La noche cayó sobre la ciudad con su manto de niebla y misterio. Mi estómago rugió, recordándome que no había comido nada decente en horas.
La idea de pedir comida a domicilio me pareció un lujo que no podía permitirme, no cuando cualquiera que estuviese a mi alrededor podía ser una potencial víctima de Kael.
Me levanté de la silla de mi escritorio, mis ojos escaneando los libros de mi estantería. Nada. Todo lo potencial que tenía era la leyenda que me había contado Egon, una información a medias con partes dudosas y vacíos de trama, y Kael, el ser de pesadilla que ahora se había adueñado de mis pensamientos y mis sueños.
Una idea surgió en mi mente. La biblioteca de la Universidad Carolina. Tenía uno de los archivos más antiguos de Praga, colecciones que no estaban digitalizadas y que quizás guardaban secretos sobre el Ojo de Percepción o, al menos, sobre la mitología de los Cazadores y el Vacío.
Pero era de noche y la biblioteca cerraba en una hora.
«Qué desesperación. La presa está buscando migajas de información. Tan patético y predecible.»
Kael, que había estado extrañamente callado desde mi despertar, se manifestó con su habitual burla.
—Déjame en paz —mascullé, ya acostumbrada a su presencia malévola—. Estoy ocupada salvando mi trasero.
«Oh, me doy cuenta. Eso es lo que me divierte, pero tengo asuntos más apremiantes que atender.»
Solté una risa irónica ante ello.
—Increíble, ¿el Rey Oscuro tiene algo más que hacer que molestar y acosar a una simple Mortal? Eso me sorprende.
«Te oyes tan sexy cuando usas el sarcasmo.» Rodé los ojos ante esto, era exasperante tenerlo cerca. «Pero es cierto, tengo una reunión, algo que te interesaría, pequeña. Una vieja amiga.»
Su voz se volvió un ronroneo seductor y sentí una punzada de algo que no reconocí posible en mí.
¿Celos? ¿De Kael? La idea era absurda.
—¿Una amiga? ¿Desde cuándo el Vacío tiene amigos? —Mi voz sonó más ácida de lo que pretendía.
«No es una "amiga" en el sentido humano de la palabra, pequeña. Estoy buscando una dama con un gran poder y entendimiento de las cosas que ningún mortal podría soñar.»
Hubo una pausa y sentí su atención intensificarse sobre mí. Yo solo bostecé con indiferencia ante ello y él continuó.
«Me voy por un tiempo. Veinticuatro horas para ser exactos.» Avisó.
—La mejor noticia que he escuchado en todo lo que va de conocerte —respondí ojeando uno de mis libros que había tomado de la estantería.
«Disfruta de tu libertad, si es que puedes llamarlo así, y no intentes nada estúpido o tu detective sentirá mi ausencia de una forma muy dolorosa.»
Su amenaza se sintió más real sin su presencia visible. El frío que solía acompañarle se desvaneció, dejando el apartamento con un silencio inquietante.
Me quedé helada. ¿Se había ido? ¿De verdad me dejaría sola?
La ausencia de su voz en mi cabeza, de esa presión constante, fue extraña. Como si me hubieran quitado un miembro fantasma. Una parte de mí, la que aún se aferraba a la cordura, sintió alivio. La otra, la que él había tocado con su oscuridad, sintió ¿tristeza?
¡No! Era ridículo.
«Una dama, eh?...»
El pensamiento se arrastró en mi mente, no como una voz impuesta, sino como mi propia intriga hablándome. ¿Quién sería lo suficientemente poderosa como para que Kael la considerara una "dama"? ¿Y por qué sentía ese aguijón en mi estómago?
La idea de Kael interactuando con otra mujer, especialmente una con "poder", me resultaba desagradable.
Sacudí la cabeza. No era el momento para crisis existenciales ni para analizar sentimientos inexplicables hacia un ser que quería destruir el mundo.
La biblioteca.
Laurent.
Me vestí rápidamente, agarré mi mochila y salí del apartamento.
Llegué a la cafetería habitual en la que solía verme con Laurent ante cualquier información de un caso. La amenaza de Kael resonaba en mi mente pero la necesidad de información era más fuerte que mi miedo.
Necesitaba saber qué le había hecho e iba a aprovechar estas 24 horas como si fuese el último día de mi vida.
Al entrar, lo vi sentado en su mesa de siempre, su cabello castaño ligeramente despeinado, sus ojos negros fijos en un expediente. Parecía cansado pero intacto. Un suspiro de alivio se escapó de mis labios.
—Laurent —lo llamé, mi voz un poco más débil de lo que esperaba.
Él levantó la vista y una sonrisa cansada se dibujó en su rostro.
—¡Adelyne! Ya creía que te habías esfumado, desde hace un par de días no contestabas.
Me senté frente a él, notando las ojeras bajo sus ojos.
—¿Estás bien? Te ves agotado —cuestioné con cuidado.
Él suspiró, frotándose la sien.
—Digamos que he tenido un par de noches interesantes. Sueños extraños muy vívidos y algo perturbadores. Si así son tus sueños no se como puedes seguir caminando —Mi estómago se contrajo. Los sueños. Kael había cumplido su amenaza. Laurent sonrió, esta vez más sincero—, pero dime ¿qué te trae por aquí? No es muy habitual verte fuera de tu cueva de escritora a estas horas.
—Solo quería asegurarme de que todo estaba bien y preguntarte si habías encontrado algo más sobre el caso de la cafetería.
Él me miró con curiosidad.
—Todavía es un misterio. Sin huellas, sin pistas, nada que tenga sentido. Es como si el responsable fuese el viento. Una locura. Mis colegas piensan que estoy perdiendo la cordura por perseguir casos sin pie ni cabezas.
— No, no estás perdiendo la cordura —dije, bajando mi vista a la mesa metálica, mi voz apenas un susurro.
Laurent me observó atentamente.
—¿Te pasa algo? Estás pálida. Más de lo normal.
—Nada. Solo el estrés de la novela. Quería ver si el caso te había dado alguna idea o alguna pesadilla que pudiera usar.
Intenté sonar casual, pero Laurent no era tonto y me conocía.
—Pesadillas sí. La de anoche... —Se detuvo y miró a la nada por un par de segundos, pensativo—, fue extraña. Estaba en un lugar oscuro, como una especie de sala de tortura. Y había una sombra, una voz que me decía que que no debía acercarme a ti, que eras suya, que si lo hacía sufriría, todo a mi alrededor quemaba —soltó una risa nerviosa y sus mejillas se colorearon, avergonzado—. Sé que es algo raro, no es como que sueñe contigo todas las noches.
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Editado: 18.07.2025