Perla no salió de su cama en tres días. A su familia le dijo que estaba resfriada, pero la realidad era que la vergüenza y la aflicción no le permitían ponerse en pie. Cada que cerraba los ojos, revivía los insultos de Evelina y, cuando no pensaba en ello, pensaba el miedo que sintió cuando Xavier la besaba a la fuerza.
Perla se culpaba a sí misma por todo, tras mucho meditarlo, concluyó que ella era la única causante de su propio mal. No debía haber ido a esa cita. Una dama respetable no habría estado en casa de un caballero a solas de noche, casado o no. Sus tonterías le habían costado caro. Ella se había pensado muy lista, buscando romances como los hombres hacían y lo único que había ganado era la peor noche de su vida. La culpa y la vergüenza la carcomían a todas horas.
Gilda no le hablaba desde esa noche, se limitaba a traerle de comer y a hacer su trabajo sin dirigirle la palabra. Es más, incluso hacía día y medio que en su lugar enviaba a una de las criadas a atender a Perla para no tener que verla.
A Perla le apenaba el silencio entre ambas, jamás se habían enojado por tanto tiempo, pero estaba demasiado deprimida como para querer enmendarlo. Sabía que ganar el perdón de Gilda no iba a ser sencillo, su doncella era una mujer de rencores profundos y con seguridad buscaría hacerla sentir muy culpable por haberla maltratado. Perla no contaba con la energía para enfrentar lo que le deparaba con Gilda, necesitaba tiempo para sanar su corazón y ya después haría las paces con ella. Era una verdadera pena que el enojo se diera justo ahora, puesto que estaba atravesando por un mal momento y necesitaba el apoyo de su querida doncella como nunca antes.
A la mañana del cuarto día, Perla decidió salir de su recámara. Ya había sido suficiente encierro, necesitaba comenzar a salir, respirar aire fresco y convivir con gente para poder superar el mal trago.
En el comedor se encontró de nuevo a su hermano Rafael. Esta vez no lo recibió con tanto cariño.
—De nuevo los llantos, no tienes idea de lo pesado que es —se justificó él al ver la mirada de molestia que Perla le dedicaba.
—¿Por qué no me dijiste que es casado? —soltó ella sin poder contenerse.
Rafael ladeó la cabeza hacia un costado, confundido por la pregunta.
—¿Quién es casado? —preguntó de vuelta.
—Xavier Dominis —le aclaró Perla, sintiendo ganas de enjuagarse la boca solo por pronunciar su nombre.
—¿Se casó? No tenía idea —dijo Rafael con inocencia—. Cuando yo lo conocí en Cima de Fuego era soltero… pero eso tiene algunos años. Debió haberse casado después de que volví a casa.
Perla se dejó caer en su asiento con desgana. Había salido de su recámara con intensión de olvidar lo sucedido y lo primero que estaba haciendo era hablar de Xavier.
—Tengo la peor suerte —farfulló Perla.
—Espero que no haya sido una gran decepción para ti. ¿Cómo te enteraste? ¿Fue la amiga de la abuela la que les dijo?
Perla se removió en su asiento con incomodidad. El rostro se le encendía de pena solo de pensar cómo se había enterado.
—No, aún no llega su respuesta… Olvídalo, prefiero ya no hablar del tema.
Tadeo Duval y la abuela entraron al comedor al mismo tiempo.
—¡Ah, ya veo que te encuentras mejor del resfriado! —comentó su padre al ver a Perla a la mesa.
—Sí, lo estoy —respondió ella evasiva.
—El tiempo no podría ser mejor. Esta tarde es la reunión de la princesa Nadine, ¿cierto? —dijo la abuela tomando su lugar.
Perla soltó un quejido para sus adentros. Se había olvidado por completo que tenía un compromiso social. Definitivamente no se encontraba de ánimos para charlar y actuar despreocupadamente con un montón de amigas, pero tampoco podía hacer la grosería de faltar, en especial porque se trataba de un miembro de la realeza.
—¡Qué coincidencia! Recuperaste la salud justo a tiempo para ir con tus amigas —señaló su padre de buen humor.
Perla fingió una sonrisa, si tan solo supiera las pocas ganas que tenía de asistir.
Para su propia sorpresa, Perla no se lo estaba pasando mal. La vana conversación y las risas le estaban ayudando a mejorar su ánimo. Aunque para Perla algo se había roto esa fatídica noche, el mundo seguía su curso inalterado y ella comprobó con gusto que era capaz de seguir adelante con él, que una mala experiencia no acababa con todo lo demás.
El salón estaba lleno de sillones de todos tamaños donde las invitadas podían descansar cómodamente mientras charlaban y reían, varios sirvientes pasaban con charolas con bocadillos dulces y bebidas, el ambiente era festivo, todas amaban las reuniones organizadas por la princesa Nadine.
Mika Soler tomó asiento al lado de Perla, aprovechando un momento en que esta había quedado sola y se inclinó sobre su hombro para hacerle una confidencia.
—Mi hermano está muy interesado en ti —le confesó con una risita de júbilo—. Lleva días hablando de lo linda que te veías en la boda de Felicia. Tiene intenciones de pretenderte formalmente, ¿es algo en lo que estarías interesada? Imagina, podríamos ser cuñadas.