Por la noche, no podía parar de llorar. Mi pecho se apretaba y no lograba respirar. Estaba ahogándome y muchas veces me sentí como si no fuera a volver a despertar. Me encerré en mi habitación, no permití que nadie entrara, no comí, no me moví del suelo, no hice nada. Dejé de ser yo.
Los primeros tres días fueron difíciles. Parecía que el clima también estaba en sintonía conmigo, empeoraba al igual que yo. Me dolía la cabeza, mis extremidades estaban entumecidas y tenía la boca seca. Seguramente mis ojos tenían grandes ojeras, pero no quería dormir ni tampoco pensar, solo deseaba que mi sufrimiento terminara. Los días siguientes pasaron en un soplo, no recuerdo mucho de ellos. No recuerdo el momento en que abrí la ventana, ni cuando terminé en la cama, ni si finalmente logré dormir.
Entonces dejé de sentir, dejé de ser yo y lo que ocurriera a partir de ahí ya no me importaba.
«Estoy aquí.»
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