—Hace muchos años, existía una joven princesa que se enamoró de un malvado dragón...
Le di una mirada rápida a la anciana, ella se encontraba sentada sobre unas cajas de madera, a su alrededor había un grupo de niños y la escuchaban atentamente.
Pasé de ellos y puse los ojos en blanco, me desagrada que siempre asustaran a los niños con los cuentos acerca de ese río. Lo único que ellos tenían que hacer, era decirles que no fueran, que era peligroso y ya. No había necesidad infundirles tanto miedo.
Seguí mi camino mientras acomodaba la capucha para pasar desapercibido y procuraba evitar el contacto visual con la gente, porque tenía algo bastante llamativo en mí, que sin duda, atraería la atención de los demás y me delataría al instante. Los habitantes de este reino, amaban los chismes tanto como mi hermana ama las flores amarillas que tiene en el jardín. Estaba seguro de que, en cuanto se dieran cuenta de mí, los rumores no tardarían en llegar a los oídos del rey.
Respiré profundo y el aire fresco de la mañana llenó mis pulmones. Al alzar la vista descubrí el cielo despejado, como si el día anterior no hubiese estado sombrío y lloviendo a cántaros.
En el transcurso de estos días, me he preguntado constantemente si Liel se encontraba bien. Hace ya más de una luna que no lo veía y esperaba que no se hubiera metido en problemas.
Como lo había hecho yo.
Mi padre estaría tan enojado conmigo, pues esta mañana, nuevamente me escapé del castillo sin su consentimiento. Además, lo hice solo, sin guardias, sin temor a que algún vagabundo pueda asaltarme o alguien quiera atentar contra mi vida.
Pero la incertidumbre de saber qué había ocurrido con Liel me carcomía el alma. Liel tenía la costumbre de trepar los muros del castillo, siempre escalaba la torre en la que me encontraba encerrado como esas princesas de los cuentos y me brindaba su compañía. Pasaron varios días desde la última vez que lo vi, me parecían demasiados y llegué a albergar pensamientos bastante horribles de lo que podría haberle sucedido.
Pensé en la posibilidad de que algún guardia lo hubiese descubierto entrando al castillo sin el permiso del rey; no obstante, no escuché algo al respecto.
También había una posibilidad de que en su hogar tenga demasiado trabajo, tal vez su madre estaba enferma... Tal vez su padre lo golpeó.
Esperaba que ni uno de los pensamientos que tuve hayan sucedido.
La casa de Liel quedaba alejado del pueblo. Su familia se dedicaba a la agricultura y él siempre ayudaba a sus padres en su trabajo.
Liel, es un niño travieso y un experto en escabullirse, que sin duda merecería un título por tal habilidad. Es uno de los pocos amigos que tengo, a pesar de que nuestra diferencia de edad era casi suficiente para que fuera su niñera y no un amigo. Nos conocimos hace dos años, cuando lo descubrí trepando los muros del castillo. En aquel entonces, me confesó que solía merodear por las tardes, antes del anochecer para robarse las flechas de los soldados del rey. Hasta ahora, nadie lo ha descubierto, eso espero.
Caminé por el sendero fangoso y fue inevitable no hacer una mueca, mis botas se estaban ensuciando por el lodo; ocasionado por las fuertes lluvias de la noche anterior. El tiempo de sequía había acabado, lo que significaba que ahora mi escapatoria del castillo sería más complicada que convencer a mi madre de que me deje vestir como a mí se me de la gana.
A medida que me iba acercando, divisé la casa de Liel. Me detuve frente a la cerca mientras observaba a la madre de mi amigo. Tenía el cabello castaño, largo y lo llevaba suelto. Era una mujer delgada, y me pregunté si la canasta que llevaba consigo no era demasiado pesada para ella. La madre de mi amigo caminaba hacia los establos, en donde había un par de caballos.
Salté la cerca y avancé hasta la mujer.
—Mujer —la llamé un poco avergonzado.
Ella dió un respingo en su lugar y se dio la vuelta tan rápido como pudo. De inmediato me quité la capucha, la mujer me miró asustada como si hubiese presenciado algo espantoso, me sentí ofendido pero no dije nada al respecto.
Sus ojos estaban abiertos por la sorpresa que le había causado mi presencia.
La madre de Liel sabía que su hijo era mi amigo, pero no le gustaba que viniera a su hogar. Le daba miedo que el rey descubriera que yo venía aquí de vez en cuando.
—Alteza —Me hizo una reverencia.
Resultaba curioso cómo aquellos que no residían en el castillo me mostraban más respeto que aquellos que lo habitaban.
—¿Dónde se encuentra? —Le pregunté sin decir el nombre de su hijo, pues ella sabía, que era a él, a quien había venido a buscar.
—Ha salido esta mañana. Aún no ha vuelto... —dijo, ella estaba acostumbrada a que su hijo salga de su casa y volviera cuando quisiera, no obstante, pude notar que esta vez era diferente—. Ha estado saliendo desde hace días... No me dice a dónde...
Liel era demasiado libre, mientras que yo, era demasiado prisionero.
—Lo buscaré...
—Alteza, le ruego que no lo haga. No es necesario que busque a Liel... Yo misma me encargaré de informaré de su visita...
—¿También te preocupas por él? —Le interrumpí y ella guardó silencio—. Lo buscaré. Descuida, no te involucraré en nada.
No me respondió, era evidente que ella quería decir que no, pero no podía contradecirme. Asintió no muy segura y yo no esperé, así que le di la espalda para irme de allí.
Unos padres irresponsables.
Fué lo que pensé.
Volví a caminar sobre el lodo, mientras pensaba en algún lugar al que Liel haya podido ir. ¿El bosque? No, estaba prohibido. ¿La casa de un amigo? Pero ese amigo no soy yo, ¿Acaso tiene más? ¿El río? No, no creo que sea tan tonto para perder el tiempo en ese lugar.
Llegué al pueblo, los comerciantes siempre estaban en la entrada y en el centro de este. Por eso ahora, muchas personas se encontraban a mi alrededor, me sentí incómodo cuando avanzaba entre ellos y me miraban.