En Los Ojos De La Bestia [completa]

❧| VIII

Miedo. Una de las peores sensaciones que pueda existir. Odiaba sentirlo, muy pocas veces se adueñaba de mí, pero en esos momentos era todo lo que tenía.

La primera vez que lo sentí fue después de ver una película de terror cuando era niña, aunque con el tiempo pasó. Entonces pensé que no volvería a temerle a nada y me consideré una persona valiente de ahí en adelante, hasta que empecé a madurar. Mi miedo no era hacia la oscuridad, la soledad o incluso la muerte. En realidad, era el miedo de no saber quién soy.

Porque cuando creces y pasas toda tu vida creyendo que eres cierta persona y de repente te das cuenta que en realidad no, te sientes perdido y no encuentras la manera de encontrarte entre todo lo que hay a tu alrededor. Porque existe más, mucho más de lo que alguna vez te pudo haber pasado por la mente.

Después de aquella noticia, volví a tener miedo, de ya no poder ser valiente y enfrentarme a lo que venía, de nunca averiguar quién soy o de saber quién era realmente Gobaith.

—Tus padres te recibirán. Están muy emocionados. —Podía escuchar a Hazel hablándome, pero no prestaba mucha atención.

Desde que me contaron su verdad, las cosas habían estado tensas. Mamá no salió de su habitación hasta que llegó la hora de irnos, mi padre no habló para nada y Hazel fue quien estuvo sobrellevando la situación, llenando los espacios incómodos.

El trayecto hasta el hogar de Dáire y Andreas fue corto, más de lo que imaginaba. Quedaba a poca distancia del lugar donde nos quedábamos, lo que supe era su cabaña de descanso, pues ellos vivían en la zona más atractiva del pueblo, el castillo de Wolfscastle. Como el día en que llegamos, el camino entre los árboles estaba de nuevo ahí, como si no hubiera desaparecido cuando Hazel y yo fuimos al pueblo. Tal vez después de todo, había algo mágico en aquel lugar.

Atravesamos el bosque hasta que estuvimos en uno de los caminos principales. Llegamos a un enrejado negro que en el centro tenía un escudo del que no pude distinguir mucho, salvo por una espada y un símbolo que no conocía.

Las rejas se abrieron muy despacio, haciendo que rechinaran. Asomé la cabeza por la ventana del auto y pude divisar el lugar que me dejó sin palabras. A lo lejos, justo en el centro del camino, un castillo reformado para parecer más actual se alzaba sobre nosotros, bastante imponente, rodeado de los frondosos árboles del bosque.

Regresé al interior del auto y, jugando con las manos sobre mi regazo, exhalé. Estaba nerviosa. Después de hablar con ellos, ¿qué pasaría? Había dicho que volvería a mi ciudad, pero lo que sea que me esperaba adentro me cambiaría la vida de alguna forma u otra y mis planes quizá ya no podrían ser los mismos.

Papá estacionó el auto, todos bajamos al mismo tiempo, subimos por las grandes escaleras de la entrada y justo cuando llegamos a la puerta, se abrió como por arte de magia. En el recibidor, un delicioso aroma a limón llenó mis fosas nasales.

—Gracias por venir. —Una mujer apareció en la puerta de lo que parecía ser la estancia y caminó hacia nosotros. Su mirada se dirigió hacia mí y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Aun no puedo creerlo —soltó con un hilo de voz, hizo el ademán de tocar mi mejilla, pero tan rápido como levantó la mano, la bajó cuando di un paso hacia atrás.

—¿Dáire? —La mujer se dio la vuelta, dejándome ver a un hombre de pie justo por donde ella había salido. Su mirada fue de ella a mí y, al igual que la mujer, se me acercó rápido, con una enorme sonrisa que marcaba unas pequeñas arrugas en sus ojos—. Estás aquí. —Su forma de mirarme hizo que mi estómago se revolviera.

Ellos eran mis verdaderos padres.

Los escudriñé un momento, los imaginaba de otra forma. Dáire vestía un hermoso traje rojo que resaltaba su clara piel, sus finos labios tenían un poco de brillo, su largo cabello estaba recogido en una coleta alta y sus ojos avellana me miraban con cariño. Por otro lado, quien supuse era Andreas, vestía un suéter negro junto con unos pantalones del mismo color. Era alto y tenía hombros anchos, pero había algo en él que llamó mi atención. Era como si lo hubiera visto antes, pero más joven. Su parecido con alguien que había conocido hacía poco era increíble. El cabello castaño claro, casi rubio, y los ojos verdes eran iguales a los del extraño chico con el que tropecé.

Dáire reunió valor y tocó una de mis mejillas, su tacto erizó mi piel e hizo que mi pulso se acelerara hasta el punto en el que me mareé y mi vista se nubló. Comencé a recibir destellos de luz, pero no podía distinguir nada. Murmullos se escuchaban a mí alrededor, como si muchas personas estuvieran hablando al mismo tiempo, eran pocas las palabras y las voces claras, lo demás me tenía abrumada y el palpitar en mi cabeza se hacía más intenso.

—¡Gobaith! —Logré distinguir la voz de Dáire que gritaba mi nombre a lo lejos.

—Nos volveremos a ver.

—Hasta pronto princesa.

Diferentes momentos de mi vida aparecieron uno tras otro, momentos que no recordaba que hubieran sucedido estaban claros en mi memoria. El humo que había visto en mis sueños apareció y comenzó a transformarse en diferentes personas. Las veía pelear, reír y también llorar, hasta que la nebulosa se disipó y volví a la realidad donde Andreas me sostenía entre sus brazos mientras los demás observaban asustados.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.