En las garras del salvaje

Capítulo 13

Perla se vistió con una velocidad nunca antes vista en ella, no le tomó ni cinco minutos estar lista. Entonces corrió escaleras abajo, impaciente por saber qué quería su padre. ¿Iba a reprenderla? Tal vez su enojo había crecido tras encontrarse con Tarik y llamaba para pegarle unos buenos gritos. No interesaba, Perla ya estaba cansada de su silencio, aceptaría los regaños si eso significaba que su padre la volviera a mirar. Estaba deseosa de volver a escuchar su voz.

Al llegar al pie de la escalera, se encontró con dos figuras masculinas en el recibidor. Eran Tarik y su padre, el señor Otto, quienes ya iban de salida de su reunión.

Al verla, Otto Ferraz la saludó con la cordialidad usual de cualquier buen caballero, aunque era claro que se sentía abochornado sabiendo lo que había pasado entre ella y su hijo. Por su parte, Tarik le dedicó la mirada más cargada de culpa que Perla jamás hubiera visto. Perla se detuvo un momento frente a ellos, sin saber cómo actuar. Tarik le hizo un discreto ademán a su padre para que les diera un momento.

—Esperaré fuera, no tardes —dijo Otto en tono de amonestación y salió a esperar el carruaje solo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Perla algo a la defensiva en cuanto quedaron solos.

—Necesitaba ofrecerle disculpas a tu familia por este escándalo y mi padre me acompañó porque temía que el tuyo me asesinara a golpes —dijo con una media sonrisa.

Perla también sonrió, bajando la guardia.

—¿Por qué no lo negaste, grandísimo bobo? Todo habría sido más sencillo para mí si lo hubieras negado —dijo en tono de débil reclamo.

—Rafael me agarró desprevenido, la misiva tenía minutos de haber llegado a mi casa. Melina estaba acostando a la bebé para su siesta y yo me dispuse a revisar nuestra correspondencia tranquilamente. Ya te imaginarás la impresión que sentí al encontrar esa nota entre las demás cartas, ¡no daba crédito! Quedé hecho piedra y, de la nada, llega Rafael gritando a viva voz que iba a matarme. No supe qué hacer más que disculparme… Lamento si empeoré la situación para ti, si así se puso Rafael, no quiero ni imaginar cómo tomó la noticia el resto de tu familia.

—Aprecio la disculpa, aunque en realidad no fuiste tú quien provocó este desastre. 

—Lo sé, todo es culpa de esa loca que fue a buscar a Melina.

—¿Te contó de esa mujer?

—Sí. Dice que realmente te detesta, que notaba mucho desprecio en su voz al hablar de ti. No entiendo por qué.

—Tú mismo lo dijiste, está loca… —dijo Perla con una mueca.

—Lo que sea que tiene en tu contra debe ser grande. Se tomó muchas molestias para destruirte, ni siquiera le importó afectar a otros.

Perla soltó un suspiro, entendiendo que, si bien ella era la más afectada, no era la única víctima de la misiva.

—Siento mucho que Melina tenga que pasar por esto, ahora todo el reino piensa que la engañas conmigo. Ha de estar furiosa. Por favor, dile que en verdad lo lamento.

—No te apures por ella. Mi esposa sabe la verdad, además, no es la primera vez que lidia con rumores. Creo que nunca te conté esto, pero mi relación con Melina también empezó de forma un tanto escandalosa, por lo que ella ya sabe manejar los rumores. Melina estará bien, está segura del amor que le tengo y no va a dejar que la opinión de otros la haga dudar.

—Al menos con eso me quedo tranquila —dijo Perla.

—¿Que hay de ti? Me preocupas, la gente está ensañada comentando día y noche a tus espaldas, esas horribles mentiras se han vuelto el cotilleo de todos. Me da rabia pensarlo.

—El problema es que hay algo de verdad y, como hay algo de verdad, la gente está asumiendo que todo es verdad.

—Lamento mucho que esto esté sucediendo. No lo mereces.

—Gracias, es duro, pero sobreviviré, de alguna u otra forma esto pasará —le aseguró Perla, deseando de corazón poder cumplir su palabra.

Tarik dio un paso al frente y la abrazó en un gesto de genuino aprecio y amistad. Después, él partió y Perla siguió su camino hacia la oficina de su padre.

Tadeo la esperaba sentado detrás de su escritorio, al verla, le hizo una seña fría para que tomara asiento frente a él.

—¿Me odias? —preguntó Perla en tono infantil al ver el gesto severo con el que la recibía su padre.

El ceño de Tadeo se suavizó ligeramente, pero no por ello perdió su aspecto feroz.

—Por supuesto que no te odio, eres mi hija, jamás podría odiarte. Me siento defraudado por tus acciones. Comprometiste tu honor y el buen nombre de nuestra familia. Yo siempre te consideré una chica lista, confié en tu buen juicio. Me enorgullecía pensar que eras más inteligente que todas las otras jóvenes de tu edad y resultó mentira —le explicó.

A Perla le escoció el corazón, decepcionar a su padre le infundía un sentimiento de profundo fracaso. Incluso llegó a pensar que preferiría su enojo a su decepción.

—Papá, lo siento muchísimo, jamás quise que se armara un escándalo…

—Ahórrate las disculpas. No me sirven, ni remedian nada —dijo Tadeo secamente—. Y tampoco quiero escucharte decir que no todo lo que dice esa misiva es verdad. Eso mismo me aseguró Tarik hace unos momentos, pero es irrelevante. El hecho de que una sola cosa de lo que está ahí escrito sea verdad ya es suficiente para llenar a la familia de vergüenza. Es una suerte que Felicia se hubiera casado antes de que se desatara este escándalo o no me cabe duda de que el novio habría roto el compromiso. Hiciste muy mal, Perla, no te comportaste a la altura de la educación que te proporcionamos. No hay mucho que se pueda hacer para remediar lo que hiciste, pero entre tu tío Leónidas y yo pensamos en una solución que puede ayudarnos a superar el embrollo.




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