En las sombras

III

Cuando finalmente conseguí algo de calma, me senté y deslice hasta el árbol más cercano, en el que recargue mi espalda mientras observaba a mi alrededor.

Un par de ciclistas, una pareja sentada en una banca a la sombra de un grueso y frondoso árbol. El hombre mayor que había regado el lugar, recostado al otro extremo, seguramente tomando una “siesta”.

No me sentía lo suficientemente triste como para creer, ni por un segundo, que yo era la más desdichada de la ciudad, ni mucho menos del mundo. Mi egocentrismo hace bastante tiempo que había mermado a un estado aletargado, en que me ocupaba de mi misma lo suficiente, e intentaba no ser un estorbo para los demás. Mi ambición, por otra parte, no iba más allá de escribir historias que otros pudiesen apreciar y de esa forma dejar mi nombre en la historia humana. Destacar, sobre todos los demás, por supuesto, no llegaba a tener una importancia relevante en ambos.

Los sueños de la gente “común” no eran mis sueños. Quizá alguna vez lo fueron, cuando mi mundo terminaba ahí donde mis ojos alcanzaban a ver. En aquella infancia que casi no recuerdo, donde el mundo brillaba y el futuro no parecía un lugar incierto, incluso llegue a sentirme agusto con los roles e ideas que hoy me parecen arcaicas y retrogradas.

Dicen que “la ignorancia es felicidad”, algo que todavía no me veo capaz de concordar, pero que podría ser cierto. Mientras más aprendo, mientras más vivo, el concepto de felicidad adquiere tantos matices que no soy capaz de ver una “plena felicidad” en mi camino, mucho menos la mitad de una. Todo termina llevándome al mismo punto, en que las sombras de mi pasado siguen tras mis pasos y las cicatrices escuecen a cada aliento.

Estremeciéndome por el repentino vendaval que cruzó la plaza, intenté animarme y volver a casa. La tarde caería pronto, dando paso a la fresca noche en que no se suponia yo estuviese fuera.

Me puse de pie, sacudí mis ropas y di un vistazo a mi alrededor antes de dar media vuelta, encontrando a pocos pasos a un hombre extraño. De pie con sus manos enganchadas en los bolsillos, daba un vistazo al lugar pasando de mi. Pude deducir que no era mucho mayor que yo, y agradecí que su apariencia no me llevara a otro pensamiento además de “es atractivo”.

Desvíe la mirada tras apreciar ese hecho, y me dispuse a continuar mi camino de vuelta a casa.

—Oye.

Mi corazón dio un brinco, esperaba que por la mera sorpresa de escucharle hablándome.

—¿Si? —murmuré, dandole una breve mirada antes de volver mi atención al camino que debía continuar.

Menos de dos metros nos separaban, y él acortó la distancia.

—Leí que había una veterinaria por aqui, pero no la encuentro. ¿Sabes si se cambiaron o cerraron?

Calmate…

—Bueno… me parece que se retrasó su apertura… —Medio balbucee, atreviendome a verle con el calor volviendo a calentar mis mejillas.

Su atención se hallaba más allá de mi, pero casi podía ver como sus neuronas hacían sinapsis, procesando mis palabras y las opciones que se abrían ante él.

Una sonrisa tiró de mis labios cuando le relacione con Kion, y aunque aparte el rostro, disponiéndome a continuar mi camino…

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó.

—Nada-nada —dije, ocultándome tras una nerviosa mano.

Podría jurar que no di más de seis pasos, sintiendo como nunca su mirada sobre mi, cuando volvió a hablarme.

—Espera. ¿No sabes cuando abriran, o si hay alguna otra veterinaria por aquí? No muy lejos, de preferencia.

Me obligue a detener mis pasos, recordandome un “sería muy grosero de mi parte ignorarlo”.

—Si, bueno, por allá hay un par. —Medio voltee y le señale la dirección, evitando encontrarme con sus ojos—. Según recuerdo.

—Okey, gracias —dijo, para luego dirigirse en aquella dirección.

Bien hecho, Dina.

Palmeé mi hombro mentalmente… pero entonces él se detuvo, justo antes de cruzar la pequeña calle hacia la acera enfrente.

—Por cierto, ¿cómo te llamas?

No podía recordar un momento anterior en que semejante pregunta me tomase por sorpresa, ni mucho menos que en mi no hubiese reparos en sonreirle a un hombre y contestar;

—Dina.

—Un gusto, Dina. Soy Darwyn, por muy gracioso que suene. —Agito una mano, despidiéndose—. Gracias por ayudarme.

Le vi llegar a la otra acera, sorprendida, y alejarse hasta perderle de vista.

—De nada —murmuré al aire.

Cuando logré mover mis pies, retome mi andar con una extraña sensación sobre mi. Y no, no era que me provocara risa su nombre. Iba más allá, cosquilleado mi nuca, enturbiando mi vientre. Una sensación que quise analizar, pero que tan solo volvió más breve el tiempo que tardé en llegar a casa.

Sólo cuando me hallaba frente a la pantalla, con la historia de Kion Lorcan abierta y el cursor tintineando, pude poner en palabras… todo.

Todavía había gente ahí afuera, en el vasto planeta tierra, capaces de sonreír a los demás. Capaces de brillar aún en medio de las sombras… personas, entre los más de siete mil millones, que han se han perdido y vuelto a encontrar, no una, sino miles de veces.



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En el texto hay: reflexion, redescubrir

Editado: 10.03.2018

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