—Maldita sea… —exclamó Susana luego de sentarse al lado del inodoro.
Ha vomitado durante toda la noche. El sudor frío corre por su frente y el escalofrío en su cuerpo la hace temblar. Cansada vuelve a la cama e intenta dormir. La luz del exterior penetra a través de las cortinas cerradas en una tonalidad azul y espectral.
Sin escucharse sonido alguno, el silencio del departamento llena todo el espacio. Entrecierra los ojos a punto de quedarse dormida cuando una sombra pasa fugaz sobre las cortinas.
De un salto se sienta en la cama asustada, sin saber si eso realmente pasó o fue producto de su imaginación. Instintivamente, se lleva una mano al vientre sintiendo que su respiración se acelera.
Toma su teléfono y marca el número de la policía en caso de que deba llamarlo. Pero apenas su mirada se despega de la pantalla del teléfono, ve la figura de un hombre frente suyo. Se apresura en apretar el botón para llamar, pero de un solo golpe a su mano el aparato rueda por el piso.
Quiso gritar, pero el individuo le cubre la boca tirándola contra la cama y cuando a la luz puede ver esos ojos claros y penetrantes se paraliza. Antonio la contempla con seriedad, con una frialdad intimidante, para de repente sonreír como un desquiciado que ha logrado al fin atrapar a su presa.
—Así que pensaste que te iba a dejar ir —le susurró al oído aprisionando su mano con tanta fuerza sobre su boca que no la deja respirar.
Intenta soltarse, pero su fuerza no se compara a la de él.
—¿Crees que voy a permitir que tengas un hijo mío? —señala arrugando el ceño.
El filo del puñal que sostiene en su mano no pasa desapercibido para los ojos aterrados de la mujer ¿Qué piensa hacer este loco infame con esto?
No alcanza a pensarlo cuando el puñal le atraviesa el vientre tan dolorosamente que abre los ojos antes de intentar dejar escapar un grito que no logra huir de la mano que sigue cubriendo su boca. Sus lágrimas calientes brotan viendo la expresión satisfecha del hombre que una y otra vez vuelve a apuñalarla sin compasión.
Siente la sangre caliente caer por los costados de su cuerpo, y no puede moverse por más que quisiera hacerlo, es como si fuera una espectadora contemplando desde un rincón de la habitación su propia muerte.
El sonido del timbre la hizo saltar de la cama, y ante la luz del sol que la encegueció palpó su vientre, asustada, solo para darse cuenta de que no hay ninguna herida en su cuerpo. Todo no fue más que una horrible pesadilla.
Respiró agitada con un alivio que formó un nudo en la garganta, fue tan real que en verdad sintió que estaba muriendo. Sus latidos no se calman e incluso cuando el timbre en su puerta vuelve a sonar acompañado por golpes.
Se colocó una bata y salió a abrir la puerta encontrándose con su arrendador, quien le sonrió amigable mientras dejaba una caja cerca de la puerta.
—Luces horrible —fue lo primero que dijo, apenas entró antes de ser invitado.
Susana bufó de mala gana antes de ir al refrigerador y servirse un vaso de jugo.
—¿A qué has venido? Estoy al día con los pagos —se quejó la mujer mirando desde reojo de la cocina.
—La verdad es que venía a ver al inquilino del piso de arriba, pero me encontré con el camión de la encomienda que traía esto a tu dirección y me ofrecí a traerlo —señaló en tono simpático.
—Ja, ahora quieres trabajar en encomiendas —se burló Susana cruzando los brazos—. No te daré propina. Además, no recuerdo haber comprado algo para que me vengan a dejar una encomienda.
Observó la enorme caja de cartón con curiosidad.
—Parece algo grande —musitó el hombre con curiosidad.
Susana sonrió con burla.
—Obvio, no van a mandar algo pequeño en una caja tan grande.
—Ábrelo, tengo curiosidad.
La mujer chasqueó la lengua con fastidio ante la insistencia de su arrendador. Se acercó a abrir la caja, pero en cuanto sacó las envolturas y pudo abrirlo retrocedió horrorizada. Incluso estuvo a punto de tropezarse y caer si no fuera por Edward que la sostuvo justo a tiempo.
Aquel, luego de mirarla confundido sin entender nada y sin que tampoco Susana explicara lo que había visto, se acercó con cautela a la caja.
Esperaba ver algo horrible, una cabeza humana, un dedo, una oreja, o algo así. Pero solo vio ropa de bebé. Hay mucha ropa unisex, además de un bonito oso de peluche y un par de cascabeles. Pero no hay carta ni tarjeta ni nada en su interior.
—¿Te has asustado por esto? —preguntó incrédulo con el oso entre sus manos.
Susana no respondió, le quitó el juguete de las manos lanzándolo dentro de la caja y cerrando esta como si estuviera apestada.
—Solo tú y yo sabemos de este embarazo, yo no lo he comentado a nadie ¿Y tú? —lo interrogó incluso tomándolo del cuello de la polera.
Edward se quedó mirándola aún más confundido, siente que está sobre exagerando la situación ¿Cómo una simple caja con regalos para un bebé puede ponerla así?
—No, a nadie —respondió alzando ambas manos.
Susana no dijo más palabras, con el rostro pálido se sentó en su sofá. Su pesadilla, más esta encomienda anónima, han perturbado su ánimo. Se llevó las manos a su rostro para luego reírse de su situación, tal vez está siendo demasiado paranoica. Pero no deja de ser extraño recibir algo como eso cuando supuestamente solo Edward y ella saben del embarazo.
—Llamaré a la empresa de envíos para ver si averiguo algo —señaló suspirando más calmada.
—¿Estás segura de que estás bien? —le preguntó el hombre preocupado.
La mujer le sonrió moviendo la cabeza en forma afirmativa.
—Solo tuve un mal sueño —señaló fingiendo tranquilidad.
Pero la mirada de Edward se detuvo en las manos de la mujer que no dejan de temblar involuntariamente. También en su expresión, que, aunque sonríe, se ve antinatural.
—¿A qué…? Más bien dicho ¿A quién le tienes tanto miedo? —le preguntó haciendo que la sonrisa de Susana se paralizara en su rostro.
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Editado: 25.11.2024