En Los Ojos De La Bestia [completa]

❧| I

«Despierta.»

Abrí los ojos de golpe, el sudor corría por mi rostro y mi corazón estaba tan acelerado que sentía que se saldría de mi pecho. Inhalando profundo, me senté sobre la cama, recargué la espalda sobre el cabecero acolchado mientras abrazaba mis piernas. Últimamente, me despertaba igual, como si estuviera a punto de tener algún episodio de ansiedad, algo a lo que quizá debería haberme acostumbrado.

Comenzó en vísperas de mi vigésimo primer cumpleaños, después de que mis padres me hablaran sobre una posible mudanza. Esas sensaciones de no poder controlar mi mente y cuerpo se apoderaron de mí, pero lo extraño era que solo ocurrían en cuanto el sol se ocultaba, después de los sueños o visiones, como me gustaba llamarles. No recuerdo una noche en la que no me hayan atormentado, pues aparecían sin falta desde que tengo memoria. Al principio, se mostraban borrosas; era como estar rodeada de figuras de humo, difícil de distinguir los rostros, las formas o incluso los sonidos, sobre todo para una niña. Pero con el pasar de los años, se fueron haciendo más claras, al punto en que parecían reales, como si no estuviera dormida y en su lugar me encontrara en cualquiera de los escenarios que estaba segura, mi cabeza se inventaba.

Tallando mis ojos, me puse de pie. Nerviosa, miré a mi alrededor, pues sentía como si alguien estuviera escondido en la oscuridad vigilándome, aunque ya sabía que me encontraba sola. Tomé mi celular para revisar la hora: eran pasadas las dos de la mañana. Dispuesta a no mirar detrás, me acerqué a la ventana en busca de tranquilidad. La abrí y me senté sobre el alféizar. Era una especie de rutina que hacía en mis malas noches.

El viento chocó contra mi rostro, alejando los mechones que se salieron de mi trenza. Sonreí al mirar al cielo, donde me encontré con la resplandeciente luna.

Siempre había tenido una extraña conexión con ella, podría decir que a veces la escuchaba, como si me susurrara al oído, aunque los murmullos nunca eran demasiado claros, pero me bastaban para sentir la fuerza que cada noche me transmitía. Mis padres y mi mejor amiga, que eran los únicos que sabían sobre eso, lo llamaban un don, yo lo llamaba no estar lo suficientemente cuerda.

Con un suspiro, volví a la cama. El día siguiente era demasiado importante para mis padres. Al final, mudarnos pasó de ser una posibilidad a un hecho y yo haría lo que fuera por ellos. Dejé la ventana abierta para que el aire fluyera, me acosté en el suave colchón, abracé el cojín en forma de luna que tengo desde que era niña y me dejé llevar por la suave balada que salía del cielo, como una canción de cuna que me arrullaba para dormir.

Y al cerrar los ojos de nuevo, me encontré con otros ojos muy azules, los que habían sido los compañeros de mis sueños.

☽❦☾

La luz del sol se colaba a través de las finas cortinas. Había llegado el día en que nuestras vidas cambiarían por completo, porque en lo más profundo de mí sentía que no sería un simple cambio de hogar.

Años atrás, papá mencionó la idea de viajar al pueblo de su niñez, donde ocurrieron sus mejores días, según sus palabras, pero nunca pasó de eso, de que podrían ser unas sencillas vacaciones puesto que mi madre no estaba muy dispuesta a abandonar la vida que ya tenía hecha. Hasta que, de pronto, cambió de opinión diciendo que necesitaba un cambio, alejarse de la gran ciudad y que seguiría a papá a cualquier sitio.

Así, cuando cumplí veintiuno, me confirmaron el viaje. Se mudarían a un pueblo con un nombre extraño ubicado en Gales. No era necesario que me fuera con ellos, ya que estaba por entrar a mi último año de la universidad. Tenía trabajos que me gustaban, una mejor amiga que era como mi hermana, estaba por adoptar un perro y no quería cambiar eso. Sin embargo, tampoco quería alejarme de ellos.

Si soy sincera, el repentino cambio que mi madre quería me parecía de lo más extraño. Amaba la ciudad y nuestra casa. Nada nos había apartado de nuestro hogar, toda nuestra vida estaba allí.

Ni siquiera habíamos salido del país para unas vacaciones y pretendían mudarse al otro lado del océano.

— ¡Buen día, dormilona! —gritó entrando en la habitación.

Con un quejido, saqué la almohada debajo de mi cabeza y me la puse sobre la cara, aplastándola con fuerza.

—Cinco minutos más, Hazel. —Mi voz sonaba amortiguada gracias a la almohada que me fue arrebatada antes de poder protestar más.

—No hay cinco minutos más, date prisa. —Hazel la aventó al piso mientras se sentaba en la orilla de la cama—. Enserio debemos irnos Bee.

—Aún no puedo creer que esté haciendo esto. Haz, ¿hago bien en irme? —Fruncí el entrecejo mirando a mi mejor amiga.

La conocí cuando teníamos ocho años. Recuerdo que estaba a punto de salir a almorzar cuando un grupo de niños llamó mi atención. En el centro estaba ella, con su cabello negro suelto y un enorme suéter. Los niños la molestaban y no pude quedarme tranquila con eso, así que salí en su defensa. Terminé castigada por mi mal comportamiento, pero ellos se llevaron la peor parte.

Al salir de la oficina de la directora, Hazel me abrazó y me agradeció hasta que se cansó. Desde entonces, habíamos sido inseparables.

— Hasta hace unos días decías que querías un gran cambio en tu vida, algo que te permitiera encontrarte a ti misma —dijo. Levantó una de sus pronunciadas cejas—. Trabajas y estudias la mayor parte de tu tiempo, este es el momento para darte un espacio y quizá pensar en dejar de vivir con tus padres.




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