Creo que sólo alguien que sea capaz de crear una historia en su cabeza y pasarla a palabras, entiende lo que es dar vida a alguien que será visto en miles o millones de mentes.
Unicamente un “escritor” podría comprender, quizá, lo que sucedió conmigo al dar vida a Kion Lorcan.
Me basto con establecer sobre un papel que él vagaba por su planeta, su realidad, buscando un sueño, para dar vida a sus pasos, a su aliento, a sus palabras que solo compartía cuando lo sentía importante.
Pronto, quizá demasiado pronto, comencé a compartir su historia con otros. Me centre tanto en cada detalle, en trazar su vida como si fuera la mía, en lograr que cada lector comprendiera su peculiar forma de ver el mundo y el trasfondo de su “sueño”... que el año ya llegaba a su fin.
Cuando detuve mis dedos sobre el teclado, viendo el tintinear del cursor y el final de una historia en mis manos, todo en lo que podía pensar era en esa noche. En las explosiones de colores anteponiendose a la luna llena, en una noche que mis recuerdos aseguraban fue... fría.
Los pensamientos tras cada párrafo delante de mi, en ese crucial momento, dejaron de tener sentido.
Suspirando, me puse de pie para luego arrojarme sobre la cama, apartándome de la pantalla y el tintineante cursor exigiendo atención.
Otro año se me va de las manos...
Sin ser capaz de siquiera abrir el documento, intente distraerme durante los siguientes días, maldiciéndome cada vez que volvía a mi ese pensamiento.
Haber estado casi todo el año absorta en una historia, era más que habitual en mi. Sin embargo, ese año comenzó sin una sola meta en mente. Nada grandioso que esperar, ni un plan que seguir, ni siquiera un mayor deseo que juntarme de vez en cuando con mis amigas.
¿Madurez? ¿Hastío? ¿Resignación?
Pensar en ello me frustraba.
Me ahogaba...
Buscando aire con una desesperación extraña, me vestí y salí de casa sin un rumbo o destino. Camine hasta llegar a Monumento, y ahí, sudorosa y alterada, me recosté boca abajo a la sombra de los árboles. La fresca brisa, el aroma del césped y el picor sobre mi piel expuesta, el murmullo de la ciudad a mi alrededor y la opresión en mi pecho, fueron mi mundo por un par de horas.