Era como si un muro de ladrillos se le hubiese venido encima, no solo por la misiva y sus horribles mentiras, que había varias, como el hecho de que ella tuviera aún un romance con Tarik o una larga lista de amantes en su haber; sino que, lo que más la hería, eran las partes ciertas y no tanto por el contenido, sino porque Perla supo de inmediato quién había estado hablando con Evelina: Gilda, su doncella.
Los pormenores de dónde se veían ella y Tarik, su primer beso durante el cumpleaños del príncipe, las rosas que Tarik escondió en su camino para ganarse su afecto… esas cosas solo podía revelarlas su doncella. Nadie más tenía tantos detalles, aun si Tarik se lo hubiera contado a algún amigo, ellos no recordarían ese tipo de pormenores cursis e intrascendentes. No, esto venía de Gilda.
Perla arrugó el papel en sus manos y encogió las piernas sobre sí misma, ahogada en una sensación de abandono. La misiva dolía, pero más dolía la traición de la persona en quien ella más confiaba en todo el mundo. Alguien a quien prácticamente consideraba una segunda madre. Ahora tenía sentido esa historia del pariente enfermo, Gilda no planeaba volver, con toda seguridad Evelina había retribuido generosamente sus servicios de informante y ella desparecería con el dinero. Pensar que el cariño que supuestamente le debía tener después de conocerla toda la vida podía evaporarse con tan solo unas monedas era increíblemente duro de tragar. Un grito al calor del momento había bastado para que le diera la espalda y la traicionara de la peor manera. Perla experimentó una vacío similar al que sintió tras la muerte de su madre, volvía a estar vulnerable sin una guía en el mundo.
Primero escuchó los cascos de los caballos y segundos después la abuela entró con el rostro enrojecido y la respiración agitada. En su mano llevaba un pedazo de papel idéntico al que tenía Perla.
—¡Explícame qué es esto! —exigió Helena a su nieta en cuanto la vio sentada sobre las escaleras—. ¿Por qué está persona está diciendo mentiras tan viles acerca de ti? ¡Dime qué está pasando, ahora!
Perla tragó saliva, seguro que la misiva llegó a casa de los Terranova mientras la abuela tomaba el té con su amiga, ¿cuántos hogares más en Dranberg habían recibido el difamatorio escrito? Evelina debía haberle dedicado horas a escribir varias copias para asegurarse de que cada familia recibiera una.
—Abuela, tranquila, te hará daño —dijo Perla, poniéndose de pie preocupada por lo que el disgusto pudiera hacer a la salud de su abuela.
—¡Más daño me hace que estén injuriando a mi nieta! ¿Quién escribió esta basura? La muy cobarde no tuvo el valor de firmarlo, pero sí de acusarte de las mayores indecencias. Jamás había sabido de algo tan indigno, ¿cómo se atreve a difamarte con tanta saña? Encontraré a la autora y la haré pagar —la voz de la abuela se quebró, aunque se esmeraba por ser dura, la edad ya le pesaba y su cuerpo no toleraba las emoción fuertes.
Perla tomó a su abuela por un costado y la ayudó a llegar a la silla más cercana, entonces comenzó a hacerle aire con la misiva. Al menos algo bueno tenía que hacer ese pedazo de papel.
—Pediré que te preparen un té —sugirió Perla, pero antes de que pudiera alejarse, la abuela la tomó del brazo.
—Mi pobre nieta que a nadie ha hecho daño, no puedo concebir que alguien se atreva a difundir mentiras tan ruines sobre ti —se lamentó Helena.
Perla soltó un suspiro, conmovida de que la abuela ni siquiera estuviera considerando la posibilidad que lo que afirmaba Evelina fuera cierto.
La puerta volvió abrirse, esta vez fue su padre quien entró. Su mirada dejó claro que ya también había leído lo escrito por Evelina. Al parecer, Roca Dragón entero había recibido una copia.
—Necesitamos hablar, Perla —dijo Tadeo Duval con voz firme, como nunca usaba con su única hija.
—Es un escándalo, ¿cómo alguien pudo hacernos esto? —expresó la abuela afligida.
—Por favor, papá, no hagas caso. Son solo un montón de mentiras. La misiva ni siquiera está firmada, es solo alguien malicioso que quiere hacerme daño sin dar la cara —dijo Perla con voz temblorosa, asumiendo que su mejor oportunidad para salir de esta situación era negarlo tal como creía la abuela. Sería su palabra contra lo dicho por un escrito anónimo. Ella era una Duval, debía confiar en que su buen nombre ayudaría a que la gente desestimara el rumor.
—¿Hay algo de verdad en esto? —preguntó su padre señalando el papel.
—¡Cómo puedes siquiera pensarlo, Tadeo! —se quejó la abuela.
—Le estoy preguntando a mi hija —replicó el aludido con mirada torva—. Responde, Perla.
Ella negó con vehemencia.
—Te digo que son solo inventos, alguien quiere dañar mi reputación esparciendo mentiras.
—¡Debemos averiguar quién es y destruirla! —exclamó la abuela—. Ya sabía yo que ser tan bonita iba a terminar siendo perjudicial, allá afuera hay muchas mujeres envidiosas que no soportan ser opacadas.
—¿Tienes idea de quién es y por qué querría hacer esto? —la interrogó su padre.
Perla volvió a negar. Señalar a Evelina le parecía una mala idea, eso solo acicatearía su ira y la haría redoblar sus esfuerzos por destruirla. Además, si hablaba de Evelina, tendría que aclarar de dónde la conocía y su plan de negar la misiva se vendría abajo.