En las garras del salvaje

Capítulo 12

Pasaron varios días que se sintieron sumidos en oscuridad. No fue una sorpresa que Orson Soler no viniera a hablar con su padre, ¿quién iba a querer pretender a Perla después de tan tremendo golpe a su reputación? Los Soler debían sentir que libraron una calamidad. 

Ni su padre ni su abuela le dirigían la palabra, cada que se topaban con Perla en casa, se giraban y salían en dirección opuesta. Su silencio dolía, así como también la decepción en sus miradas.

De salir de casa ni hablar, se había enterado por las criadas que la gente comenzaba a murmurar a espaldas de la abuela Helena cuando la veían pasar y era evidente que con Perla sería cien veces peor. ¿Para qué arriesgarse a recibir miradas de censura? Ya el hecho de que ninguna de sus supuestas amigas le hubiera escrito o la hubiera visitado para saber cómo estaba le dejaba claro que la sociedad le había dado la espalda. Evelina había logrado su objetivo de convertirla en una paria, ahora todos la consideraban una devora maridos. Ya nadie la quería cerca. Ni siquiera sus propios familiares.

Una mañana, tras casi una semana de aislamiento, la abuela entró a la habitación de Perla y tomó asiento en la orilla de la cama. No hubo un buenos días, ni un cómo te sientes. Helena fue directo al punto.

—Dime algo, Perla, pues le he estado dando vueltas en mi cabeza sin cesar y no logro comprenderlo, ¿en qué momento lograbas escabullirte para ver a Tarik? Nosotros siempre nos esmeramos en cuidarte, jamás salías sino era acompañada por Gilda, ¿cómo lograbas engañar sus ojos?

Perla se incorporó, anticipando que Helena iba a molestarse mucho con su respuesta.

—Gilda lo sabía, abuela, jamás habría podido hacerlo sin su ayuda.

Helena contuvo el aliento, sus manos arrugadas formaron dos puños en su regazo.

—Qué sinvergüenza, ¿cómo pudo comprometerte así? Estaba aquí para cuidarte y lo que hacía era llevarte por el mal camino. En cuanto vuelva me va a escuchar —dijo mirando al frente con el ceño fruncido.

—Gilda no va a volver —le informó Perla, volviendo a sentir el dolor de la traición de alguien a quien ella tanto quería—. La historia del pariente enfermo es una mentira. Fue ella quien dio todos los detalles que aparecían en la misiva, solo Gilda conocía esa información. Deben haberla sobornado, tomó el dinero, habló y se dio a la fuga.

La abuela se giró hacia Perla boquiabierta, sin poder ocultar la indignación en sus ojos.

—Víbora traicionera. Ahora tengo aún más ganas de retorcerle el cuello.

Perla no respondió, a pesar del dolor tan grande que sentía, aún no estaba lista para hablar mal de Gilda. Eran demasiados años de quererla y maldecirla no se sentía natural. Sin duda la resentía, pero le iba a tomar tiempo poder llegar a odiarla.

La habitación se quedó en silencio unos minutos, hasta que Perla tomó la palabra.

—Abuela, quiero que sepas que no todo lo que aseguraba la misiva es verdad. Sí tuve algo que ver con Tarik, pero es mentira que me enredé con otros de hombres. Él fue el único y no estaba casado cuando estuvimos juntos.

La abuela cerró los ojos un momento, aún se le hacía irreal tener que tener esta conversación con su nieta. Era un golpe directo al orgullo familiar y a todo por lo que había trabajado años por conseguir.

—¿Qué hay del incidente de hace dos semanas? —preguntó con aspereza—. Ahora está corriendo el rumor de que te vieron en un barrio residencial al sur de Roca Dragón a medio vestir y claramente embriagada. Ese fue el día que le dijiste a tu padre que ibas a visitar a tu amiga Amelia, pero yo hablé con los Parisi y tú no estuviste en su hogar esa noche. ¿Dónde estabas, Perla? Tarik no vive en esa zona, así que asumo que te encontraste con alguien más.

Perla apretó los labios, mortificada. Recordaba vívidamente ese horrible episodio, como Gilda la iba arrastrando calle abajo, sintiendo que se había librado del abuso de Xavier por un pelo y afligida por los insultos de su esposa.

—Yo no iba embriagada —dijo en tono triste, no se sentía preparada para hablar de la noche que lo había cambiado todo. La culpa y la vergüenza eran demasiado fuertes, si hablaba del tema, se desmoronaría—. Sé que suena mal, pero no es lo que parece. Te doy mi palabra que jamás me metí con otro hombre, Tarik fue el único.

—Aunque haya sido uno, Perla, no debiste hacerlo —dijo la abuela con voz herida—. Dime, ¿qué planeabas hacer si quedabas encinta? ¿Alguna vez lo pensaste?

—Casarme con Tarik, supongo —dijo Perla encogiéndose de hombros—. En ese entonces él era soltero, asumí que su padre lo forzaría a desposarme si estaba esperando un hijo de él y no pasaría a mayores.

—Y si estabas dispuesta a ser su esposa, ¿por qué no te casaste con él y ya? Mira que después llegó otra más lista que tú y lo pescó.

—Porque pensé que el amor debía ser distinto al deseo, que cuando conociera al indicado mi corazón me lo diría y no cabría duda de que lo amaba. Jamás me sentí así por Tarik, me gustaba y cómo no, es apuesto y simpático, pero estaba segura de que debía haber algo más. Que el amor sería un golpe contundente que me haría ver colores nuevos, estaba esperando que llegara el hombre que hiciera que todos los demás parecieran poca cosa.

—Qué ideas, Perla. Una se casa y ya, el amor viene después, lo importante es asegurar un marido pronto. Soñaste demasiado y mira lo mal que te salió.




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