La escena de aquella muerte súbita ante mis ojos seguía grabada en mi mente. Las voces de la gente, antes un murmullo reconfortante, ahora se alzaban en un coro de gritos y sollozos, un caos que Kael había desatado sin ni siquiera moverse.
Era mi culpa.
Él lo había hecho, sí, pero mi libro, mis propias palabras, habían sido la mecha. Los Cazadores estaban en entre nosotros y yo era la responsable.
Las lágrimas se derramaron, amargas, surcando la suciedad de mi mejilla y ardiendo en una herida aun latente. Intenté levantarme de nuevo pero mis piernas seguían débiles.
La atracción de Kael, aunque ahora ausente, me mantenía anclada al horror de la escena. El aroma a café se mezclaba con el hedor del miedo y la muerte. La sirena de una ambulancia, lejana al principio, se acercaba.
Tiempo después la campanilla de la cafetería tintineó y la puerta la puerta fue atravesada por un hombre alto, de cabello castaño, con un abrigo largo y la expresión tensa.
Sus ojos penetrantes, enmarcados por una mirada avellanada, barrieron la sala hasta que me encontraron.
Laurent.
Su rostro, aunque marcado por el agotamiento de años persiguiendo sombras que no podía comprender, era un faro de familiaridad.
Se acercó a mi mesa, su mirada se posó un instante en la mancha de café derramado y luego en el cuerpo cubierto por una sábana improvisada. Mi visión estaba fija en él. El horror, el pánico y el alivio se mezclaban en un nudo en mi garganta.
—Adelyne, por Dios, ¿qué ha pasado aquí? —Su voz era un gruñido, su mirada se clavó en la mía, buscando respuestas.
Habían otros detectives y paramédicos entrando, sus voces y movimientos creando un zumbido caótico alrededor del cuerpo yaciente.
—No…no estoy segura —balbuceé, aún impactada. Me obligué a respirar hondo y calmarme, nuevamente—. Estaba aquí, tomando un café. De repente el hombre solo cayó, convulsionó, fue horrible.
Laurent frunció el ceño, sus ojos escrutando los míos. Pude ver el intento de encontrar algo más en mis palabras, algo que no podía decirle, pero también había una pizca de alivio.
Supongo que la policía estaba acostumbrada a los testigos en estado de shock.
—Entiendo —Su voz era suave, tranquilizadora. Se volvió hacia una mujer policía que se acercaba—. Oficial, la señorita Blacke está en estado de shock. Yo me encargo de su declaración más tarde. La escoltaré a su hogar.
La oficial dudó, pero la autoridad en la voz de Laurent era innegable.
Fuera, la niebla me hacía sentir ahogada. Laurent abrió la puerta del coche y me senté en el asiento del copiloto. Él rodeó el vehículo, subió al del conductor y puso el coche en marcha.
—Adelyne, lo que sea que viste ahí dentro sé que fue terrible —dijo, su voz más suave ahora que estábamos lejos de la escena—. Pero, ¿estás segura de que no viste nada más?
Sonreí, irónica y algo cansada.
—Si te dijera que un monstruo come almas lo mató ¿Me creerías? —cuestioné con un tono divertido.
— ¿Uno de tus cazadores de almas? —bufó—. Diría que necesitas descansar.
Y entonces supe que Kael tenía razón. ¿Quién creería semejante locura? Lo cierto es que si yo no pudiese ver aquel mundo que se mezclaba con el mío tampoco me creería.
Kael me lo había advertido y mi silencio era la mejor acción que podía tomar. La rabia se encendió de nuevo en mis venas. Él me estaba manipulando, usando mi preocupación por las personas a mi alrededor para controlarme
—No vi nada más —mentí—. Estoy cansada. No he dormido bien en días. Es todo este estrés por los sueños, por la novela. Me metí demasiado en la historia. Quizás lo que pasó allí me sobrepasó.
Laurent me miró, sus ojos oscuros inquisitivos escaneaban mis gestos. Él me conocía, sabía que no era mi forma de reaccionar sin embargo, no dijo nada, e limitó a asentir lentamente, sus nudillos blancos apretando el volante.
Lleva investigando durante cinco años a un asesino serial que parece ser fantático de mis libros, y yo, junto a él, recopilando pistas.
No solo era el vínculo por un caso, era mi fascinación por lo oscuro y su devoción por el misterio lo que había creado entre nosotros una extraña amistad, tal vez compañerismo.
—Recibimos los resultados del análisis del correo electrónico que te enviaron —dijo, cambiando de tema, su voz más formal ahora—. El remitente fue rastreado a una dirección IP de una biblioteca pública.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Quién es?
—Dimos con un nombre: Piter. Es un estudiante de prepa. Lo trajimos para interrogarlo, pero al parecer habían robado su tarjeta de identificación hace unas semanas —Laurent hizo una pausa, y su voz adquirió un tono de perplejidad—. Lo soltamos. No tiene antecedentes y parecía genuinamente confundido ante el arresto. Lo revisamos por drogas, alcohol, nada que pudiera detenerlo.
—Otra vez un callejón sin salida —murmuré.
Mis manos se apretaron en mi regazo. Kael. Estoy segura de que tiene algo que ver. Tal vez no directamente pero era capaz de usar a los humanos como marionetas, sin dejar rastro. El correo era su firma invisible.
La sensación de desesperanza me invadió. ¿No había escapatoria realmente?
—No sé qué decir, Laurent —murmuré, mirando por la ventanilla la densa niebla que seguía envolviendo las calles de Praga.
Las sombras danzaban, más numerosas ahora, como si se burlaran de la ignorancia de las personas.
—Ya estamos cerca de tu casa, te sugiero que tomes un descanso —comentó.
Tragué en seco antes el desastroso y terrible recuerdo que se había efectuado apenas unas horas en mi hogar.
—Yo...no quiero ir allí —Mi voz temblaba ante la posibilidad siquiera de entrar a ese lugar.
Laurent me miró de reojo ante mis palabras.
— ¿Un familiar? ¿Una amiga?
—Mi madre vive en otra ciudad y Eliana está en EEUU.
Lo escuché soltar un largo suspiro y tomar una desviación.
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Editado: 18.07.2025