En las garras del salvaje

Capítulo 10

Perla llevaba desde ayer quebrándose la cabeza tratando de determinar quién le había pasado información a Evelina, pero no lograba pensar en un sospechoso. Tal vez Tarik había hecho alarde de la relación con sus amigos, ¿sería que alguno de ellos había abierto la boca? Se le hacía difícil imaginarlo. Tarik solo tenía dos amigos cercanos: Enzo Parisi que era el sujeto más recto y apretado de la historia, y jamás se atrevería a hablar mal de una dama a sus espaldas; y el segundo, era el príncipe Luken Mondragón. Con toda seguridad, el heredero al trono de Dranberg tenía mejores cosas que hacer que estarle compartiendo su pasado a una esposa resentida. La identidad del soplón era un misterio imposible de resolver y, aunque lo lograra, ya era demasiado tarde, puesto que, de acuerdo al testimonio de la esposa de Tarik, Evelina ya poseía bastantes pormenores.

Caminando de un lado al otro de la habitación, Perla intentaba determinar qué planeaba hacer Evelina con la información que había juntado. Casi podía asegurar que difundiría su romance con Tarik como venganza, pero ¿a quién se lo contaría? Ella era de fuera, probablemente no conocía mucha gente en Roca Dragón. Perla tenía de su lado que conocía a la perfección a todas las familias de renombre, tal vez la gente se sentiría renuente a darle credibilidad a una extraña sobre alguien a quien conocían de toda la vida. El pensamiento la apaciguó ligeramente, aunque no del todo.

La puerta de la recámara se abrió, una de las criadas que atendían la planta alta entró cargando la charola de su almuerzo.

—Gilda sigue sin querer verme, ¿eh? —comentó con ligereza. 

Ya era hora de hacer las paces, este enojo absurdo no podía continuar, Perla necesitaba a su doncella más que nunca. Gilda sabría cómo manejar la situación y contener el daño que Evelina pudiera llegar a hacer.

—Gilda no se presenta a trabajar desde hace tres días, señorita —le informó la muchacha dejando la bandeja en la mesita junto al balcón—. Dijo que un pariente había enfermado y que debía ir a cuidarlo, desde entonces no hemos sabido de ella.

—¿Pariente? —repitió Perla con expresión confundida.

Gilda no tenía familia, estaba segura de ello. Llevaban años de confiarse todo, Perla recordaba vívidamente el hecho de que Gilda era huérfana, no tenía hermanos y jamás se había casado. Por eso llevaba tantos años trabajando para la familia sin casi tomarse días de descanso, no tenía a dónde ir, ni a quién visitar. Los Duval eran lo más cercano a una familia y Perla lo más cercano a una hija para Gilda.

—Eso fue lo que dijo —aseguró la criada encogiéndose de hombros levemente, dándole a entender que también le parecía extraño.

Perla le agradeció por el almuerzo y tomó asiento frente a la bandeja. Mientras comía pensaba a dónde podía haber ido Gilda. Tal vez su enojo era tan grande que quiso tomarse unos días lejos para calmarse y lo único que se le había ocurrido había sido inventar esa historia del pariente. Perla se sintió culpable por haber lastimado sus sentimientos y se prometió que, en cuanto Gilda regresara, se disculparía profusamente para hacer las paces.

Antes de que acabara de almorzar, la abuela Helena entró en tromba a la habitación con un papel en mano.

—¡Es casado! ¿Puedes creerlo? ¡Es casado! —declaró con voz escandalizada.

Sin preguntar, Perla ya sabía de qué estaba hablando, en su mano con seguridad llevaba la carta de su amiga de Cima de Fuego. Aunque había cosas más graves que esa amiga debía ignorar, como el hecho de que Xavier Dominis era un infiel y un aprovechado de mujeres vulnerables.

—Lo sé —dijo Perla con fingida calma.

—¿Cómo es que lo sabes? ¿Por qué no dijiste nada antes? —preguntó indignada.

—Eh… lo escuché por ahí. No tiene importancia, fue solo una pieza de baile. Te dije que te estabas precipitando —dijo Perla queriendo dejar el tema.

Los hombros de Helena cayeron con desánimo.

—Y yo que creí que podía ser un buen prospecto. Es una lástima. Claro, todos los hombres que valen la pena ya están tomados.

Perla contuvo la risa burlona, había muchas cosas que se podían decir de Xavier, pero que valía la pena no era una de ellas.

—Puede que tu búsqueda por un esposo para mí esté por acabar —dijo Perla para alzarle los ánimos—. Orson Soler vendrá en estos días a hablar con papá, quiere pretenderme seriamente. Al menos eso fue lo que mandó a decir con su hermana.

Una enorme sonrisa de oreja a oreja se dibujó en los labios de la abuela.

—¡Qué maravillosa noticia! Los Soler son gente respetable, no le veo inconveniente a emparentar con ellos. Es más, me agrada mucho esa unión —dijo llena de alegría.

Perla sonrió, dándole a entender que estaba igual de entusiasmada. Al menos una de las dos se sentía bien y tal vez, con el tiempo, Perla llegara a enamorarse de Orson como soñaba que era el amor.

—Por favor, espera a que venga antes de empezar a hacer planes o difundir la noticia —le pidió a su abuela—. No estaré comprometida hasta que él me lo proponga.

—Por supuesto, ¿cuándo me has visto cometer una imprudencia? —se defendió la abuela—. Aunque será difícil, justo ahora voy de salida a tomar el té con la señora Terranova y no sabes cómo me encantaría darle la noticia.




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