En manos de la bestia

El maridaje.

 

Existía un fenómeno místico entre los lobos, un momento mágico que ocurría una sola vez en la vida, “el sagrado maridaje” o “enlace de almas” este acontecimiento inevitable sucedía como el bigbang, de un momento a otro sin que pudiese hacerse nada al respecto, los lobos no elegían de quien enlazarse, el maridaje sucedía por la mirada, ocurría en un instante, en un veloz parpadeo, bastaba con cruzar la mirada para quedar prensado de aquella persona destinada.

Los lobos se enlazaban una vez en la vida y sus corazones como su fidelidad le pertenecían únicamente a la criatura con la que hubieran caído en maridaje, esta sería la única persona con la que se aparearían y formarían una familia.

Eran victimas de un amor perfecto y sobrenatural que sobrepasaba los limites de lo inevitable, dos almas que se convertían en el universo de su enfoque, el mundo giraba el uno en el otro, bajo un sometimiento y lealtad que los hacia irremplazables, algunos de ellos ya habían encontrado a su pareja de por vida y muchos otros aun estaban a la espera de este fenómeno inevitable, incluyendo al rey de las bestias Arnes.

A pesar de ser el alfa de múltiples manadas y señorear aun a otros metamorfos como el clan de los osos pardo, Arnes aun no experimentaba el maridaje, no importaba a cuantas hembras conociera ni con cuatas se apareará, él no sentía nada mágico o sobre natural, solo eran ojos con miradas normales y sin efecto alguno sobre su voluntad.

Los lobos de más prestigio y adinerados entregaban sus hijas al alfa con la esperanza de que se enlazaran con su señor y así subir de estatus y renombre al codearse con el lobo de sangre pura y así tener descendientes del gran dios de las bestias, pero sus intentos eran inútiles, pues el alfa seguía sin sentir nada, nada que hiciera que su corazón brincara de devoción por su añorada Luna.

Luna, ese era el termino que el alfa le otorgaba a su alma gemela “su luna” su mujer sagrada a la que se debía, por la que moriría, su reina y su mujer predilecta.

Cunado la familia de Artemis Lanser la llevó al castillo de Masgorá tenían la certeza de que se enlazaría de él con la primera mirada llegando así al maridaje, pues ella era la mujer más hermosa, la única loba blanca y además eran familia, la sangre haría que sus hijos fueran de sangre pura, pero cuando ella llegó a su presencia, nada sobrenatural sucedió.

Se miraron por un largo rato y no pasó nada, si bien le aprecio atractiva, no pasó de ahí, era inusual ver a una loba de nieve y con ese color de ojos tan peculiar, Artemis se avergonzó por su fracaso, sintiéndose culpable, pero, aunque no pasó nada, Arnes la dejó quedarse en el castillo como si fuese su luna, pues el creía que estaba bajo alguna maldición por todos sus crímenes, pues no importaba a cuantas hembras conociera, él no podía sentir nada más allá de una atracción física.

  Así que todos tenían la esperanza de que Artemis y Arnes lograran algún día llegar al enlace, ella pensaba que en cuanto le diera un cachorro, él sentiría aquel clic especial a través de sus ojos, pero aun no podía darle ningún hijo.

Cunado supieron de la existencia de la mujer que era heredera de la flor de aconito, no pensaron dos veces en raptarla y apoderarse de ella, era su derecho poseerla y reclamarla como suya, al menos eso creían, no sabían si Artemis era estéril o poco fértil por eso hacían de todo para que quedara embarazada del alfa.

Ahora que tenían a la prisionera la obligarían a darle un poco de su sangre a la “Luna sustituta” para que pudiese embarazarse del señor de las bestias.

—Por favor…que ahora si haya quedado embarazada de mi querido alfa, es lo único que pido, solo así podré convertirme en su verdadera luna,

Aunque Artemis no era la luna oficial, la manada la aceptaba como una legítima, pero había hembras que la detestaban y se burlaban de ella por no poder parir hijos en estos tres largos años.

—¿Tuvo una buena noche con el rey mi lady? ¿cree que ahora si saldrá preñada? Jajaja.

—Yo sigo viéndole el vientre plano jaja, parece que nuestra supuesta luna es estéril jaja.

—Ya déjenla en paz, si nos quedamos un rato más nos pegará su infertilidad jaja.

—¡Cierren la boca! ¿Qué no les queda clara mi autoridad ante ustedes? ¡yo soy su luna! —gritó Artemis con indignación, estaba cansada de las burlas, las habladurías y las humillaciones por parte de otras hembras.

—Según la información que tenemos es que usted jamás se enlazó de nuestro alfa, nuca llegaron al maridaje, así que solo es una luna falsa, deje de vivir en su imaginación mi lady, ya pasaron tres años y no se ha podido unir con nuestro señor, es una farsante.

—¡Ya cállense!

—Nosotras si le daremos muchas crías a nuestro alfa, bastará con una sola noche para que cualquier hembra quede preñada, usted tendrá que criar hijos ajenos, jamás podrá amamantar a un cachorro y nunca será madre de ningún bebé.

—¡Ya fue suficiente! —gritó Jensen desde el otro extremo, uno de los betas que era cercano a Arnes.

—Señor Jen…. —exclamaron ellas bajando la mirada.

—¿Les parece correcto acosar a su luna de esa manera tan descarada? ¿no les queda claro que deben respetarla?

—Ella no es nuestra Luna señor… —manifestaron ellas con insistencia.

—Lo es mientras alguien más se enlace con el alfa, les exijo respeto y trátenla como si ella y el señor Arnes fueran una pareja oficial, no tolerare este comportamiento, fuera de mi vista.

—Si señor Jen. —las lobas se fueron fulminando Artemis con la mirada.

—¿S e encuentra bien mi lady? —le preguntó Jensen, un lobo de treinta años que usaba un parche en el ojo izquierdo por que lo había perdido durante una batalla contras los cazadores, tenía el cabello castaño y muy largo que sujetaba en una coleta, era de aspecto intimidante, pero en realidad era pacífico y tranquilo.




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