El aire se siente pesado, frio y amargo.
Puedo sentir el frio del suelo, las plantas están casi congeladas haciendo que mis pies ardan con cada paso que doy sobre ellas.
El sonido del viento entre las hojas de los árboles me erizan la piel, se escucha como si alguien estuviera silbando y llamando a algo grande.
Pero corro y no me detengo.
Casi no puedo ver, la oscuridad cubre el bosque pero sigo corriendo hasta que escucho el sonido de pisadas fuertes: alguien corre detrás de mí.
La raíz de árbol me hace perder el equilibrio y caigo al suelo dándome un fuerte golpe en la mano y escucho el crack de los huesos de mi pierna izquierda. No, no me tropecé. La raíz enredó mi pie.
— Ya basta, por favor. — Suplico mientras busco desesperadamente algo con que ayudarme a ponerme de pie.
Lo que me estaba siguiendo se detiene frente a mí. No es visible por unos segundos hasta que los árboles dejan pasar rayos de luna y su figura ahora es más clara.
Veo su ropa, su capucha azul oscuro alta de donde se asoman dos pequeños cuernos; sus pantalones negros con varios cuchillos de diferentes tamaños, formas y colores.
— ¿Ya memorizaste cada parte de mi cuerpo?
Al escuchar su voz mi cuerpo reacciona y tomo una rama cerca y se la tiro en la cara.
— Creí que al ser atleta profesional serías más ágil. Me decepcionas. — su voz tan controlada y pacifica me enfría la sangre.
Se acuclilla ante mi cuando no obtiene respuesta de mi parte. Su rostro comienza a ser claro y visible, lo primero que veo son esos ojos negros como el infinito y mi respiración se corta cuando logro reconocer ese rostro.
— ¿Tú? — nunca creí que la volvería a ver. Había anhelado tanto volver a ver sus hermosos ojos, pero jamás se me hubiera ocurrido que la volvería ver en esta situación tan oscura y menos que ella sea la autora de tal oscuridad.
— Hola niño lindo. — su voz es suave, dulce. Tal y como la recordaba.
No logro procesar lo que pasa o preguntar algo más porque repentinamente siento un pinchazo en mi cuello y comienzo a ver todo borroso.
— ¿Ezra? ¿Conejita? — logro preguntar, pero su expresión me deja inmovilizado.
— Ya muérete, Lucían.