El corazón de Perla parecía haber saltado a su garganta, no solo por la desagradable experiencia con Xavier, sino por el hecho de que su esposa estuviera frente a ellos. ¡Su esposa! Era un canalla completo, aprovechado e infiel. Perla nunca antes había tenido una opinión tan baja de un hombre. ¿Cómo no iba su corazón a estarle advirtiendo con todas sus fuerzas que se alejara de él? ¡Estaba ante lo peor de Dranberg!
—¿Eres casado? —preguntó incrédula, aunque Xavier pareció no escucharla, pues sus ojos estaban clavados en su esposa.
—Lo es —se adelantó a contestar Evelina, entrando a paso furioso al comedor para plantárseles enfrente. Una vez que llegó frente a ellos, le propinó un bofetón a Perla a media cara con todas sus fuerzas.
La mejilla de Perla comenzó a palpitar por el golpe, pero ni el dolor logró que saliera del aturdimiento que la embargaba. ¿Por qué la golpeaba a ella? ¡Su marido era el infiel! Ella aquí era tan víctima como la esposa. Sin embargo, Perla no se sintió capaz de reclamarle, la ira en los ojos de Evelina la tenía apabullada. Además, parte de ella comprendía que había hecho mal, aun si era sin saberlo, se había prestado a una infidelidad.
—Amor, espera, puedo explicarte… —comenzó a decir Xavier con nerviosismo.
—Ahora entiendo por qué deseabas venir solo a Roca Dragón. ¡Venías a buscar mujerzuelas como esta! —exclamó Evelina señalando a Perla con desprecio.
—No es así, amor. Esto es un malentendido —se justificó Xavier torpemente.
Xavier intentó abrazar a su esposa, pero esta se alejó recriminándolo con la mirada.
Además de anonadada, Perla se encontraba llena de vergüenza. Xavier en ningún momento mencionó una esposa y ella jamás consideró la posibilidad de que él estuviera casado y en busca de una aventura pasajera. Era terrible, por supuesto que Perla jamás se habría prestado a una vileza de esa clase. Tal vez no siempre actuaba de acuerdo con las normas sociales, pero no por eso dejaba de ser una mujer con integridad. Perla no era ninguna furcia que aprobara la infidelidad marital y Evelina debía saberlo.
—Lo siento muchísimo, yo no tenía idea que era casado, sino jamás habría…
Evelina la fulminó con la mirada, la odiaba con todo el corazón y, en cierto modo, Perla entendía que tenía derecho a ello. Aunque también sentía que su ira estaba mal dirigida, puesto que el que había manchado su matrimonio era Xavier.
—Cállate, no me hables, callejera —exclamó Evelina con desprecio.
Xavier dio otro paso hacia su esposa, desesperado por sosegar su ira.
—Amor, te digo que te equivocas, la señorita Duval es hija del asesor del rey, ella vino porque…
—¡Ya veo a qué vino! ¡Mira su cabello alborotado y el estado de su ropa! Estaban a medio comedor cometiendo actos indecibles… ¡Sucia! —gritó Evelina hacia Perla.
En ese momento, Perla bajó la mirada y se dio cuenta que su aspecto era un desastre. En el forcejeo para quitarse a Xavier de encima, el vestido se le había arrugado y él había logrado quitarle el corsé, aunado a eso, su peinado se había venido abajo y ahora enormes mechones de cabello negro caían sobre sus hombros. Perla sospechó que, además, su rostro debía estar enrojecido por el bochorno y el esfuerzo físico de resistirse a Xavier. Se sintió aún más avergonzada. Por supuesto que Evelina estaba pensando lo peor de ella, todo señalaba a Perla como la cómplice en este encuentro extramarital.
—Por favor, debes creerme, no tenía idea. Él jamás me dijo que era casado —se justificó mortificada.
—¡No quiero escuchar tus mentiras, mujerzuela barata! —gritó Evelina, luego corrió a la mesa, tomó un plato y lo lanzó en dirección a Perla. El plato reventó en la pared detrás de ella, haciéndose añicos—. Largo de aquí, ramera. ¿Cómo no se te cae la cara de vergüenza?¡Sal de esta casa, impúdica!
Evelina estiró la mano para tomar otro plato y lanzárselo a Perla, pero Xavier se lo impidió asiéndola por los costados. Él comenzó a hablarle palabras suaves para sosegarla, mientras que ella seguía gritando toda clase de improperios dirigidos a la supuesta amante de su marido.
Perla no lograba moverse, los últimos veinte minutos de su vida se sentían irreales. Primero con los avances indeseados de Xavier y ahora recibiendo insultos denigrantes de la esposa que no sabía que él tenía. Una dama de las mejores familias del reino siendo maltratada de este modo era impensable. Perla sintió que jamás superaría la lacerante humillación que la embargaba.
Alertada por el escándalo que estaba haciendo Evelina, Gilda se apresuró al comedor. Le tomó unos instantes adivinar lo que sucedía al ver la extraña escena, entonces tomó a Perla del brazo y comenzó a arrastrarla fuera del comedor.
—Vámonos de aquí en este momento, tú no tienes por qué soportar maltratos —la instó con voz de urgencia.
—¡Esto no se quedará así! ¡Vas a pagar caro, callejera! —gritó Evelina a sus espaldas.
Gilda sacó a Perla de la casa prácticamente a rastras, puesto que ella estaba demasiado anonadada y solo se dejaba llevar como un objeto inerte. Por más que quería, no lograba superar la conmoción de lo que acababa de sucederle.
—Apresúrate —la exhortó Gilda mirando hacia los costados—. Debemos alejarnos de aquí antes de que a esa señora se le ocurra seguirte.