que desaprobaba el plan, aunque en realidad le daba lo mismo y no tenía inconveniente en ser su tapadera si ella lo requería. Gilda era consciente de que Perla se había arriesgado mucho durante su romance con Tarik Ferraz y que su reputación podría haber quedado mancillada; de haber sido otra la ocasión, se habría negado a ayudarla a que el romance sucediera, pero la señora Duval acababa de fallecer hacía no tanto antes de eso y Gilda no tuvo el corazón para negarle su ayuda a Perla. A su parecer, Perla necesitaba un distractor y creyó que el joven Ferraz serviría para tal propósito. Además, según pensaba, a fin de cuentas, si alguien los descubría, sus familias los obligarían a casarse para restaurar su honor y Perla acabaría bien casada con un caballero de una excelente familia, por lo que el daño no sería tan terrible una vez pasado el escándalo. Esta vez era distinto, pues no conocía al caballero con quien Perla planeaba encontrarse, sin embargo, si ya la había hecho de celestina una vez, ya no podía negarle el favor una segunda y estaba resignada a ello.
—Ya veremos qué tal va esa cena, entonces te daré mi opinión sobre él —dijo la doncella con ojos entornados.
Una vez que Gilda la ayudó a alistarse, Perla bajó al comedor para desayunar con su familia. Ni la abuela Helena, ni su padre habían bajado aún, pero, quien sí estaba aquí, para alegría de Perla, era su hermano Rafael.
—¡Qué linda sorpresa! —exclamó al verlo y se apresuró a abrazarlo—. ¿A qué debemos la visita a estas horas tan tempranas?
—El bebé no deja de llorar —contestó él, refiriéndose a su hijo recién nacido—. Ni mi mujer, ni la aya logran sosegarlo. El llanto se escucha en la casa entera, necesitaba unos minutos de paz.