En las sombras

I

La vida no tendría que resumirse en las explosiones de unos fuegos artificiales. No debiese. Las chispas de colores mezclándose en su lenta caída, hasta convertirse en polvo... hasta desvanecerse en el aire. Marcar el fin de un año y el inicio de otro con la vida y muerte de una explosión, ¿no es irónico?

Solemos quejarnos por el paso del tiempo, que lo sentimos muy lento o muy rápido, que deseamos crecer más o envejecer menos. Pensamientos que pierden sentido cuando ves el cuadro a su mayor expresión.

Aquella media noche en que comenzó el 2018, no tenía mayor ambición para mi vida. Hace tiempo que las “celebraciones” habían perdido cualquier sentido. Mis días eran marcados por esos pocos encuentros con mis amigas, esas horas en que lograba escribir todo un capítulo de una historia, esos minutos en que una canción resonaba en mis oídos y yo intentaba cantarla. Envuelta en mi pequeña burbuja, no vi más allá que una brillante luna llena en el cielo, rodeada por explosiones de colores. El fresco aire nocturno, que tanta falta hacía durante el día, me estremeció instándome a volver hacia el asfixiante interior de casa.

Dos días después, todavía pensaba en semejante ironía, sentada frente a la computadora y un capítulo a medio terminar en la pantalla.

Una semana después, el sofocante calor veraniego arañaba de mi cabeza cualquier pensamiento filosófico.

Nuevamente, me hallaba encerrada en la monotonía de un verano, rodeada por personas que no soporto y sedienta de aquellos deseos que no parecían ni remotamente cercanos a “volverse realidad”.

¿Sería mucho pedir otra vida?

Cualquier idea que cruzase mi mente... podía jurarlo, habría sido algo más digno de vivir que mi propia vida.

Me sentía tan segura de ello.

Era miércoles, 32 grados a la sombra, no sentía ganas de mover ni un solo musculo. La luz del sol que golpeaba desde mi ventana, atravesando la pesada cortina sin esfuerzo, me repelía tanto como la nula brisa que apenas agitaba la misma. El vaso de agua que había dejado sobre el escritorio, ya no poseía ni un minúsculo rastro de sus cubos de hielo.

El recuerdo de las explosiones volvió a mi justo cuando Aria, la gatita de mi hermana, atravesó la puerta corriendo en una de sus alocadas y habituales carreras. Tan llena de vida, sin preocuparse más que de su siguiente juego.

Suspiré, y, poco a poco, fui moviendo mi cuerpo hasta quedar sentada sobre la cama. Ahí, vi la mancha borrosa que fue la Loca Aria, corriendo bajo mi cama.

¿Qué más?...

Sabiendo que no ganaría nada quedándome ahí, me puse de pie y alcance mis zapatos, calzandomelos con jalones que casi me hacen perder el equilibrio. Cruce entonces el pequeño espacio hasta la puerta, dirigiéndome hacia la cocina tan rápido como fui capaz. Ahí moje mi rostro, cuello y el interior de mis codos buscando deshacerme del calor. Un intento inútil, por supuesto.

Los “debería hacer” esto o aquello, pulularon por mi mente unos minutos, hasta que me decidí a releer una de mis historias favoritas.

Volví a mi habitación breves segundos, los justos para coger mi móvil y que Aria me persiguiera fuera. Con toda mi falta de gracia habitual, me deje caer sobre un sofá y tras toquetear la pantalla un par de veces, me hallaba sumergida en las palabras.

Recuerdo haberme percatado de la tonta sonrisa en mi rostro, provocada por la aparición del protagonista, tan hermoso para mi, y entonces Aria me distrajo haciendo rodar una esfera del árbol de navidad. Mi “Aria, no” en regaño, fue ignorado, otra vez.

Entonces, como tantas otras veces, una imagen difusa apareció en mi cabeza...

Un personaje masculino.

Callado, capaz de ver cosas que otros no, promedio en todo lo que no parecía tener importancia, y tan apartado el mundo como le era permitido...

Olvidando las emociones de la lectura, corrí de vuelta a mi habitación por un cuaderno y un lápiz. Pronto, me hallaba sentada en la mesa del comedor, anotando los detalles que iban tomando forma en mi cabeza. Hasta que llegué al punto que daría vida al personaje: un nombre.

Alcance mi teléfono, y tras conectarme al wifi de casa, me dirigí a una de esas paginas con nombres. No estaba segura de qué clase de mundo quería para semejante personaje, pero si deseaba un nombre que nunca antes hubiese escuchado o leído. Un nombre que se sintiese “correcto”, que esa misma parte de mi en que nacían sus características, su pasado y las miles de posibilidades para su futuro, gritase “perfecto”.

No me tomo mucho tiempo en realidad.

Kion Lorcan nació ese caluroso miércoles de enero.



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En el texto hay: reflexion, redescubrir

Editado: 10.03.2018

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